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Entrevista:EXTRAÑOS EN LA GRADA | NICOLÁS CASARIEGO | FUERA DE JUEGO

"Nos mirábamos en Brabender"

Elsa Fernández-Santos

El equipo de baloncesto del colegio Estudio marcó la ética deportiva del escritor Nicolás Casariego (Madrid, 1970). "Allí, además de divertirme, aprendí la ética clásica del deporte: el esfuerzo, el sacrificio y hacer amigos. Para mí esos valores siguen siendo hoy exactamente los mismos, pero por desgracia, entre finales de los años ochenta y principios de los noventa, se perdieron". Para Casariego, la profesionalización de los equipos acabó con una manera de vivir la cancha. "Poco a poco la actitud de los padres en los partidos empezó a cambiar y los enfrentamientos se volvieron más y más competitivos".

En su equipo estaba uno de sus compañeros de clase y mejores amigos, David Brabender, hijo de Wayne Brabender, el histórico alero del Real Madrid que también jugó en el Cajamadrid y el Canarias. "Brabender era el jugador en el que nos mirábamos, nos decía qué hacíamos mal y nos decía que teníamos que ser más serios y sacrificados", afirma el autor de Cazadores de luz, guionista (junto a Jaime Marques) de la película Intruders, un filme cuyo argumento ha novelado en su último libro, Carahueca.

"Brabender solía ir a vernos a los entrenamientos y recuerdo que luego, cuando me llevaba a mi casa, en lugar de dejarme en la puerta, paraba el coche en una cuesta para que hiciera piernas antes de llegar. Era uno de esos deportistas a la antigua usanza", explica Casariego sobre el "padre de David", quien también acabó siendo jugador profesional en el Real Madrid. "Gracias a ellos vi muchos partidos, y conocí a Tachenko, que tenía una mano como tres cabezas mías y que después de los partidos se bebía de un trago un tercio de cerveza. Brabender era técnicamente buenísimo, muy sacrificado, con un tiro increíble. Un anotador frío. Y siempre tan educado en el campo. También recuerdo a Petrovic. Era el talento puro, pero malo, se reía todo el rato de los contrarios. La verdad es que fue una gran época. Me lo pasé genial".

Casariego es de esos madridistas de siempre, rodeado de hermanos madridistas y amigos madridistas para los que pertenecer al equipo blanco casi roza un misterio que les hace bajar la cabeza y sonreír como cuando uno justifica lo injustificable. El tiempo le ha distanciado de su equipo, al que mira con nostalgia y cierto desencanto. "En el fondo, desde que llegó Florentino solo se han recuperado los valores del dinero y no precisamente esos valores de los que siempre ha presumido el Madrid. Él echó a Hierro, a Morientes, a Redondo, y ahí ya empezó para mí la decadencia del club. Porque a cualquier aficionado lo que le gusta es ver jugadores de la casa rodeados de jugadores buenos. En el fondo la sensación que tengo, y no es solo con el Madrid, es que el dinero ha corrompido los deportes, y el fútbol más que ninguno". El fútbol, añade, es la metáfora perfecta de la deriva del país. "Y el fútbol", explica, "se ha vuelto desagradable".

Pero lo peor no es solo una cuestión ética. "Lo peor", insiste, "es que la Liga me aburre. Aun me apasiono con el Madrid, qué remedio, pero la Liga ha perdido la gracia. Todo es Madrid-Barça".

Pese a todo es difícil quitarse de encima ese sentimiento apasionado que provoca pertenecer a un equipo: "Mi hijo dice que es del Madrid y también del Barça y yo le digo que eso es imposible. Creo que solo lo dice para ponerme nervioso".

Al hablar de su hijo, Casariego recompone su propia confusión infantil: "De niño tenía simpatías por el Atlético de Madrid por un tío directivo, Gonzalo Cores, que nos llevaba a los partidos. Así que durante una época me creí que podía ser de los dos equipos. Una rareza. También tuve un pasado de la Real Sociedad porque una tía vasca me regaló el uniforme y durante 3 o 4 años decía que era de la Real. En mi casa no me soportaban, así que tuve que dejarlo".

Casariego es de esos locos de fútbol que no adora a Maradona ("Dios con el balón pero un humano demasiado humano") y que sin embargo se rinde ante "el esfuerzo" de Raúl: "Sin tener casi nada lo consiguió casi todo". Pero su verdadero mito, Butragueño, se escapa de explicaciones racionales: "Me da un poco de vergüenza pero tengo que reconocer que Butragueño era mi auténtico ídolo. Era tan diferente... Recuerdo cómo se quedaba parado en medio de una jugada y todo el estadio se quedaba en silencio. Yo he vivido eso con él. Ese silencio en un estadio. Una vez, en un partido contra el Betis, un gordo con puro no paraba de insultarle. Yo tenía 10 años y él metió un golazo brutal. Una de esas jugadas suyas. Todavía hoy me veo a mí mismo saltando como un loco frente al gordo aquel que enmudeció".

Nicolás Casariego
Nicolás CasariegoTOMÁS ONDARRA

El maratón y el poema del hermano mayor

- Con 12 años, Nicolás Casariego corrió el maratón de Madrid. Era el año 1983, uno antes de que lo prohibieran a menores. Para su vergüenza, recuerda el escritor, su madre le perseguía y cada cinco kilómetros aparecía en alguna calle para implorarle que lo dejara. Para su orgullo, no solo acabó la carrera en cuatro horas y tres minutos, sino que su hermano mayor, el gran poeta Pedro Casariego Córdoba, le dedicó un poema, El hermano mayor (para Nicolás, cuando corrió el maratón con doce años, 1983):

"Hoy eres / el hermano mayor / del viento / de los pies santos / y de la lluvia

Acabas de convertirte / en esplendor que casi no tiembla / alguien / ha puesto en tu corazón / un disco / mágico / de / silencios / que corren".

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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