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36ª jornada de Liga
Columna
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Partidarios de la felicidad

Enrique Vila-Matas

Le preguntaron a Iniesta si el gol lo había soñado de niño.

-No. Algo tan difícil es difícil de soñar. Ha salido espectacular.

Lo mismo ocurre con la temporada del Barça. Es difícil de soñar, y sin embargo está sucediendo. No hay pandemia que pueda con ella, y va más allá de cualquier sueño. Es, además, espectacular: adjetivo que no siempre es negativo. El sábado ganó la Liga y va camino de completar una trayectoria que, si acaba siendo insuperable -de hecho, aunque hubiésemos perdido ante el Athletic y perdamos ante el Manchester ya lo ha sido-, va a ser todo un problema. La culpa la han tenido, en dos tiempos distintos, Cruyff y Guardiola. Ellos osaron fulminar gran parte del pesimismo histórico del culé y han terminado por lograr que las nuevas generaciones sean optimistas y valoren el éxito mucho más que aquella mitificada y elegante idea del fracaso, tan adorado por generaciones anteriores de culés juiciosos. Uno de aquellos maravillosos barcelonistas juiciosos me escribió para decirme que sigue siendo un culé prehistórico y que lo pasa muy mal con tanta felicidad: "¿No te parece que es el preludio de un desastre de dimensiones inimaginables?".

Pues sí. Da pánico haber ido más allá del sueño. Pero creo que ha llegado la hora de replantearse la moral del patiment [sufrimiento]. En las nuevas generaciones culés, el peso del tradicional y derrotado carácter discreto del catalán es ya mucho menor, porque el cruce de culturas se ha disparado en los últimos años y han venido muchas alegrías de otros lugares. Las nuevas generaciones prefieren estar más cerca de los dioses que de los humanos. Dicho de otra forma, les gusta sin tapujos la victoria y absolutamente nada la derrota, o el ridículo complejo de inferioridad ante un equipo tan desnortado como el Real Madrid de la última década.

Precisamente lo más interesante de este Barcelona de Guardiola es que, siguiendo viejas consignas de Cruyff, está convirtiendo a los seguidores del club en partidarios de divertirse, en "partidarios de la felicidad", por decirlo con aquel verso de Gil de Biedma que a su vez parafraseaba una expresión de Gabriel Ferrater. En los años cincuenta, frente a la sordidez del franquismo, la más inteligente oposición a la dictadura consistía en declararse partidarios de la felicidad. En los tiempos actuales -días de crisis, pandemias y terrorismo- la opción, aparte de ser sin duda la más divertida, sigue pareciendo la más idónea y hasta la más revolucionaria.

Partidarios de la felicidad, los barcelonistas de hoy se decantan por una actividad victoriosa, plenamente lograda, aquella en la que puedan reconocer su parentesco con los dioses. No nos engañemos: es muy elegante y muy catalana la poética moderna del fracaso, la melancólica mitificación de la derrota como dignidad ante lo ineludiblemente adverso, pero el vencedor es quien quiere y puede (que diría Savater), el triunfador es aquel que sabe que ha de tener la valentía de intentar acercarse a los dioses, meta imprescindible de todo héroe, de todo espíritu que quiera ser partidario de la felicidad sobre la tierra. Sin esa grandeza de la valentía en la búsqueda de la victoria -compatible con la lúcida visión de nuestra condición indigente- se vive sin duda mucho peor. Y el barcelonismo llevaba demasiados años encogido y temeroso y mitificando torpemente el fracaso. Es mejor ser héroes y mucho mejor vencer. Acertó Guardiola cuando decidió que la valentía y ofrecer a los pobres aficionados la vida de los dioses era el gran camino.

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