_
_
_
_
_
Crónica:TENIS | Masters de Madrid
Crónica
Texto informativo con interpretación

Golpe de mano de Djokovic

El serbio, magnífico, se impone a un gran Nadal, al que nunca había derrotado sobre tierra

Madrid presencia, boquiabierto, un golpe de mano: el serbio Novak Djokovic cabalga a lomos de su revés para ganar por 7-5 y 6-4 la final del torneo a Rafael Nadal, el número uno mundial. Se juega en tierra, en España y ante un público enfervorecido de banderas rojigualdas, roto de aplausos, silbidos y gritos para sostener a su ídolo. Da igual. El número dos, que ha vencido tres veces al suizo Roger Federer y otras tantas a Nadal en lo que va de curso, aprieta una a una las clavijas del partido igual que un lutier ante un instrumento fino. No es una cosa cualquiera. Djokovic, que nunca había derrotado a Nadal sobre arcilla (0-9), extiende su racha de partidos invicto a 34. El mallorquín ve detenida la suya de victorias seguidas sobre tierra en 37. Su pulso, sin embargo, no tiene pausa, freno ni retén que lo detenga: el torneo de Roma está en marcha y Roland Garros, la corona que los dos ambicionan, comienza el 22 de mayo.

Los tiros de Novak corrieron a una velocidad imposible para el español
Rafael no intentó el centrifugado de los cambios de dirección y ritmo
Más información
Nadal: "El número uno está finiquitado"

Cada punto ganado por Nadal requirió de una obra de arte. No hubo tiros sencillos, huecos abiertos ni alfombras rojas. Abundaron los candados, las puertas cerradas y el alambre de espino. Djokovic estuvo inconmensurable. Plantado sobre la línea de fondo, colocó el 88% de sus pelotas más allá de la línea de saque. Para el encuentro, eso supuso lo mismo que el envío de la caballería a los campos de batalla. Nadal se vio obligado a retroceder, igual que los soldados de infantería dan un paso atrás cuando ven la fiera oleada de monturas que galopa de frente. El español jugó dos metros por detrás de la línea de fondo. Sus tiros, en consecuencia, se quedaron cortos. Incapacitado para dominar la mayoría de los intercambios, lo fio todo a su increíble capacidad competitiva. Suyos fueron algunos puntos memorables, como uno pasante de espaldas a la red y golpeando con la raqueta entre las piernas. El resto fue cosa de Djokovic. Suyos los precisos reveses. Suyos los contrapiés. Suyos esos peloteos gloriosos que le coronaron al sprint y al maratón, jugando a tiros y a ritmo, genial fuera cual fuese la propuesta de su oponente.

"Su movilidad es bestial", analizó Toni Nadal, tío y entrenador del número uno; "lo cierto es que llega a todo. Ha jugado mejor que Rafael, mucho más agresivo. Rafael no ha sentido bien la pelota".

En el argumentario del número dos hubo de todo. Fuerza para una salida fulgurante que le colocó 4-0 en los 15 minutos furiosos que siguieron a que superara un 15-40 de entrada. Cabeza para sobrevivir a un público encendido, a veces a contracorriente de lo que dictan las buenas costumbres del tenis. Corazón para detener las acometidas del rival, que remontó esas dos roturas iniciales para empatar, 5-5, el primer parcial. Y capacidad estratégica para sumar a su brillantísimo tenis el aprovechamiento de las circunstancias del juego. Maximizando la altura, el servicio y los golpes del serbio corrieron igual que el fuego se come vorazmente el trigo seco.

Hubo algo, sin embargo, que nada tuvo que ver con la arcilla, los 655 metros madrileños o la estrategia de Nadal. Djokovic domó la pelota siempre en su trayectoria ascendente. En el tenis, eso es como ponerse delante de un tren y confiar en que frene. Un riesgo solo al alcance de los iluminados. No hubo expreso capaz de contradecir sus deseos. Nadal tiraba pelotas raudas como el AVE. Djokovic las envolvía en el apeadero de su raqueta, desde donde salían disparadas dos veces más fuertes, dos veces más potentes, maravillosas siempre.

Además de los grandes méritos del adversario, hubo demasiados peloteos largos que acabaron con un error de Nadal. Hubo demasiados sufrimientos con su saque. Y hubo un planteamiento de encuentro aparentemente construido desde las fortalezas del contrario antes que desde las propias: Nadal no intentó someter a Djokovic al centrifugado de los cambios de dirección y ritmo con el que suele torturar. Puso la diana en su magnífico revés. Visto que la receta no funcionaba -"su revés fue buenísimo, increíble, bastante mejor que la derecha de Rafael", dijo Toni-, intentó lanzar bolas altísimas y sin fuerza contra el revés del serbio; buscar el centro de la pista; sufrir, morder, apretar hasta decir basta. No fue un Nadal menor. Fue un Nadal mayúsculo. Ni así pudo. El serbio, según el ránking, es el número dos. El juego, los títulos (seis) y los enfrentamientos particulares con los otros mejores del mundo en 2011 dicen otra cosa. Hoy, el mejor es de Serbia y se apellida Djokovic.

Djokovic devuelve la bola.
Djokovic devuelve la bola.ANDRES KUDACKI (AP)

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_