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JUEGOS FATUOS | SUDÁFRICA 2010
Columna
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Disparando a balón parado

A Maradona le han hecho un traje a su medida y le viene grande. De lo que cabe deducir que ningún amiguito del alma se lo ha regalado.

Ello lo exonera de cualquier vinculación con el caso Gürtel (palabra alemana que, casualmente, significa correa), pero no evita que se le caigan los pantalones y pueda quedarse con el culo al aire.

Argentina ha perdido ante un equipo superior en fuerza, rapidez y concepción del juego. Pero también, y sobre todo, por el empecinamiento de su entrenador al obcecarse en buscar el reflejo de su propia imagen en el rectángulo de césped como Narciso en las aguas de la fuente en las que, como en un espejo, se enamoró de sí mismo.

Nunca he visto la vanidad de un solo ego expandir con tan histriónica prepotencia su sombra sobre los demás. ¿A quién se le ocurre utilizar al mejor jugador del mundo de recogepelotas mientras sus también eximios colegas corretean al buen tuntún sin más batuta ni criterio que el de alguien que ha hecho del universo su ombligo e imparte, eso sí, galácticos besos y bendiciones desde la banda, como si simulando que olvida quién fue fingiera comportarse como si fuera uno más? No sé quién dijo: "La realidad de los fantasmas reside en su inexistencia".

Si Argentina quiere preservar su orgullo, no puede sentar por más tiempo sus añoranzas en el banquillo
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Pero la flagrante irrealidad del fantasma de Maradona solo reside en su insistencia. La selección argentina, si quiere preservar el orgullo que tan merecidamente ostenta, no puede sentar por más tiempo sus añoranzas en el banquillo. Ni sus nalgas.

En la cocina africana, Argentina y Brasil han probado el mismo mejunje de la balompédica medicina europea. En distintas dosis. A Brasil le bastaron dos tragos del amargo extracto de tulipán holandés. Pero Argentina bebió, hasta atragantarse, cuatro tragos de envenenada cerveza wagneriana. Por enésima vez, estoy de acuerdo con Del Bosque cuando, con loable ecuanimidad, aunque a regañadientes, concede que, hasta ahora, Alemania es el mejor equipo del Mundial. Pero, con permiso de Uruguay, cuidado con Holanda, añado yo. Es el tapado del que nadie habla y, si la suerte no nos abandona, será nuestro previsible contrincante en la final, ya que mi amiga Thando (o Loreta, como ella prefiere que la llamen) cuenta que los brujos se han conjurado para que el tiempo retroceda y se detenga antes de que el penalti lanzado por el ghanés Gyan se estrelle en el travesaño y, no habiendo concluido, por tanto, el partido ni culminado el disparo, los uruguayos permanecerán congelados hasta que los brujos, tan concienzudamente reunidos como nuestro sacrosanto Tribunal Constitucional, ratifiquen o rectifiquen lo ya acontecido. Mi amigo zulú Thulami Mokaena, que no cree en sus brujos ni en nuestro Tribunal Constitucional, advierte que la selección uruguaya, aunque estuviera congelada, podría volver a ganar a balón parado, como hizo con Ghana.

El mejor jugador a balón parado de todos los tiempos, afirmaba Helenio Herrera, ha sido Ladislao Kubala. Era, según el mítico entrenador, infalible en los lanzamientos de penaltis y golpes francos. Su serenidad y precisión se ha echado de menos en este Mundial. Era capaz de imprimir tanta potencia al balón sin tomar carrerilla que avanzaba hasta estar encima de la pelota y se detenía sin llegar a tocarla, provocando que el portero se tirara antes de que él chutara. Le bastaba entonces con colocar el balón en el lado opuesto a la estirada. Esta técnica, llamada paradina, era muy controvertida y, en ocasiones, el árbitro obligaba a repetir el penalti porque el portero siempre se movía antes que el balón. Existen ciertas similitudes con el penalti a lo Panenka, que El Loco Abreu ejecutó en la tanda final del partido con Ghana, ya que se trata en ambos casos de una deliberada ralentización que requiere reunir, en la misma persona y en un único instante, la perversa parsimonia de un juez del Constitucional, la impúdica falacia de un político en periodo electoral y la imperturbable sangre fría de un asesino a sueldo.

Cualidades de las que el africano Gyan carecía.

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