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EL CÓRNER INGLÉS
Columna
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Un Mundial de supervivientes

- "El deporte puede cambiar el mundo". Nelson Mandela

A los afrikaners, la tribu blanca dominante de Suráfrica, les gusta decir que son, por naturaleza, unos "supervivientes". Es verdad, pero no es toda la verdad. Todos los surafricanos lo son. La totalidad de los blancos porque se asentaron en un territorio muy grande de África (Suráfrica es dos veces el tamaño de España) y ahí lograron forjarse una vida y una identidad; los negros, porque pese a todo lo que les echaron encima los blancos -primero, y durante siglos, balas; después el sistema de denigración política, económica y moral conocido como el apartheid- resistieron, al punto de que hoy están en el poder.

Si Nelson Mandela, que pasó 27 años en la cárcel por querer liberar a su pueblo, es el emblema de la supervivencia negra, el emblema blanco -o uno de ellos, al menos- es un afrikáner que estuvo de visita en Barcelona esta semana. Se llama Marthinus Van Schalkwyk y vino a España a convencer a la gente que viaje a Suráfrica para el Mundial. Su historia no es ni épica, ni gloriosa, ni especialmente ejemplar, pero lo que sí demuestra es la capacidad de adaptación (condición darwiniana de la supervivencia) que poseen los surafricanos. Si Mandela ha llegado hasta donde ha llegado (de la cárcel a la presidencia de su país), y Van Schalkwyk también, entonces Suráfrica debe ajustarse al reto de organizar un buen Mundial.

Van Schalkwyk, de 50 años, nació en una región ultraconservadora al norte de su país. En la universidad decidió que su futuro estaba en la política. En aquel momento no había muchas alternativas: se incorporó a las filas del Partido Nacional, que llevaba más de tres décadas en el poder defendiendo el apartheid y se enfrentaba en aquel momento de manera violenta y represiva al "peligro negro", representado por la figura de Mandela y su Congreso Nacional Africano.

El buen Van Schalkwyk prosperó dentro de su partido y en 1989 fue electo presidente de la Juventud Nacionalista. Acto seguido, consiguió su primer escaño en el Parlamento blanco. Los negros en aquel momento no tenían el voto. Cinco años después, sí lo tendrían. Mandela ganó las primeras elecciones democráticas de la historia de su país y los políticos del Partido Nacional pasaron tranquilamente a la oposición. Otra posibilidad para Mandela hubiera sido ponerlos a todos contra el paredón, pero el nuevo presidente era demasiado pragmático. Matar a blancos hubiera tenido su atractivo, y su justicia, pero no hubiera contribuido a lograr los principales objetivos de Mandela, la estabilidad política y la paz social.

El Partido Nacional fue perdiendo gas hasta que en 1999 se disolvió, para poco después reconstituirse bajo el original nombre de Nuevo Partido Nacional. El líder del nuevo partido fue Marthinus Van Schalkwyk, el único de los dinosaurios del antiguo liderazgo que sobrevivió. O no tan antiguo. Tenía apenas 40 años y, por su aspecto juvenil, se le conocía por el apodo short pants (pantalones cortos). Pero de tonto no tenía nada. Por eso fue que, al descubrir que el nuevo nombre no había contribuido nada al sex appeal electoral de los Nacionalistas (tras haber mantenido el poder durante 46 años iban por debajo del 2% en las encuestas), Van Schalkwyk tomó la histórica decisión de disolver el partido una vez más, y para siempre. Lo que hizo, demostrando un pragmatismo quizá sin precedentes en la política, fue incorporarse al nuevo partido del poder, el Congreso Nacional Africano (CNA), a cuya gente su gente se había dedicado a matar o humillar durante la mayor parte del siglo XX.

Marthinus Van Schalkwyk es hoy ministro de gabinete en el Gobierno del presidente Jacob Zuma. Ministro de Turismo, para ser exactos, papel en el que dio una breve conferencia esta semana en Barcelona. Le presentó el embajador surafricano en España, Vusi Bruce Koloane, que militó en las filas del CNA y vio a varios de sus compañeros morir a manos del régimen que defendía Van Schalkwyk cuando presidía la Juventud Nacionalista. Las palabras de Koloane sobre su ministro fueron corteses, solemnes, respetuosas, halagadoras, naturales. Van Schalkwyk estuvo, a su vez, impecable con el embajador.

Éstos serán nuestros anfitriones en el Mundial 2010. ¡Qué gente! ¡Qué país!

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