Los himnos

La verdad es que varían enormemente según como sean interpretados y hoy en día apenas se oyen por la televisión o por la radio: los más patrióticos locutores, los que dicen "manejamos bien la pelota" o - por supuesto- "hemos ganado", hablan sin parar, también durante los himnos, el propio y los ajenos, también durante los minutos de silencio. Ni siquiera el asesinato del pobre colombiano Escobar les merece respeto, su verborrea está por encima de todo. El himno más bonito sigue siendo el alemán, no en balde lo compuso Haydn. Como tantas otras cosas, la música se la robaron a Austria. Contaba Juan Benet que cuando se rindió Alemania hace casi cincuenta años, la radio de Hamburgo se limitó a dar la noticia escueta y a continuación hizo sonar la versión original, el Poco adagio, cantabile del cuarteto de cuerdas llamado Kaiserquartett. Es lo más melancólico y poco triunfalista que pueda oírse, pero las bandas militares lo han convertido en una. perpetua fanfarria victoriosa, jactanciosa, ominosa. Como con las traducciones, uno se pregunta cómo una partitura puede ser tan distinta según el intérprete y, sin embargo, la misma.En este Mundial no suenan los otros dos más bonitos, el de Inglaterra, quizá compuesto por John Bull en el siglo XVII, y el de Francia, la mítica Marsellesa de Rouget de Lisle. Estos tres himnos, como la mayoría, tienen letras tradicionales que los jugadores cantan sin problemas. Del Godsave the king hay unas maravillosas variaciones para piano y orquesta de Johann Christian Bach, de lo más alegre que puede escucharse. La existencia de estas versiones clásicas y civiles lo reconcilian a uno con esos himnos, hasta le permiten emocionarse sin remordimientos con el pretexto de estar recordando a Haydn, a Bull, a un hijo de Bach o la película Casablanca. Es una gran ventaja de la que carecemos los españoles, cuando nuestra Marcha de granaderos, del siglo XVIII, no está nada mal y, tocada suave y lentamente -de manera derrotista, sólo la he oído así una vez-, llega a ser casi tan melancólica y poco ofensiva como la cuerda de Haydn cuando es sólo cuerda. Es dificil, sin embargo, que la pieza no resulte más bien odiosa, al menos para nuestra generación, que la oyó demasiadas veces en desfiles presididos por la mano floja que subía y bajaba como un paso a nivel, qué barrera.
La relación de los jugadores con sus países se nota en la manera en que escuchan estas músicas. Los hay ingenuamente patrióticos como los de México (la mano en el pecho) y aviesamente patrioteros como los de Alemania ("Pues no faltaría más", parecen estar pensando). A algunos no les gusta su melodía, pero es la suya, como ocurre con Brasil y Argentina; los italianos no saben bien qué hacer con su festivalero Hermanos de Italia o Himno de Mameli, es de prever que Berlusconi lo cambie pronto por alguna canción confidenziale o televisiva, por ejemplo Volare.
Los hay que escuchan emocionados, los hay que escuchan deseando que la monserga atabe. Entre éstos me temo que están los españoles, que cantar no pueden. ¿Cómo podrían? La única letra que yo recuerdo es una burlesca de tiempos de Mano Floja, decía: "Franco, Franco, qué cara más fanática que tiene usted, parece un requeté; lleva la flecha en la mano y siempre va gritando ¡Viva, viva Cristo Rey". A ver si se le encarga una a algún escritor españolísimo, como Umbral o Gala. Por lo menos nos reiríamos a a vez que oyéramos la cursilada cantada a voz en cuello por los muchachos.
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