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Reportaje:LIGA DE CAMPEONES | Cuarta jornada

Mestalla dispara contra todo

El público del Valencia, que insultó a Emery por un cambio ante el Leverkusen, ha sido siempre muy duro con sus jugadores y técnicos

Cuando en el minuto 58, el martes ante el Leverkusen, Mestalla arremetió espontáneamente contra su entrenador, Unai Emery, un corresponsal extranjero preguntó sorprendido: "¿Qué gritan? ¿Puto?". No, bramaban "burro, burro, burro", un grito tradicional en el estadio del Valencia, normalmente contra el árbitro, pero esta vez contra su técnico, por sustituir a Feghouli en lugar de a Pablo. Este, precisamente, se ha convertido en uno los blancos de la ira del público desde que, hace un par de semanas, frente al Athletic, errara un pase aprovechado por Muniain para marcar.

Mestalla está de uñas y apenas perdona un mal control, un pase al contrario o un cambio supuestamente equivocado, por mucho que Emery acertara el martes al permitir que Pablo siguiera, pues uno de sus pases reactivó al equipo y propició una victoria indispensable para tratar de seguir adelante en la Champions (3-1).

"He visto a jugadores llorar en el vestuario y no querer salir", recuerda Roberto

¿A usted le abuchearon alguna vez? "Muchas", responde Fernando Gómez, el 10 del Valencia durante 14 temporadas entre 1984 y 1998, que recuerda una época en la que, antes de recibir el balón, ya le estaban silbando. "Eso te resta mucha confianza, tienes mucho miedo a fallar y has de tener mucha personalidad para superarlo. Las almohadillas en Mestalla eran un clásico", añade. La grada de Mestalla es muy emocional, exagerada para lo bueno y para lo malo, y, según Fernando, tiene "muy poca paciencia", demasiado pendiente del "corto plazo". Jugadores legendarios como Claramunt, Kempes o Mendieta sufrieron en distintos momentos la cólera de la grada.

"Ha pasado siempre. Yo he visto llorar a jugadores en el vestuario, como Otero [lateral derecho entre 1994 y 1997], y no querer salir", recuerda Roberto Fernández, excentrocampista del Valencia y el Barça. "Antes, se metían más con los jugadores. Con Castellanos [mediocentro entre 1976 y 1986], por ejemplo, aunque con el tiempo, acabó ganándose a la gente porque tenían mucha personalidad. Ahora se meten más con el entrenador por esa moda del vete ya que no me gusta nada". Respecto a las críticas a Pablo, Roberto se indigna: "No veo ningún motivo para meterse con el chaval, que es de la tierra y es un crío".

Emery se lo tomó con deportividad, entendiendo la "protesta" de la grada como gajes del oficio, sin darle demasiada importancia. Advertido de que Mestalla ha sido a menudo desagradecido con sus entrenadores. En periodos recientes, Héctor Cúper, pese a alcanzar dos años seguidos la final de la Champions (2000 y 2001), fue zarandeado dentro de su coche cuando trataba de abandonar el estadio. A Rafa Benítez, ganador de dos Ligas, se le silbó en un partido de su primera temporada, ante el Alavés, al entender que no arriesgaba lo suficiente. No escaparon a los abucheos ni Claudio Ranieri ni Quique Flores, a pesar de que el italiano mantuvo una relación mucho más amable con la grada.

En su etapa de cuatro años como portero del Valencia, desde 1994 a 1998, Andoni Zubizarreta elaboró una teoría según la cual la afición local solo apoyaba incondicionalmente a su equipo cuando se enfrentaba al Madrid o al Barça, los únicos rivales a los que considera superiores.

Tan excesivo en todo, el público de Mestalla también mostró el martes su lado positivo: al escuchar los insultos de los ultras contra el Levante, la masa reaccionó fulminante, igual de espontánea que contra Emery, para afear y acallar los menosprecios de los radicales a los vecinos.

Por otro lado, el Valencia conoció ayer el alcance de la lesión de su mediocentro Ever Banega: esguince de ligamento interno de la rodilla derecha, entre cuatro y seis semanas de baja. En el derbi del sábado, en el Ciutat de València ante el Levante, llegó la hora de Tino Costa y, en su defecto, de Parejo, uno de los fichajes más inactivo del pasado verano.

Emery, el pasado martes.
Emery, el pasado martes.ALBERTO SAIZ (AP)

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