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EL CÓRNER INGLÉS
Columna
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Game over, Rafa

- "A veces me preguntaba: ¿Por qué no me pone pilas y me convierte en un robot?" Pennant, hoy del Zaragoza, sobre su ex entrenador en el Liverpool, Rafa Benítez.

Rafa Benítez ha hecho un favor a España durante los cinco años que ha estado a cargo del Liverpool. Ha acabado, tanto en Inglaterra como en otros países europeos, con el estereotipo del español como un tipo que, entre siestas y sevillanas, siempre llega tarde a las citas. Benítez, el enemigo de la frivolidad, es el entrenador más riguroso, menos agraciado, más solemne, menos divertido del mundo. Entre sus rivales en Inglaterra, Alex Ferguson es un borde, pero nos hace reír de vez en cuando; Arsène Wenger no se ha reído nunca, pero posee una cierta elegancia. Benítez, o al menos el Benítez que se muestra al público, es una máquina. Y una máquina que de repente no funciona nada bien.

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Ha sido una semana triste para los tres grandes clubes españoles. El Barcelona perdió en casa contra Rubin Kazán, que suena más como el nombre de un peluquero neoyorquino que el de un equipo de fútbol ruso; el Real Madrid perdió en casa contra el AC Milan (otro misterio resuelto: AC significa Ancianos Cojonudos); y el Liverpool perdió, también en casa, contra el Lyon, ciudad famosa por su comida y sus vinos.

Pep Guardiola no tiene ningún problema, ya que se supone que su equipo pronto se recuperará; Manuel Pellegrini, el chileno al frente del Real Madrid, tiene la suerte de que Cristiano Ronaldo volverá de su lesión en un par de semanas y que, para un club que ha tenido 10 entrenadores en lo que va de siglo, sería demasiado bochornoso despedirle después de sólo dos meses de temporada. Benítez, en cambio, no tiene ningún motivo ni para pensar que el equipo va a mejorar, ni para sentirse seguro en su puesto.

El Liverpool podría estar a punto de perder su condición de equipo spanish. Ésta depende no de sus jugadores españoles sino de Benítez, cuya continuidad, tras cinco años de más frustración que gloria pende de un hilo. La derrota contra los franceses esta semana fue la cuarta consecutiva, la peor racha del equipo en 22 años; si pierde hoy contra el Manchester United será la peor del club desde 1954, año en que cayó a la Segunda División. Pero incluso ganar hoy al Manchester serviría nada más que de consuelo: como decía un leal fan del Liverpool esta semana, la sensación que uno tiene es que, tras apenas dos meses, la temporada se ha acabado. Este Liverpool, claramente inferior al de hace un año, lo tiene muy difícil para pasar a la segunda ronda de la Champions y es imposible una vez más que, tras más de dos décadas de sequía, logre el sueño de su afición, ganar la Liga inglesa.

La paciencia de la afición del Liverpool con su entrenador es la expresión más contundente de su admirable lealtad. Benítez sigue viviendo del enorme crédito acumulado el día que el Liverpool ganó la final de la Champions en Estambul contra un Milan menos anciano que el de hoy, tras ir al descanso perdiendo 3 a 0. Pero eso fue en 2005 y, tras ganar desde entonces sólo la FA Cup, un trofeo tristemente desprestigiado, el crédito y la paciencia se acaban, la lealtad deja de ser admirable y se convierte en locura.

Especialmente porque no ha habido buen juego a cambio. Con la excepción de Fernando Torres, Benítez no ha logrado que los más de 60 futbolistas que ha fichado mejoren notablemente bajo su mando. Como es bien sabido, desconfía de jugadores habilidosos. Al goleador, en este caso Torres, hay que dejarle un cierto margen de maniobra. Pero en cuanto a los demás, su ideal es un equipo en el que los jugadores no son seres con vida e imaginación propias, sino piezas de ajedrez sobre los que él ejerce un control absoluto. Es una opción que le ha dado buenos resultados, especialmente cuando mandaba en el Valencia. Pero ya no. La troika del Manchester, el Arsenal y el Chelsea se alejan del Liverpool; juegan mejor y rinden más. Las cuatro derrotas de las últimas dos semanas le han dado a la directiva del Liverpool la excusa perfecta para echar a Benítez. El club es demasiado grande como para desaprovecharla.

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