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HISTORIAS DEL 'CALCIO' | Fútbol | Internacional
Columna
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Gruñido

Enric González

Había que ver las caras al día siguiente, cuando el estupor empezaba a disiparse y la magnitud del desastre se perfilaba con claridad. La avalancha de chistes (el patrocinio de Seven Up...) y el sarcasmo de los rivales dolían, pero lo que más oprimía el pecho era la conciencia del pecado indeleble. Pasarán los años y el 7-1 seguirá ahí, una mancha eterna en los anales. Luciano Spalletti quiso que la plantilla al completo diera la cara y cada uno farfulló el mantra que le correspondía: "Hay que preservar la unidad" (Totti), "Todo nos salió mal y a ellos todo bien" (Panucci), "con el 2-0 tuvimos demasiada prisa por marcar" (De Rossi), "nos faltan suplentes" (Spalletti). Qué se le va a hacer. La mecánica más fina del calcio reventó en Old Trafford: un muelle por aquí, una tuerca por allá. Un reloj destripado. Una lástima.

Gattuso convive con Maldini, Pirlo, Seedorf, Kaká y Ronaldo. Cuando habla, todos escuchan
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Por alguna razón, el desastre del Roma en Manchester y el éxito del Milan en Múnich generaron una misma reflexión, quizá deprimente, en numerosos comentarios: el hombre que marca la diferencia, el futbolista italiano más relevante en el calcio de hoy, es uno de esos tipos tan listos que prefieren pasar por tontos, torpes y obcecados. Se trata, como es obvio, de Gennaro Gattuso.

Él sigue empeñado en preservar su mala fama. Tras un partido de Italia en el pasado Mundial, un periodista le comentó que había sido el jugador más destacado de la selección. Cualquier otro habría respuesto con una ñoñez de manual. Gattuso, no. "No empecemos insultando al fútbol", masculló. Pero la evidencia empieza a ser demasiado meridiana como para ocultarla tras un par de gruñidos. El mismo Carlo Ancelotti lo reconoce: "En una escala del 1 al 10, la importancia de Gattuso en el Milan es de 10. Gattuso es el alma del equipo".

Los amigos le llaman Rino. Los tifosi, Ringhio (gruñido). Los puristas del fútbol le retirarían, si pudieran, la licencia federativa. Muchos le consideran un descendiente no evolucionado de los Stiles, los Vogts, los Stielike: perros de presa, sicarios al servicio del técnico. El respeto que se le depara en el vestuario de Milanello indica, sin embargo, que Ringhio es algo más que eso. Gattuso convive con un tótem viviente como Maldini, un delineante mudo como Pirlo, un ególatra hiperactivo como Seedorf y un par de talentos como Kaká y Ronaldo y, cuando él habla, los demás escuchan. Cuando grita, los demás reaccionan. Cuando bromea, los demás ríen.

Su presencia basta para relajar tensiones. Como Goliath para el Capitán Trueno, Biscúter para Carvalho, Sancho Panza para el Quijote o Haddock para Tintín, representa la comedia, la humanidad, el alma. Nació en Marina de Schiavonea, Calabria profunda, y cuando le fichó el Glasgow Rangers cenaba cada noche en un restaurante italiano; se casó, como corresponde, con la hija del dueño y, a su regreso a Italia, se construyó una mansión de indiano en Marina de Schiavonea.

Un futbolista con barba es ridículo o especial. Sólo se recuerdan los especiales: el último Best, el gran Hulshoff del Ajax, el belga Gerets, el doctor Sócrates. Con su barba, su autoironía, sus pies cuadrados y sus ojos de Martínez Soria, Ringhio parecía condenado al chiste. Se ha convertido, en cambio, en una prueba viviente de que en el fútbol, como en cualquier otro oficio, es posible aprender y mejorar, incluso cuando el talento natural es limitado. Gennaro Gattuso, campeón del mundo, de Europa y de Italia, se retirará algún día con un palmarés asombroso.

Un secreto: no tiene los pies cuadrados. Un dato estadístico: no es un jugador violento. Una evidencia: a él nunca le meterán siete.

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