_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El joven Johnson

Aunque a veces pueda parecer lo contrario, todo el mundo ha sido joven alguna vez.. Incluso Magic. Acostumbrados a su camiseta amarilla con un 32 en la espalda, cuesta trabajo imaginarlo de otra forma que no sea deleitando a Jack Nicholson y compañía.Fue hace muchos años. Tantos como para que en este país no se pudiese aún decir lo que se pensaba. Cada dos años se celebraba en Manhein (Alemania) un torneo para selecciones juniors. En 1977, España acudió con la mejor cosecha de su historia, la gran reserva del 59. Jugando más que bien, el equipo español llegó a la final, donde se enfrentó a EE UU. Como ocurriría en Los Ángeles 84, fue una masacre.

Nada ni nadie pudo evitar que subiésemos al podio con la pesada carga de más de 30 puntos de diferencia con respecto a nuestros orgullosos vecinos de cajón. ¡Quién iba a imaginar que uno de nuestros verdugos nos iba a tener con la boca abierta durante su futura carrera en la NBA!

Erving Johnson -por aquella época no se había ganado todavía el apodo mágico-, era el más espectacular dentro y fuera de la cancha. Cuando estaba en pantalón corto, ya representaba la perfecta definición del jugador total. Jugaba de todo y no encajaba con nada. Cogía el rebote, llevaba el balón con el estilo que posteriormente le hizo famoso y pasado el medio del campo su visión de 360 grados le permitía dejarnos en evidencia haciéndonos ir hacia un lado mientras la pelota se dirigía justo al contrario.

Pasada la ducha, sus salidas del vestuario eran auténticamente negras: enorme radiocasete al hombro confunky a todo volumen, y un peine incrustado en su larga y rizada cabellera.

Han pasado 13 años y volvemos a tener a la vista a Erving Johnson. No se presentará con la enorme radio, y el peine lo dejará en el hotel. Se comportará con cordialidad y lucirá su enorme sonrisa. Pero no nos va a engañar. Cualquiera que le pudo ver alejándose al ritmo ensordecedor de Michael Jackson sabe que esta especie de dios deportivo también una vez fue joven.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_