Cancellara no es una máquina
El oportunista Nuyens gana el Flandes de los atacantes
En el mismo Tour de Flandes en el que el mundo descubrió, asombrado, que Fabian Cancellara no es una máquina, un juego perfecto de pistones, bielas y palancas perfectamente engrasados y alimentados de gasolina, Juan Antonio Flecha se descubrió a sí mismo más humano que nunca. El ciclista catalán terminó undécimo su décimo monumento flamenco -ha terminado todos los que ha empezado-, como nunca antes, y feliz, como en los nueve anteriores. "Es de los Flandes que más me han gustado, en ningún momento me he venido abajo", dice el líder del equipo británico Sky. "Pero esta vez me lo he pasado teta no solo por mí, sino por descubrir la gente tan buena que hay en mi equipo". Habla de Geraint Thomas -"es buenísimo, me encanta"-, habla de Ian Stannard. "Dos chavales humildes y currantes, hambrientos de conocimientos", dice Flecha, quien a los 33 años se descubre más maestro que nunca, pues sabe que tiene alumnos que quieren aprender de él.
Él, Flecha, es ya una presencia imprescindible de las grandes clásicas del norte en el momento en que las cosas se ponen serias. Su perfil oscuro, achaparrado sobre la bici, tumbado, es una figura habitual junto a las de Boonen y Cancellara, por ejemplo, los dos ciclistas que han marcado la última década de Flandes y París-Roubaix: alrededor de sus enfrentamientos se entreteje su leyenda. Hoy también, pero de una manera inesperada. Hoy todo el mundo esperaba a Cancellara. Nadie necesitaba de Youtube para recordar la forma espectacular y solitaria en la que el fenomenal suizo ganó el año pasado los dos monumentos del pavés, o hace solo una semana el E3. Tanta fue la insistencia previa en presentar el Flandes como un todos contra Cancellara, el invencible, que el propio Espartaco le confió a Flecha durante los momentos de calma previos a la tormenta: "Te agradezco, Flecha, que hayas sido el único que no haya entrado al trapo ese de que yo soy una máquina infalible y que nadie va a poder conmigo. Es una afirmación que me ha molestado mucho..."
Después dejaron de verse. Después, como para contradecir sus propios propósitos, Cancellara aceleró como solo una máquina puede hacerlo y se fue solo en busca de la victoria. Después de que se tensara el pelotón en el pavés de Haaghoek, atacó el suizo en el Leberg, el muro número 14. Quedaban 42 kilómetros y cuatro muros -Valkenberg, Tenbosse, Muur y Bosberg-, quedaba un corredor por delante, el valiente Chavanel, que llevaba ya 40 kilómetros en fuga, desde el Viejo Kwaremont. "Hay que decirlo y hay que hacerlo", dice Flecha. "Hay que arrancar e irse. Hace falta lucidez, piernas y coraje". Hace falta ser Cancellara. En pocos kilómetros alcanzó a Chavanel, quien avisado de su llegada, reservó fuerzas y le esperó en el Valkenberg, donde se pegó a su rueda. Espartaco se hizo entonces Indurain. Tour del 95. Llegada a Lieja. Una moto y un ciclista, Bruyneel, aguantando a su rebufo como podía.
Y volvió a ser Indurain poco después. Pero otro Indurain, el sediento Indurain de Les Arcs, Tour del 96, que pedía sales como quien pide la vida. Cancellara se quedó sin agua. Se quedó seco. En una cuneta observó desesperado que no había ningún auxiliar de su equipo, el Leopard, ofreciendo bidones, mientras que otros equipos tenían todo dispuesto. Pidió de beber por el pinganillo y poco después desde el coche neutro de Shimano le dieron un botellín. No eran sales. Era agua pura y dura. Bebió un sorbo y lo tiró. Volvió, sediento, a pedir por el pinganillo. La ventaja de la pareja sobre el grupo era de un minuto entonces. "Cancellara es un ciclista que tiene que beber mucho. Si se queda sin agua sufre, pues pierde muchas sales con el sudor", dice Flecha. "Se nota porque, a diferencia de otros, cuando suda mucho se llena el culote de sal. Pierde electrolitos, comienza a deshidratarse enseguida. Otros somos más camello". Finalmente, tarde para evitar problemas inmediatos, le alcanza el coche de su equipo, que descarga en su manos dos bidones, barritas, glucosa de acción rápida. Cancellara devora ávido el botín, lo que no evita que llegado el Muur, el lugar sagrado en el que todos los campeones, incluido él en 2010, demuestran alguna vez su temple atacando, los calambres, hijos de la deshidratación le paralicen.
El grupo le caza. Lo inesperado ha ocurrido. "Hasta Superman ha pasado momentos malos", dice Cancellara.
Han pasado 240 kilómetros. Quedan 18 hasta la meta cuando comienza otra carrera. Una docena de corredores se jugarán la victoria. Entre ellos Flecha, a quien todo le pilla a contrapié. "Se me quedaron delante Nuyens y Boonen en el Muur y me quedé cortado", dice el catalán. "Después tuve que perseguir, con Boonen y Nuyens a rueda y, gracias a la ayuda de Geraint, alcanzamos al grupo en el Bosberg, justo cuando atacó Gilbert...". Casi todos los del grupo intentaron su ataque. También Flecha, a seis kilómetros, pero solo triunfó el de Cancellara, brutal, recuperado, a tres kilómetros de la meta. Sin embargo, Chavanel, infatigable, logra pegarse a su rueda de nuevo, y también Nuyens, un belga veterano no que no ha dado una pedalada de más, uno que ha estado escondido, uno que solo ataca una vez, para esprintar y ganar su primer Tour de Flandes. A los 30 años. Diez días después de ganarle, precisamente a Geraint, el A Través de Flandes, un ensayo del Flandes grande.


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