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Mundial de baloncesto 2006
Columna
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Elogio de un seleccionador

Uno de los grandes triunfadores de este Mundial japonés no ha metido todavía ninguna canasta. Se llama Pepu Hernández y se le reconoce fácilmente porque se sienta cerca de los jugadores, lleva barba y no para quieto durante los partidos de España. Es el seleccionador desde hace pocos meses pero ya son suficientes para afirmar que la Federación ha acertado de pleno en su contratación. Y no era fácil, salvo que por la discutible norma de la ACB que impide a un entrenador ser a la vez técnico de la selección dejaba los candidatos reducidos a unos pocos. Pero sea como sea, Pepu ha demostrado que el puesto le va como anillo al dedo y que estamos de enhorabuena pues su trayectoria con el equipo nacional puede ser larga y fructuosa. Su trabajo está siendo impecable y no es fácil, a pesar de que hay que reconocer que la materia prima con la que cuenta es de primera calidad. Pero eso no asegura el éxito. Ni tampoco el cariño y admiración que provoca este grupo.

Pepu ha entendido a la perfección la sustancia de su trabajo. No ha intentado hacer ni más ni menos. No ha querido demostrar nada. Simplemente y como le gusta decir a él, ha llegado a la selección con un objetivo: ayudar y molestar lo menos posible. A fe cierta que lo ha conseguido. Por primera vez en años, no existe ninguna voz discordante ni reproche off the record. Como sólo hace la gente que es consciente de su verdadero papel en esta película, ha trasladado todo el protagonismo a los que deberían ser siempre actores principales: los jugadores. Eso no significa que se haya plegado a sus demandas o haya tenido que traicionar ninguno de sus credos, sino que ha comprendido que en el breve espacio de tiempo que tiene para trabajar, sólo puede trasmitir espíritu, confianza, ánimo y tres o cuatro conceptos de juego claros y sencillos. Afortunadamente para él, para los jugadores y para cualquier amante de este tipo tan dinámico de baloncesto, sus ideas coinciden con el gusto de sus hombres, por lo que la simbiosis parece ser perfecta. Lo que está haciendo con gran eficacia en la selección no difiere en mucho a lo que intentaba inculcar a sus jóvenes chavales del Estudiantes. Valentía, orgullo de pertenencia, descaro y respeto, que no miedo, a los rivales. Lo que pasa es que el material con el que cuenta ahora es muy superior a lo que había poseído en su club de siempre. Pero la base conceptual es la misma, aunque él se empeñe en decir que este baloncesto que nos tiene embelesado no es suyo, sino de los jugadores. Ni siquiera ha sucumbido a la vanidad de creer que este éxito le corresponde en alguna medida, cosa que es cierta. Una vez que termina el partido, se retrasa dos pasos para dejar que sean los jugadores los que reciban los parabienes y halagos.

El pecado en el que algún que otro seleccionador anterior incurrió no parece haberle afectado por ahora, lo que a la postre repercute en el respeto del grupo. Tan accesible como el primer día, Pepu ha conseguido el difícil equilibrio de mandar en la cancha y compartir fuera de ella. Vigila sin opresión, controla sin resultar agobiante, impone sin resultar dictatorial. Tiene dos meses y lo asume con normalidad, no intentando resolver en este breve espacio de tiempo cuestiones para las que se necesita mucho más tiempo. A pesar de que seguro que el cuerpo le pide más marcha, es consciente de que no puede cargar la mano en exceso, por temor a resultar pesado, ni tampoco ser demasiado liviano, pues al final de su trabajo espera una gran competición. En este juego de equilibrios Pepu ha triunfado en toda regla. Su simbiosis ha resultado perfecta y se merece la mejor de las enhorabuenas. En estas circunstancias, cuestiones puntuales como el acierto o el fallo en determinadas decisiones resulta secundario, pues ni provoca tensiones ni tampoco dudas. Porque la más importante ha sido desvelada. A la primera oportunidad Pepu Hernández ha demostrado que el puesto le va como un guante. Como si de la elección del Papa se tratase, seleccionador habemus.

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