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Reportaje:FÚTBOL | Mundial 2002 | Mundial 2002 | FÚTBOL

Silencio al otro lado del paralelo 38

Corea del Norte, que en Inglaterra 66 eliminó a Italia y abrió el fútbol al continente asiático, será impermeable al torneo

Santiago Segurola

El país que abrió el fútbol al continente asiático está ahora en silencio, cerrado herméticamente, convertido en una burbuja ajena al aplastante acontecimiento que se va a celebrar a su lado. A 60 kilómetros de Seúl, al norte del paralelo 38, se escuchará con sordina el eco del Mundial. Último reducto del estalinismo y de la situación que generó la guerra fría, Corea del Norte ha vuelto a replegarse sobre sí misma tras su inclusión en la lista de países satanizados por el presidente Bush. Su precariedad es abrumadora: la cuarta parte de sus 22 millones de habitantes vive de la ayuda de instituciones internacionales mientras a su alrededor emergen dos colosos económicos, China y Corea del Sur.

Miles de ingleses de Middlesbrough animaron en sus partidos a los 'folclóricos' norcoreanos
El Portugal del gran Eusebio llegó a ir perdiendo por tres goles en los cuartos de final

Las carencias afectan a las necesidades más básicas. Electricidad, como tal, sólo hay en la capital, Pyong Yang, y durante dos horas. Las restricciones afectan a todos los órdenes de la vida en una sociedad impermeable a las influencias externas. No está permitida otra televisión que la nacional, cuyo tiempo de emisión es de seis horas, entre las 17.00 y las 23.00.

En un país sin parabólicas ni Internet -prohibido tajantemente por el régimen-, la Copa del Mundo no se juega a 60 kilómetros de la frontera. Se juega en Marte. Sin embargo, Corea del Norte protagonizó en su día una inolvidable proeza que figura entre las aventuras más asombrosas del fútbol. Fue precisamente en un Mundial y hasta se puede decir que sus consecuencias fueron más allá de la leyenda romántica.

Fue Corea del Norte la que dio notoriedad y crédito al fútbol asiático cuando sus selecciones ni tan siquiera tenían derecho a un torneo propio de clasificación. Ocurrió en 1966: llegó a Inglaterra desde ninguna parte para eliminar a Italia, clasificarse para los cuartos de final y perder por 5-3 en un memorable partido frente al Portugal del gran Eusebio.

Sólo habían pasado 13 años del armisticio que derivó en la creación de las dos Coreas. Eran tiempos de tensión y guerra fría, una época de desconocimiento de cualquier fútbol que no fuera el europeo o el suramericano. Para el resto de los continentes sólo había una plaza en la Copa del Mundo. África, Asia y Oceanía estaban integradas en un grupo único, circunstancia que provocó la protesta y posteriormente el boicoteo de las selecciones africanas.

El torneo de clasificación quedó reducido a las dos Coreas y Australia. En el hipertenso clima político de aquellos días, Corea del Sur puso todos los obstáculos posibles para jugar contra su vecino y terminó por retirarse. Australia, que no mantenía relaciones diplomáticas con Corea del Norte, aceptó jugar los dos partidos de clasificación en territorio neutral, Camboya, donde el entonces príncipe Sihanuk ordenó que la mitad del estadio animara a un equipo frente a la otra mitad. Corea del Norte ganó los dos partidos y se clasificó para la gran cita inglesa. Después, antes incluso de de convertirse en la gran noticia del torneo, la selección ya ofició como nota folclórica en el país que inventó el fútbol.

La sola participación de Corea del Norte en el Mundial de 1966 tuvo consecuencias políticas. El Reino Unido aceptó la presencia del equipo asiático a pesar la falta de relaciones diplomáticas y de la tremenda presión de Corea del Sur para impedirlo. De hecho, significó una especie de reconocimiento tácito de un país que no existía en la pura terminología occidental.

Pero no importó que se prohibieran la bandera norcoreana y la denominación del país como República Popular de Corea. El intento por negar la realidad chocaba con la evidencia de lo puramente físico: el conjunto estaba instalado en Middlesbrough, una ciudad industrial del Noreste de Inglaterra, y recibía el apoyo masivo de la gente. Miles de ingleses de aquella región se trasladaron en tren para apoyar a Corea del Norte en los cuatro partidos que disputó. Perdió frente a Rusia en el primero y empató con Chile en el segundo. Para el tercero se reservó nada menos que una victoria frente a Italia en un partido que cautivó al mundo. Italia, que vivía una edad dorada de su equipos, no pudo contener el juego eléctrico de los norcoreanos, que la sorprendieron con una velocidad insólita por entonces. Aquel gol de Pak Dok It provocó el asombro general y comentarios que sobrepasaron los excesos retóricos. 'La caída de Imperio Romano no tiene comparación con este acontecimiento', apuntó un periodista británico.

Nunca antes una selección asiática había alcanzado los cuartos de final y nunca después volvió a suceder. Aquella eliminatoria añadió más elementos para la leyenda. Corea del Norte se adelantó frente a Portugal en el primer minuto. Luego, llegó el segundo gol. Pronto, el tercero. El orden futbolístico mundial se venía abajo. Ya se veía una semifinal Inglaterra-Corea del Norte en Wembley, pero entonces llegó la tromba del fenomenal Eusebio, que ganó el partido por su cuenta. Anotó cuatro goles y dio la vuelta al resultado.

En cualquier caso, el fútbol abrió la puerta a un nuevo continente. Nada ha sido igual desde entonces. Tampoco para la selección norcoreana, que se volatilizó. Nunca más ha vuelto a participar en un Mundial, pero su influencia tuvo una especie de calado épico. Hace apenas medio año, Dan Gordon abandonó su trabajo como periodista en una cadena de televisión británica para cumplir el sueño de su vida: conseguir el difícil permiso para entrar en Corea del Norte y entrevistar a los siete supervivientes del equipo que protagonizó la hazaña. Tuvo diez días, los suficientes para desmentir las historias sobre supuestas represalias a los héroes de la victoria sobre Italia. Y no sólo eso. Todavía son ídolos en un país que estará ciego, sordo y mudo respecto a la Copa actual, que comenzará el viernes a un puñado de kilómetros.

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