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El 'Lost in translation' del Barça

La afición de los japoneses por el fútbol no alcanza la pasión desmedida

Los japoneses son el blanco perfecto de muchos tópicos gentilicios. El más enraizado es que van en manada, ya sea en su agotadora jornada laboral o en sus escasas vacaciones. Se cree que van siempre juntos aunque ello les conduzca al antro turístico más infecto. O que les deslumbra el fútbol y, en particular, el español. Ambos mitos solo lo son a medias. Es cierto que son grupales, pero sin complejos, y sus héroes, desde el samurai Hideyoshi, que unificó la nación, hasta el escritor Mishima (sí, el del suicidio ritual) son paradigmas del individualismo.

Con el fútbol pasa lo mismo. Son aficionados, pero de conveniencia. Su primer deporte es el béisbol. Exportan jugadores a las Ligas norteamericanas y han sido campeones mundiales, lo que les permite identificarse con sus figuras nacionales. El balompié es una moda que hace furor, pero que no ha calado del todo en el alma nipona.

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De hecho, mientras el béisbol se practica desde hace más de 100 años, el fútbol debe su implantación a la serie animada Oliver y Benji, que aquí se llamó Capitán Tsubasa por el nombre de un cómic manga creado por Yoichi Takahashi, que no tenía ni idea de lo que era un penalti o un fuera de juego cuando escribió el primer número en 1981. Los responsables padres japoneses vieron en esos dibujos los valores del esfuerzo y el sacrificio y apuntaron a sus disciplinados hijos a practicar ese extraño deporte que se juega con los pies. Las grandes corporaciones, como Toyota, apoyaron publicitariamente el implante y se creó una Liga con los inexpertos jugadores locales y viejas glorias europeas y latinoamericanas.

Ahora son los futbolistas japoneses los que emigran a Europa, pero casi como curiosidades cuando no como reclamos publicitarios. Miyaichi (Arsenal), Nagatomo (Inter) o Kagawa (Borussia de Dortmund) están entre los que más han despuntado. Y hasta Oliver, cuya serie se sigue emitiendo aquí, ha fichado por el Barça. Así que los aficionados se centran en los equipos foráneos para desplegar su pasión futbolera a la manera de la que despierta la NBA entre los seguidores del baloncesto en España.

La acogida que ha merecido el Mundialito es la prueba palpable de esa pasión contenida. Las televisiones dedican breves espacios al evento. Y tampoco hay avalanchas para recibir a los equipos. El domingo por la noche, a la llegada del Barça al aeropuerto de Narita, apenas le esperaban una decena de hymegyaru, las adolescentes que se disfrazan para parecer princesas góticas o colegialas lolitas. El mismo chasco se han llevado los brasileños del Santos. El vestíbulo de su hotel, en Nagoya, estaba repleto de hinchas, pero no suspiraban por el equipo de Neymar, sino por Steven Tyler, el cantante de la célebre banda de rock Aerosmith.

En un país en el que el deporte rey es el karaoke y los jóvenes visten sin rubor de rockabillys o rastas, las estrellas del pop desplazan a cualquier rival deportivo. De hecho, Xavi o Pedro han pasado inadvertidos mientras paseaban por los lugares más concurridos, como Shibuya, el time square de Tokio. No muchos aficionados madrugaron para ver el Madrid-Barca por la televisión de cable. El clásico no merece mucha atención. Porque el verdadero es el que enfrenta a los Gigantes de Tokio y los Tigres de Osaka en el béisbol.

Y eso que el fútbol japonés logró colocar en las semifinales al Kashiwa Reysol, un equipo modesto, eliminado ayer por el Santos, que habría podido protagonizar un capítulo de Oliver y Benji. Recién ascendido a Primera, ganó la Liga. Entrenado por un brasileño, Nelsinho Baptista, tiene en su nombre el emblema de la perseverancia (las palabras en español unidas rey y sol), del que siempre hace gala el protagonista de la serie, y en sus filas militó en su día Stoichkov.

El fútbol se ha convertido en una cosa de mujeres. La selección femenina ganó inesperadamente el verano pasado el Mundial, en Alemania, en una final agónica contra Estados Unidos, que se adelantó dos veces y cayó en los penaltis. La federación tomó nota y ha centrado sus esfuerzos en organizar el próximo Mundial femenino, por lo que no se presentará para el de clubes masculinos ni en 2013 ni en 2014.

Para esta edición, las entradas se han agotado. En la final, previsiblemente entre el Barça y el Santos, los brasileños llevarán ventaja en la grada: han venido 5.000 seguidores suyos por los escasos 400 de la delegación catalana. Pero los nipones animarán más al Barça por la influencia de su colonia de São Paulo, hinchas paulistas que odian al Santos.

La torcida, enfundada en sus chándales blancos, ha peregrinado por los principales templos sintoístas y budistas de Tokio, como Senso-Ji o Meiji-Jingu. Va a tener que rezar mucho para que se cumplan sus deseos de victoria. El Barça supera al Santos línea por línea y tal vez jugador por jugador, incluyendo a Neymar, un gnomo al lado de Messi que, como Cristiano Ronaldo, ocupa muchas portadas hasta que llegan los partidos importantes y pega el gatillazo.

El único peligro es que a los jugadores culés les entre un ataque de melancolía en este Japón invernal como les ocurría a los protagonistas de Lost in traslation. En la genial película de Sofia Coppola, un actor consagrado (Bill Murray) que ha venido a grabar un anuncio de güisqui intenta encontrar sentido a su vida mientras se emborracha en el bar de un hotel de lujo (el Park Hyaat) hasta que encuentra a Scarlett Johansson, una fotógrafa, que le hace revivir.

El equipo de Guardiola también lo ha ganado todo. Viene de humillar a su eterno rival, el Madrid. Así que a los azulgrana les quedan pocos alicientes para pelear por este Mundialito y, como Murray, se pueden dejar llevar por la indolencia existencial mientras buscan sentido a su éxito. Salvo que, como en la película, encuentren a una musa rubia que les devuelva la ilusión. Pep se pasa el día convenciéndoles de que esta Copa brilla como Scarlett. Veremos si el señuelo funciona.

Aficionados nipones, durante un partido.
Aficionados nipones, durante un partido.TOSHIYULD ALZAWA (REUTERS)

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