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La paradoja de Iker Flores

El vencedor del Tour del Porvenir es tan generoso como ambicioso

Sobre una bicicleta, el sufrimiento debería admitir todo tipo de atenuantes. Sin embargo, la mayoría de los ciclistas entiende que su relación con la agonía no contempla rebajas y requiere una concentración absoluta. Iker Flores (24 años) no comparte esta opinión. Camino de estrenar su palmarés profesional durante la etapa reina del Tour del Porvenir, su director, Rubén Gorospe, se le acercó desde el volante de su coche y no tuvo tiempo de abrir la boca: "anímame, anímame", le pidió su corredor. Flores llegó a meta puño en alto y Gorospe, afónico. Iker Flores no es un ciclista al uso. Después de reventar el orden del Tour del Porvenir durante la alpina etapa reina (lo que le concedió el triunfo en la general), celebró su primer éxito al estilo de un futbolista, abandonando bicicleta y formalidades propias del medio para repartir abrazos a diestro y siniestro. Su gesto revelaba una felicidad tan auténtica como incontenible, recompensa para un corredor que maneja una paradoja: es tan ambicioso como generoso. Hasta ahora hincaba la cabeza en el manillar para propiciar el lucimiento ajeno. Siempre con una sonrisa. Sus directores le citaron con el Tour del Porvenir, un escenario prestigioso y un escaparate de futuro, también una oportunidad de calibrar sus posibilidades. Vista su suficiencia, en su entorno se preguntan si no han descubierto un campeón.

Flores observa el perfil del ciclista moderno (alto, longilíneo, hábil escalador, rodador sobrado y buen contrarrelojista) pero sus directores prefieren destacar su potencial psicológico, un cóctel de fuerza de voluntad, ambición y valentía. Flores se cuenta entre los que después de sufrir una caida mira antes por su bicicleta que por su salud. Navarro de la pequeña localidad de Urdiain, Flores comparte desde su estreno en profesionales, la pasada campaña, maillot con su hermano Igor en el Euskaltel, un equipo que hasta hace unos meses contaba sus victorias con los dedos de una mano y que ahora reclama un puesto en el Tour, a su juicio la prueba de que el ciclismo reconoce su nueva dimensión.

Aparentemente, Flores dispone de un amplio margen de mejora para convertirse en un asiduo de las pruebas por etapas: maneja mejor el fondo que la explosividad, no conoce carencias significativas y sólo se le acusa de ser un tipo nervioso. También intentan ayudarle a corregir su aversión por los sprints una carencia mínima para alguien que se sabe ajeno a este tipo de explicaciones. Su victoria le obliga a revisar su paradoja para escoger entre generosidad y ambición.

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