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"Cien inyecciones al año no son nada"

El juicio del 'caso Cofidis' saca a la luz la "cultura de la jeringuilla" en el ciclismo

Carlos Arribas

Philippe Gaumont nunca ha pasado por un ciclista tímido. Nunca lo ha pretendido, tampoco. En sus años en activo, el corredor francés, ganador de una Gante-Wevelgem, era conocido por su valentía. Era arrojado en todos los sentidos. Esa misma valentía la sacó a relucir ayer Gaumont, ya ciclista retirado, en la sala de Nanterre, a las afueras de París, en que se celebró la segunda jornada del juicio del "caso Cofidis'" Diez personas, entre ex corredores y técnicos, del equipo ciclista francés responden a cargos de tráfico, posesión y uso de sustancias venenosas y de incitación al uso de sustancias dopantes.

Uno de los acusados es Gaumont, que sin medir sus palabras volvió a romper ante el juez la 'omertá', la ley del silencio que aún sigue siendo la disposición dominante en la mayor parte del pelotón mundial. Cuenta la agencia France Presse que según Gaumont, corredor del Cofidis entre 1997 y 2004, los ciclistas han recurrido habitualmente a la farmacopea. En su declaración ante el tribunal, Gaumont, que como corredor hizo famoso un gran lobo tatuado en su antebrazo, su símbolo, ha descrito cómo sus compañeros de equipo Stuart O'Grady y David Millar "esnifaban" medicamentos tras regarlos con alcohol, cómo el autobús del equipo se convertía durante las contrarreloj en un ambulatorio por el que todos los corredores pasaban para pincharse, cómo cada uno tenía una centrifugadora con la que medir su nivel de hematocrito y no pasar el límite de 50 después de doparse con EPO...

El escocés David Millar revela que se dopó con EPO comprada en España e Italia

En un momento concreto, la presidenta del tribunal, Ghilaine Polge, le preguntó a Gaumont. "¿Habla de una cultura de la jeringuilla?". "Sí", replicó el ex ciclista, de 33 años. "100 pinchazos al año no son nada para un corredor".

Gaumont denunció con palabras duras la "hipocresía" del medio, la hipocresía de su equipo. "Nadie en el Cofidis me obligó a doparme", dijo, "pero no se puede ir de virtuosos por la vida cuando sabían que su sistema empujaba al dopaje. Por ejemplo, los contratos no van más allá de un año o dos, y eso somete a los corredores, personas que han dejado sus estudios muy pronto, a una presión insoportable para lograr resultados para unos patrocinadores que quieren beneficios por su inversión. El ciclista no es más que un peón que transmite una imagen publicitaria y del que finalmente pasan todos".

De esa misma hipocresía habló otro de los acusados, David Millar, un británico que ha regresado este septiembre al pelotón tras purgar una sanción de dos años impuesta porque en sus declaraciones iniciales a la policía que investigó el "caso Cofidis""reconoció haberse dopado con EPO y testosterona. Ayer repitió su confesión en el tribunal de Nanterre. Y repitió también cómo conseguía el "doping" en España y en Italia. "Yo me dopaba porque mi obligación era llegar bien clasificado", dijo Millar, de 29 años, que entró en el ciclismo profesional como un joven prodigio, ganador del prólogo del Tour a los 23 años y campeón del mundo contrarreloj en Hamilton en 2003. "Uno se dopa porque es prisionero de sí mismo, de la gloria, del dinero. Yo no estaba orgulloso de mí. En el Cofidis nos buscábamos la vida solos, la cuestión del dopaje nunca se trató. Practicaban la política del avestruz"

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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