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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO | NBA
Columna
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El Joventut es el Utah Jazz de la ACB

En 2003 jugué con el DKV Joventut. El tiempo que pasé con el equipo fue divertido en todos los sentidos y sigue siendo una de las paradas favoritas en este currículo mío que no para de crecer como jugador de baloncesto. Debido al origen no estadounidense de mi novia, me encontré de vuelta en Barcelona esta primavera. En un intento de recordarme a mí mismo que soy jugador de baloncesto profesional, decidí que necesitaba un sitio donde entrenarme. No quería presentarme en San Petersburgo, por ejemplo, con más conocimientos sobre las cosechas de Rioja que sobre los tiros en suspensión. A la gente del Joventut no le importó nada permitirme que utilizara sus instalaciones. Me sorprendió lo amables que fueron: todo el mundo se acordaba de mí y eso que sólo estuve cuatro meses en el equipo. La plantilla parecía contenta, tanto con su trabajo como en general. Creo que sé por qué: el Joventut ha fomentado una actitud de profesionalidad que ha engendrado una mentalidad orientada a la regularidad. ¿Por qué iba alguien a querer dejar eso?

Mientras recorría las canchas secundarias de Badalona, tuve tiempo para pensar sobre la regularidad en el baloncesto. En ese momento, los Jazz de Utah estaban en medio de una racha de 12 victorias seguidas en la NBA. Caí en la cuenta de que los Jazz son el Joventut de la NBA. O que el Joventut es el Utah Jazz de la ACB. En cualquier caso, ambos equipos parecen haber establecido una cultura que permite un ambiente relajado y, en consecuencia, un baloncesto ganador. Los Jazz han llegado a los playoffs nada más y nada menos que 22 veces en los últimos 26 años. La historia del Joventut es parecida: ha terminado entre los ocho primeros en 20 de los últimos 24 años (incluida la remontada espectacular del año mágico de 2003, que nos colocó en séptimo lugar; y, ya lo sé, fue un año que es mejor olvidar, pero yo me lo pasé bien gracias a la forma de entrenar, siempre divertida, de Manel Comas, y a la paciencia de que hicieron gala Jordi Villacampa y Rosalía Pinet a la hora de tratar con un joven estadounidense cabezota).

Para los Jazz, este año parece ser más de lo mismo. Mientras escribo estas líneas, van cuartos en la Conferencia Oeste y parece que ya tienen asegurado un puesto en los playoffs. Han ganado sin mucha pompa, posiblemente porque no tienen ninguna estrella de verdad y posiblemente porque el equipo tiene su sede en Utah, un lugar del que los estadounidenses apenas sabemos nada. Utah siempre se ve eclipsada por los lugares que no están llenos de gente que profesa las creencias religiosas más ilógicas de todas (pongámoslo de esta forma: si la comida mexicana medianamente picante es una religión, el mormonismo es una auténtica guindilla inyectada directamente en el sistema sanguíneo de uno).

El Joventut no es distinto. El equipo no deja de ganar, pero lo hace sin la atención que se le da a otros equipos (por suerte, no tiene nada que ver con los mormones). Supongo que su relativa oscuridad tiene algo que ver con el omnipresente hermano mayor que es el Barcelona, pero no soy historiador de la ACB, así que sólo es una suposición.

Es una pena, pero es probable que los Jazz de Utah no ganen el campeonato de la NBA este año, aunque a todos nos gustaría que lo hicieran. Demostraría que hacer las cosas bien y de forma regular termina compensando. Es decir, se lo demostraría al resto de la gente. Yo ya tengo claro que la regularidad es un modelo del que todos podemos aprender. A mí me bastó con ver a la gente tan simpática del Joventut. Lo único que espero es que no se les olvide. Me gusta tener un sitio en el que entrenarme.

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