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Entrevista:El ídolo de Zidane

"Hoy el bueno no parece tan bueno y el malo no parece tan malo"

Enzo Francescoli, leyenda del fútbol uruguayo, dice que "la esencia del juego permanece"

Diego Torres

Marco Francescoli ignoraba algo muy importante de su padre Enzo. Lo descubrió después de un partido benéfico, el día que juntos fueron a encontrarse con Zinedine Zidane. Al principio, Marco, que entonces tenía 17 años, guardó silencio. Zidane era el hombre que más admiraba en el mundo y la veneración que le profesaba le secó la boca. Pero después de un rato, la figura del ídolo dejó de intimidarlo y lo interrogó.

-¿Dónde aprendiste a hacer ese control en suspensión? ¿Cómo hacés para dormir la pelota así con el pecho...?, indagó.

-Yo aprendí todo eso mirándolo a él.

Zidane señaló a Enzo, que observaba la escena incrédulo y silencioso con los ojos prominentes como lentes de aumento. Los mismos ojos que durante casi dos décadas le sirvieron para tener bajo control a todos los defensas rivales se detuvieron en la expresión de sorpresa de su hijo, ignorante hasta ese momento de la dimensión mitológica del tipo que le había dado el apellido.

"Zidane y yo nos identificamos porque entendemos el fútbol igual"
"Cuando empecé, comía raviolis antes de los partidos. Ahora están prohibidos"
"Lo más importante de este juego no es el gol, sino la acción previa que lo facilita"
"Esta acción es lo único que no se puede entrenar. Se nace para eso o no"

Di Stéfano dice que "el fútbol entra por los ojos". La carrera de Marco, que ahora juega en Estudiantes de la Plata, no habría sido la misma si nunca hubiese visto a Zidane por televisión. A su vez, la carrera de Zidane no se habría parecido a la que fue sin la aparición de Enzo en Francia en 1986. La admiración que le profesa Zidane al uruguayo es irracional y persiste en estos días, cuando ambos coinciden en España para promocionar Cracks, el programa de televisión que emite Cuatro sobre la vida en una academia de fútbol. "Francescoli no me entiende", comenta Zidane sonriendo. "Cuando yo le digo que para mí significó todo -y todo es todo-, no lo acaba de comprender".

Para averiguar el origen de esta fascinación es conveniente hablar con Enzo, alias El Príncipe (Montevideo, 1961), el futbolista uruguayo más venerado de la historia junto con Ghiggia y Schiaffino. El hombre se presenta de pies a cabeza vestido de riguroso gris. Como un sacerdote. Destaca por su porte noble, sus hombros anchos, y su rostro esquemático como la copia viva de un antiguo grabado griego.

"Zizou llegó a ser mucho mejor futbolista que yo", explica con severidad, "aparte de esto, nos identificamos porque tenemos la misma manera de entender el fútbol. Somos introvertidos. No nos gusta hablar con la prensa... Pero yo siempre me pregunté cómo pude impresionarle tanto si en Marsella sólo jugué un año".

Francescoli militó en el Olympique de Marsella durante la temporada 1989-1990. Pero cuando llegó al Velódromo no era un desconocido para la hinchada. Entre 1986 y 1989 jugó en el Racing de París, donde hizo 32 goles en 89 partidos. No era una cifra excesiva para un delantero. Pero Francescoli no era un delantero cualquiera. Era un diez. Lo mismo finalizaba que armaba las jugadas. Manejaba las dos piernas, tenía un gran salto y exhibía un repertorio técnico amplísimo que lucía con elegancia. Zidane heredó esa presencia majestuosa y esa facultad para iluminar la cancha allí donde a todo el mundo se le apaga la luz.

"Lo más importante del fútbol", observa Francescoli, "no es el gol sino esa acción previa al gol. Hay un momento, un segundo, donde se genera la posibilidad del gol. Es ese desborde, ese pase, ese regate, ese amague que posibilita el gol. Si Messi es el mejor es porque hace esto mejor que nadie. Y esto es lo único que no se entrena. Se entrena la defensa, la posesión y la definición. El que desequilibra lo sabe porque nació así".

El ex futbolista observa que el juego ha sufrido un cambio profundo en sus aspectos accesorios. "Hoy el fútbol es multicultural", dice. "Es lo que queremos reflejar en Cracks, seleccionando chicos de todos los continentes. Porque en los vestuarios te encuentras africanos, europeos del Este, latinoamericanos, franceses, alemanes, italianos... Para jugar primero hay que aprender a convivir, comprender a personas que no hablan tu lengua. Y después está la cancha. Ahí todo sigue igual. Es tranquilizador, es grato, comprobar que a pesar de todo lo que ha cambiado el fútbol, la esencia permanece. Cambia la táctica, la preparación y hasta los tipos de jugador. Un día el mejor es alto y fuerte como Van Basten, otro es chiquito como Messi. Es inútil buscar similitudes. El que era bueno hace 50 años sería igual de bueno hoy porque lo esencial sigue siendo jugar bien".

"Para mí, jugar bien es lo mismo que tenía que hacer cuando empecé a jugar en la calle", dice. "Luego incorporas cosas. Puedes aprender a colocarte, a perfilarte para golpear la pelota... Pero el pase, la gambeta, o el control, no son cosas que yo aprendí en un club. En la cancha los códigos siguen siendo iguales".

Dejó el River después de liderar al equipo que conquistó tres Copas Libertadores y cultivó a una generación irrepetiblemente prolífica: Bonano, Saviola, Solari, Crespo, Ortega, Aimar y Ayala son algunos de los futbolistas que se criaron bajo su égida. River no se recuperó de su marcha. Él se dedicó a los negocios con éxito. Fundó Gol TV en Miami, canal que compró los derechos de las Ligas europeas en exclusiva para Estados Unidos y está tasado en 300 millones de dólares.

Quienes le conocen dicen que es calculador, analítico, misterioso y muy inteligente. Observa el juego con distancia y, en general, no lo echa de menos. Pero las emociones son arbitrarias. "A veces extraño esa sensación de parar la pelota con el pecho", dice.

El fútbol sólo le interesa como negocio y como vía para educar a su hijo futbolista. "Hay algo que intento inculcarle", dice, "y es que hoy la técnica no marca la diferencia como hace 20 años. Hoy el bueno no parece tan bueno como antes y el malo no parece tan malo. Los equipos se han equiparado porque los niveles entre jugadores se han igualado. La preparación física ha ayudado a muchos jugadores que no están naturalmente tan dotados a contrarrestar a otros que sí lo están. Para que el jugador técnico siga siendo desequilibrante debe cuidar muchos aspectos que antes no se tenían en cuenta. Cuando empecé en el Wanderers, antes de los partidos comía en mi casa porque no había concentraciones, como ahora. Y como mi familia es de origen italiano me daban canelones, ravioles, lasaña... Hoy la pasta rellena está prohibida por los dietistas. Estos detalles son decisivos".

Harto de los detalles, "cansado mentalmente", como él dice, Francescoli dejó el fútbol profesional en 1997.

Enzo Francescoli, durante un momento de la entrevista.
Enzo Francescoli, durante un momento de la entrevista.SAMUEL SÁNCHEZ

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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