_
_
_
_
_
ENTRE FANTASMAS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Made in Mou Tres

Tras asistir a más de un centenar de sesiones de espiritismo, Maurice Maeterlinck llegó a la conclusión de que los muertos se habían vuelto tontos. Teniendo tantas cosas esenciales que comunicarnos, solían provocar nuestro más infantil asombro con trucos de tahúr, golpes y movimientos de mesa o nimias revelaciones como: "El reloj de la abuelita está en el tercer cajón de la cómoda" y estupideces por el estilo.

A su regreso de la Isla de San Michele, Mou pensaba como Maeterlinck que los muertos no estaban en sus cabales y que el espectro de H.H., siglas del antaño sagaz entrenador que ahora compartía el selecto cementerio veneciano con Ezra Pound y otras celebridades, había perdido en la tumba su proverbial perspicacia. O le estaba tomando el pelo. "¡Si tuvieras en tu equipo, Dios no lo quiera, a uno de esos jugadores que galopan y cocean y no juegan sin balón, contabiliza las jugadas que mueren en sus pies y actúa en consecuencia antes de que sea demasiado tarde!", le había recomendado a voz en grito el ínclito fantasma. ¿Acaso aludía al más caro e intocable jugador de la plantilla del Club Central Florentino? Bien era verdad que el mejor jugador del mundo, comportándose como un niño mimado, no había dado pie con bola en el Mundial y había tenido un patético comienzo de Liga. Tras cada jugada pifiada, o a cada histriónico tropiezo, se desentendía del partido para lamentarse al cielo. Las ocasiones falladas pueden ser más decisivas que los goles metidos, pensaba Mou, y ningún jugador debe quedarse sentado mientras el balón sigue rodando. Pero precisamente ahora, bajo sus auspicios y prescripciones, el jugador en cuestión volvía a marcar goles y a desestabilizar a los adversarios con sus carreras, pases y desplazamientos. Mou había actuado, por tanto, en consecuencia, antes de que fuera demasiado tarde, con persuasivas razones y paternales reprimendas, y ahí estaban los resultados. De la noche a la mañana, su pupilo se había convertido en máximo goleador y el equipo se había encaramado a lo más alto de la tabla. ¿Qué más se podía pedir? ¿Con qué nueva impertinencia de ultratumba pretendía el viejo difunto entrenador instigarle? Quizás los ilustres inquilinos del cementerio de San Michele no anduvieran muy al día en cuestiones balompédicas o no estuvieran abonados a Canal+, pero Ronaldo ya no era el problema. Ni sus siglas comerciales ni su protagonismo mediático desbaratarían el proyecto de un Real Club Central made in Mou.

Cristiano, su pupilo, carecía de cerebro para erigirse en representante de Dios en la hierba. Y reclamó a Zidane

No obstante, el susodicho Mou era consciente de que nunca podría crear un equipo a su imagen y semejanza en torno a una figura que corría sin ver ni mirar a diestra ni a siniestra, obcecadamente rectilíneo, como si llevara anteojeras. Además, le molestaba especialmente que le hiciera la competencia en ciertos desplantes sobreactuados que, al parecer, consideraba parte de su estilo personal. Como cuando, antes de ejecutar una falta, su compatriota adoptaba peliculeros aires de espartano en las Termópilas. En definitiva, a pesar de sus excepcionales cualidades físicas y pericia técnica, Ronaldo carecía de cerebro para erigirse en representante de Dios en la hierba. Mou ensayaba alternativas, mientras rememoraba como una letanía las palabras del viejo entrenador: "Pensar rápido es tan importante como jugar rápido. Y, cuando el pensamiento se adecua a la estrategia, pensar y jugar rápido son la misma cosa. Aunque, a veces, sea mejor no pensar para que un remate entre por la escuadra. Si lo piensas dos veces, no entrará".

El momento había llegado de dejar que los fantasmas de San Michele jugaran a las tabas y ocuparse de otros fantasmas en su propio Club.

Potencialmente insidiosos, según su particular paranoia. Los mismos fantasmas, por cierto, que le habían contratado. Sin pensárselo dos veces, les metió un gol por la escuadra. Con el subterfugio de necesitar ayuda en el ámbito deportivo, reclamó que le trajeran a uno de los más grandes jugadores ya retirados, Zinedine Zidane. En realidad, lo necesitaba para encomendarle una misión muy especial: mantener la distancia con las más relevantes personalidades del Real Club Central y evitarle posibles ingerencias.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_