_
_
_
_
_
Reportaje:

"Pensé dejar la gimnasia con 10 años"

Gervasio Deferr, que dice adiós a los 30, rememora su carrera deportiva, en la que ha alternado las dudas con destellos de genialidad: tres medallas en tres Juegos

Amaya Iríbar

La vida deportiva de Gervasio Deferr ha ido de salto en salto, de medalla en medalla. Hace una semana, el triple medallista olímpico, el mejor gimnasta español de la historia con permiso del gran Joaquín Blume, dijo adiós a la competición con 30 años cumplidos y, vestido como un señor, con chaqueta y camisa negras tapando sus tatuajes, empezó una nueva etapa, que repartirá entre el gimnasio del barrio barcelonés de La Mina que lleva su nombre, la sala del Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat (Barcelona) y las oficinas de la Federación Española de Gimnasia, de la que es nuevo vicepresidente. Se trata de un paso muy meditado durante los dos años que han pasado desde su última medalla, en los Juegos de Pekín, y que contrasta con la imagen alocada que muchos tienen del campeón.

"Era muy ágil y no tenía miedo. Por eso empecé a hacer gimnasia"
"A mí me gustaba Hugo Sánchez porque marcaba goles y por cómo los celebraba"

Han pasado 25 años desde que Gervi empezó a dar volteretas en un gimnasio de Premià, un pueblecito costero de unos 10.000 habitantes donde se establecieron sus padres, argentinos, huyendo de la dictadura. "Fue todo por casualidad", recuerda el gimnasta ahora. Viendo que el niño, hiperactivo, se desfogaba dando saltos -"siempre me caía"-, una conocida de su madre le recomendó que le llevara al gimnasio del pueblo. "Era muy ágil y no tenía miedo, pero me pegaba unos golpes...", explica.

De ese pequeño gimnasio, apenas un tatami de yudo, Deferr, entonces un niño bajito y rechonchete, recuerda hacer palomas, sus primeros mortales, las bases del ejercicio de suelo que luego sería su favorito. En un año se le quedó pequeño y su entrenadora, consciente de las posibilidades del chaval, se lo llevó a La Fuixarda, en Barcelona, donde se entrenaban algunos de los mejores gimnastas de España, entre ellos el seleccionador, Álvaro Montesinos, y donde Gervi empezó a prepararse tres horas diarias. Por aquellos años, se hizo seguidor del Madrid: "A todos los niños nos gustaba el fútbol . A mí me gustaba Hugo Sánchez porque metía goles y por lo que hacía después, para celebrarlo". Lo que hacía el mexicano era un salto mortal.

Luego vendría el traslado al CAR de Sant Cugat, los sueños. Y las dudas. "La primera vez que vi a mi hermano replantearse su carrera fue a los 10 años", decía el martes Juan Pablo, el hermano mayor, el amigo. Eso es la gimnasia, un deporte tremendamente sacrificado, de escasas recompensas y disciplina infinita, que casaba mal con el genio del joven Deferr. "Siempre llegaba tarde a los entrenamientos porque vivía lejos", dice; "me castigaban y yo pensaba: 'Me dicen que soy buenísimo, que puedo ser campeón olímpico, pero no me dejan entrenarme. Pues lo dejo. Esa es la vez que más en serio pensé en dejarlo. Tendría 10 años...".

Para atemperar ese carácter, para convencerle de que el deporte merecía la pena, allí estaba desde finales de los años ochenta Alfredo Hueto, el entrenador que más tiempo ha estado a su lado, hoy en México. Puliendo sus ejercicios, convenciéndole de que un español podía ser el mejor, dándole cuerda cuando le asfixiaba la gimnasia. "No sé si sabe llevar a todo el mundo, pero, desde luego, supo llevarme a mí. Yo tengo mi propio ritmo", comenta.

Ha habido muchos más. Como Víctor Cano y el resto de compañeros de Sidney 2000 y de tantos años, que le jalearon en las competiciones y le sufrieron en los entrenamientos. O Montesinos, Fernando Síscar -"más competitivo aún que yo"- y el cubano Héctor Ramírez, ya jubilado, los entrenadores de la sala de Madrid donde tantos meses pasó Deferr concentrado. Al principio, a regañadientes. Luego, consciente de que era una parte más de su trabajo.

Ese trabajo ha tenido tres destellos descomunales. Sidney 2000, Atenas 2004 y Pekín 2008. Tres Juegos, tres medallas. Dos oros en salto en los primeros y la plata en suelo, por fin, en la capital china. Si el primero fue una auténtica sorpresa, al fin y al cabo era un especialista en suelo, los otros dos fueron la confirmación de la genialidad del catalán que suplía la falta de entrenamientos con unas capacidades innatas, la fuerza de sus piernas y un gran carácter competitivo. "No podría elegir una medalla u otra porque fueron muy diferentes", asegura.

Su carrera también ha tenido sombras. La mayoría de las veces, en forma de lesiones -está operado de ambos hombros y en los últimos tiempos el dolor de espalda le impedía entrenarse- y, sobre todo, un positivo en un control antidopaje por fumarse un porro que le costó la plata en suelo de los Mundiales de 2002 y muchos disgustos. Convencido de que el castigo era desproporcionado, convirtió su regreso en una revancha, Gervi contra el mundo, que le desgastó, pero de la que salió victorioso. "He cambiado mucho", concluye. Su vida, también.

Gervasio Deferr, en uno de los saltos hacia el oro en Atenas 2004.
Gervasio Deferr, en uno de los saltos hacia el oro en Atenas 2004.AP

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Amaya Iríbar
Redactora jefa de Fin de Semana desde 2017. Antes estuvo al frente de la sección de Deportes y fue redactora de Sociedad y de Negocios. Está especializada en gimnasia y ha cubierto para EL PAÍS dos Juegos Olímpicos y varios europeos y mundiales de atletismo. Es licenciada en Ciencias Políticas y tiene el Máster de periodismo de EL PAÍS.
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_