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El Zaragoza pulveriza al Chelsea

El equipo de Víctor Fernández se acerca a la final de la Recopa tras una noche mágica

Santiago Segurola

En una noche de goles y fiesta, el Zaragoza se embarcó para la final de la Recopa. Ganó con una facilidad que sólo se explica por la diferencia de clase de los jugadores. Un equipo vive instalado en la modernidad y otro en el cuaternario. El partido volvió a decir que la evolución del fútbol ha aislado a los equipos ingleses, sumidos en un juego antiguo y pobre. Nada pudo oponer el Chelsea frente al Zaragoza, que pasó por encima de sus rivales con las armas que le caracterizan: habilidad, manejo y precisión en el área.Había esa incandescencia de los partidos que alcanzan la condición de acontecimiento. Se paralizó la ciudad y hervía el estadio. Era una noche grande para el Zaragoza, que buscaba una conexión con la historia. Vuelve el equipo al lugar que tuvo hace 30 años, cuando el Zaragoza se metió en el gotha europeo con un equipo hermosa y una delantera inolvidable. Algún día los nombres de Pardeza, Aragón, Esnáider, Naym y Poyet también serán recordados con veneración por la hinchada de La Romareda. Es el equipo invicto en su estadio desde el otoño de 1993, el equipo que busca un puesto en la final de la Recopa, el equipo, en fin, que ha retomado el hilo de la historia. El partido estuvo vertebrado por un juego intenso y por la superior habilidad del Zaragoza.

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La arquitectura del Chelsea fue típicamente inglesa: la vieja línea defensiva de cuatro, el achique para comprimir los espacios, el juego lineal, muy simple. Hacen su fútbol de memoria y son radicalmente fieles a un estilo: el fútbol físico, la búsqueda de los rechaces y la mirada en la pelota alta. Pero al edificio inglés le faltan jugadores que desequilibren y sorprendan, que se salgan del guión y tiren el sombrero al aire. El Chelsea se hizo tan previsible como se esperaba, una concesión mortal frente a los equipos con imaginación y recursos. Y el Zaragoza es de estos.

El Zaragoza tomó el partido con decisión. Se advertía la trascendencia del encuentro en cada acción, en la pujanza del juego y la contundencia de las entradas. La primera intención del Zaragoza siempre fue la manera de derribar la defensa en línea del Chelsea. La búsqueda se hizo obsesiva desde el comienzo. Sin embargo, el primer gol fue contradictorio: el Zaragoza marcó un gol a la inglesa frente a los ingleses. Aguado se levantó en el segundo palo sobre sus rivales y cabeceó con limpieza. Para añadir más sorpresa a la jugada, surgió la cabecita de Pardeza para dejar la pelota en la red. El fútbol tiene estos caprichos.

El encuentro siguió desde ese momento la misma línea argumental. La mecánica del Chelsea se medía con la astucia y la clase del Zaragoza. El desequilibrio se hizo evidente muy pronto. Esnáider representó como ningún otro la diferencia. Cogió a los centrales ingleses y les hizo un nudo. Éstos, Johnsen y Sinclair, no están preparados para el mundo moderno. Son honestos cabeceadores que se derrumban ante el regate y la velocidad. Esnáider triunfó sobre ellos, un síntoma de lo que ocurrió en las demás líneas.

Llegaron los goles con la regularidad que exigía la desproporción de los equipos. El segundo fue espléndido. Nayim, que estuvo muy activo en la banda izquierda, observó a Esnáider y lo tiró un pase que tenía una resolución complicada. Pero el delantero centro resolvió con precisión y recursos. Acomodó la pelota con el pecho y enganchó un remate instantáneo. El tiro, seco y raso sobrepasó a Hitchcock y elevó una pregunta sobre el número de goles que marcaría el Zaragoza. El tercero de Esnáider colocó las cosas en su sitio. Estaba el Chelsea en la obligación de ofrecer algo, pero no tenía nada. El único rastro de clase reposaba en la cansina figura de un futbolista de 38 años, un zurdo que ha levantado pasiones y odios en Inglaterra. Era Glenn Hoddle, entrenador y todavía futbolista. Decidió que el descrédito era excesivo y entró en el partido. Para entonces el partido se dividía entre el curso del choque y los sucesos en el fondo de Jerusalem, donde la hinchada del Chelsea no resistía los efectos del alcohol y los goles. Cargaba la policía y cargaba el Zaragoza en aquellos momentos de esquizofrenia. La presencia de Hoddle en el partido explicaba la patética situación de su equipo.

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