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EL CÓRNER INGLÉS | Fase clasificatoria para el Mundial de Suráfrica 2010
Columna
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Nacionalismo inglés y Fábregas

- "No parábamos de declarar que ganaríamos el Mundial. Una estupidez".

Steven Gerrard, tras el fracaso de Inglaterra en el Mundial de 2006.

La prensa deportiva inglesa babeaba el lunes pasado. Cesc Fábregas era el objetivo de su húmeda devoción. El día anterior, el español había ofrecido el espectáculo de juego individual más demoledor visto en Inglaterra esta temporada. El diario The Sun, que puntúa a todos los jugadores cada fin de semana, hizo algo insólito: le dio un 10. Difícil darle menos. Fábregas estuvo, sencillamente, perfecto en la victoria de su equipo, el Arsenal, sobre el Blackburn Rovers por 6-2. Dio cuatro asistencias de gol, tiró dos veces al travesaño y metió un golazo desde el borde del área con su pierna más débil, la zurda.

Los futboleros ingleses se han convencido de que, con Capello al mando, el Mundial será suyo

Pero no es titular incondicional en la selección española. Su puesto lo ocupa Xavi, del Barcelona, y es difícil pensar que los dos lleguen a jugar juntos en los partidos decisivos del Mundial de Suráfrica el año que viene. Fábregas es el director de orquesta del Arsenal; Xavi, el del Barça. El Barça ha demostrado ser un equipo considerablemente más fuerte y eficaz que el Arsenal, que por otro lado juega el fútbol más atractivo de la Liga inglesa, el que más se parece al del equipo catalán. Como decía una periodista de The Guardian esta semana, el Arsenal es la versión light del Barcelona, la versión ligera del original, como Coca Cola Light. Fábregas es, hoy por hoy, Xavi Light.

Pero tiene tiempo y llegará, seguramente para convertirse un día en el sustituto de Xavi en el Barça, como en la selección. Con lo cual...¡qué selección, la española! ¿Cuántas habrá en el mundo capaz de darse el lujo de no poner a Fábregas de titular? Argentina mataría por él; Brasil no dudaría ni un segundo en seleccionarlo; Francia, Italia, Alemania también. Y en Inglaterra, si no lo pusiesen en la selección, lincharían al entrenador.

O quizá no. Fabio Capello se ha convertido en la figura más admirada de Inglaterra desde tiempos de Winston Churchill. Tras clasificarse fácilmente para el Mundial, los hipernacionalistas futboleros ingleses (no les importa que el entrenador sea italiano, del mismo modo que a Joan Laporta no le importa que su mejor jugador sea argentino) se han convencido de que el Mundial de 2010 es suyo. Ayer hubo un gran despliegue en el Independent en el que se comparaba a Capello y sus jugadores con Sir Alf Ramsey y los suyos, los que ganaron el Mundial en 1966. La conclusión fue que lo de Suráfrica estaba chupado.

Si existiese en España el mismo grado de histérico optimismo que en Inglaterra, pensaríamos que está más que chupado: que mejor nos den la copa ya, y que todos se eviten la molestia de pasarse el mes de junio el año que viene en el invierno africano. La superioridad de la selección española sobre la inglesa es abrumadora. Para empezar, Inglaterra no tiene portero titular (no, no saben todavía cual es el menos malo); mientras que España tiene tres (Casillas, Reina, Diego López) que están entre los mejores cinco del mundo. Arriba, España tiene a dos de los cuatro mejores goleadores del planeta, los actuales pichichis de España e Inglaterra, David Villa y Fernando Torres. Inglaterra sólo tiene un delantero que sabemos que jugará en todos los partidos de Suráfrica, si no se lesiona. Wayne Rooney es un gran jugador, uno de los mejores diez del mundo, quizá, pero tiene un problema; no marca goles con la misma regularidad que Villa y Torres (o que Messi y Cristiano). El otro problema es que no hay ningún delantero inglés que esté remotamente a su nivel.

Pero da igual. Siguen insistiendo que van a ganar el Mundial. Los ingleses saben mejor que nadie lo bueno que es Fábregas, se desviven por Torres, y reconocen que no tienen portero, pero se han convencido de que tienen una selección mejor que la española. Una vez más se comprueba: cuando el nacionalismo entra en juego, se suspende la razón.

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