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Onésimo, estrella a los 18 años

Un nuevo 'rey del regate' en Valladolid

Onésimo ha jugado sólo 275 minutos en Primera División, tiene 18 años y se ha convertido en la estrella del Valladolid. Los aficionados esperan cada noche de domingo que los regates de Onésimo alegren el programa de TVE Estudio estadio, resumen de la jornada futbolística. Le asedian los informadores y le piden autógrafos por la calle los niños que sueñan con ser futbolistas y las adolescentes hambrientas de mitos. Él vive tranquilo, pero ya empieza a acariciar el sueño de jugar en la selección.

Onésimo nació en la ciudad del Pisuerga, entre dos barrios obreros, el de la Pilarica y el de Belén. Es un chico fronterizo, un extremo a la antigua usanza que atesora entre sus botas las cualidades y los defectos de un jugador iniciado en los ritos del fútbol en el patio del colegio y al cabo de la calle, en medio de la carretera. "Yo he jugado con latas, botellas de lejía y hasta piedras, como todo el mundo". Cuando le llega el balón y se dispone a correr la banda y a sortear contrarios todos recuerdan los tiempos del colegio, en que había siempre un jugador que dejaba mareados a los rivales y al que enseguida se le ponía la etiqueta de individualista."Mi mayor virtud", dice, "es la habilidad con el balón en los pies. Ése es un don que te viene dado, un estilo; yo siempre he jugado así. Hay quien me dice que soy chupón, que abuso de la pelota, pero a mí me parece que eso no se sabe nunca hasta que no termina la jugada, porque si das una serie de regates y acabas con un buen pase o un centro medido nadie te puede poner pegas".

Confiesa que cuando se encuentra entre un laberinto de piernas rivales la gente cree que no va a salir del atolladero. "Pero yo estoy convencido", asegura, "de que me voy a escapar, de que voy a terminar la jugada, por eso continúo con el balón". Comenzó jugando de portero, como los niños gordos y pasivos, que suelen tener su destino debajo de los palos a modo de castigo o exilio. Hasta que un día se salió de la propia área con la pelota pegada a los pies y ya no la soltó más.

Onésimo Sánchez González, 1,73 de estatura, 75 kilos, un rostro alargado, pelo ensortijado negro y unas cejas pobladísimas, es el menor de siete hermanos, hijos de un padre camionero y una madre ama de casa. En su cara se trasluce el chico extravertido y un pelín golfo, el chuleta de barrio, el jefe de filas de la pandilla, dispuesto en cualquier momento a partirse la cara por un quítame allá esa controversia. "Me he peleado bastantes veces. Unas he dado y. otras he cobrado, pero no soy rencoroso y lo olvido enseguida. La última vez que me pegué fue hace año y medio, y no recuerdo por qué".

Admiración por Llorente

Nació bajo el signo de Leo, el 14 de agosto de 1968, cuando en las calles parisienses aún quedaban rescoldos de la revolución estudiantil. Iríbar y Arconada fueron sus primeros ídolos, y los colores blanquivioletas los suyos, pero en su corazón siempre ha guardado un rinconcito para el Athlétic de Bilbao y la Real Sociedad. Ahora sueña con la selección.Estudió hasta octavo de EGB -"terminé con notable de media"- y luego hizo tres cursos de Formación Profesional, rama del metal. Ahora da clases de mecanografía, contabilidad e informática. "El futuro está en los ordenadores", dice. Su futuro más cercano pasa por el área y su historia de los próximos años, salvo contingencias imprevisibles, se escribirá a patadas.

Sigue cobrando como juvenil, dice que no teme a los defensas y está preparado para los golpes. Admira a Llorente, y señala que le han comparado con Amancio y Garrincha. "Parece que me tiro un estilo parecido al suyo, aunque sólo los he visto en vídeo".

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