Popov sigue siendo el rey de la velocidad
El plusmarquista mundial, por la calle ocho, gana los 50 libres en su 'entrenamiento' para Atenas
El que tuvo, retuvo. Alexander Popov pasará a la historia de la natación no sólo por su palmarés extraordinario, sino por su asombrosa frialdad para resolver situaciones. Las veces que ha fallado en su carrera parece que ni se ha notado. Quizá es que también ha sido tan discreto y tan grande en las derrotas como en las victorias.
Llegó el año pasado a los Campeonatos del Mundo de Barcelona sin alardes y dió un disgusto a las últimas dos grandes estrellas, el australiano Ian Thorpe y el holandés Pieter van den Hoogenband, que parecían haberle dejado atrás definitivamente. Ganó de forma extraordinaria, con precisión de cirujano, los 50 y 100 metros libres, su doblete habitual, su gloria que ya es leyenda, como en los Juegos de Barcelona 92 y Atlanta 96. En 2003 demostró que podía recuperarse una vez más, que a pesar de sobrepasar los 30 años, no había puesto el punto final en los Juegos de Sidney 2000, en su tierra de adopción durante 10 años.
Y ahí sigue, sin perder el equilibrio. Había venido a los Europeos como preparación para sus campeonatos nacionales, en el camino de Atenas, y no se presionaba lo más mínimo. El sábado entró de milagro en la final de la única prueba que nadaba, sus 50 metros libres en los que íncluso conserva el récord mundial. Y ayer, sin que nadie diera por él más que el nombre, estaba en la calle ocho, la del peor tiempo de cualquier final. Pero se le notaba relajado. Se agachó pronto, siempre con cuidado para evitar las salidas falsas, que ahora son únicas y descalificantes. A la señal de atentos se agarró al poyete y se tiró con un tiempo de reacción discreto, el cuarto, 0,86s, tras el sueco Nystrand, 0,77s, el británico Foster, 0,81s y el italiano Vismara, 083s. Igualado incluso con su compatriota Kapralov. Aquello tampoco le garantizaba nada. Pero la entrada en el agua de sus imponentes 1,97 metros y su técnica perfecta empezaron ya a marcar la diferencia. Sus enormes brazadas empezaron a separarle centímetro a centímetro de sus rivales y cuando faltaban cinco metros se deslizó como un auténtico bólido, el mismo que pareció estrellarse en la semifinal hasta tocar primero la pared.
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