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EUROCOPA 2008 | La gran final

De Schwarzenbeck a Schweinsteiger

De la final de la Copa de Europa de 1974 con el Atlético a la de hoy, Luis no ha dejado de respirar fútbol

José Sámano

Taciturno y agrio en la distancia corta, socarrón y chistoso en la larga. Con Luis Aragonés no hay término medio. Quizá porque nunca acaba las frases, como si le pareciera haberlo dicho todo un millón de veces. Hasta el punto de que un "tal" le sirve para atajar su discurso. Le dicen sabio, y su verbo castizo e incendiario de Hortaleza (Madrid) le hace parecerlo. Es tozudo y obsesivo, casi nunca asiente y le gusta poner el punto final. No se le puede negar pasión por el fútbol. Y tampoco magisterio. Luis nunca ha dejado de ser jugador, lo de entrenar no es más que el mejor modo de perpetuarse como futbolista. Para él no hay frontera desde que en 1974 conjugara ambos oficios en el Atlético de Madrid, equipo que lleva en la médula pese a sus coqueteos con el Real Madrid y su largo recorrido por el fútbol español. La Pepa , como cariñosamente llama a su mujer, lo sabe y su marido reconoce en privado que en casa no le aguantan cuando no tiene un banquillo en el que sentarse. Su vocación es ilimitada y ahora, a punto de cumplir 70 años este hijo de campesinos que presume de 11 nietos se irá a trabajar al extranjero por primera vez, a Estambul, al Fenerbahçe.

A Luis no le cansan los viajes, los hoteles, ni los aviones —a los que llama "pajaritos"—, y le basta un chándal para ser feliz. Lleva el fútbol tan grapado en las entrañas que cuando no tiene ropa deportiva lo parece. Este zapatones que calzaba un 46 como jugador jamás ha cuidado su estética. En todas las videotecas sobre Luis aparece en primer plano una imagen que le retrata: aquella en la que con kilométricas y desaliñadas patillas dirige un calentamiento del Atlético en El Plantío, en un Burgos congelado, mientras hace estiramientos con una desnutrida pelliza puesta.

Luis es fútbol, puro fútbol y nada más que fútbol. La mayor parte de sus amistades tienen un ancla con este juego, salvo algunos banqueros como los March. "Es muy amigo de sus amigos", sostienen en su entorno, donde se le tiene por un hombre espléndido, amante del marisco, de poco apetito, muy fumador y empachoso con las coca-colas. Siempre le rodea la misma corte, sobre todo Jesús Paredes —el preparador físico que heredó de su admirado Alfredo di Stéfano— y Armando Ufarte, compañero desde sus tiempos mozos en el Atlético. Pero Luis es muy suyo, así que no sorprende cuando negocia un contrato sin consultar a su representante, Navarro, ex portero del Burgos y el Atlético, al que intervenga o no nunca le falta la comisión.

En sus corrillos le sale una vena cómica que chirría con su imagen pública de rostro sufriente. Es irascible, como demostró al zarandear a Eto'o en el Mallorca —el camerunés, en Viena para la final, adora al abuelo—, y excesivo: su arenga a Reyes con referencias al negro Henry es la mayor tacha de su carrera. Ni en sus volcánicas broncas con Jesús Gil llegó a tanto. No hay rival que le atemorice. También se plantó ante Romario y dejó plantado a Raúl.

Ha dirigido a ocho equipos en 20 años (Atlético, Betis, Sevilla, Oviedo, Mallorca, Barcelona, Espanyol y Valencia) y en muchos ha repetido, señal de su buena huella, por lo que cuesta dar con la pista de algún jugador con algo que recriminarle. Es un gran motivador, dicen en los camerinos, en los que agita al grupo con piques constantes. "Nadie tira aún las faltas mejor que Luis", les espeta el propio Luis, que siempre habla de sí mismo en tercera persona. Jugador lento y de trote perezoso, aún da gusto ver tocar la pelota a quien fue pichichi la temporada 69-70 con 16 goles, los mismos que Gárate y Amancio.

En el vestuario se gana el respeto por su trato "humano", dicen los jugadores, que también le reconocen su capacidad para codificar todos los detalles del fútbol. Luis es muy canchero y defiende sin rubor todas las artimañas que aprendió en Hortaleza. En el fútbol barrial vale todo y en la élite, también. Le irrita ver a esos jugadores que caen en el área y rápidamente se disculpa ante el árbitro. El fútbol es para pillos, afirma quien hizo con el Atlético el juego de contraataque más brillante y efectivo de la Liga española. Italia es la selección que más valora y Brasil, influenciado por Ufarte, criado en aquel país, le cautiva.

Tras una Liga, cuatro Copas, una Supercopa y una Intercontinental, con España, a la que entrena desde agosto de 2004, ha llegado a la cima tras muchas vicisitudes. Y no sólo deportivas. Se ha enfrentado con un sector de la federación, con la prensa —"¡me queréis matar!", les soltó en marzo de 2007— y hasta con un municipio de Dortmund al despreciar un ramo de flores al grito de "a mí que no me cabe el pelo de una gamba…". La eliminación mundialista ante Francia en 2006 le hizo rectificar. Había dicho que dejaría el cargo, pero se arrepintió, como si se sintiera en deuda. Además, siempre estuvo convencido de que el equipo llegaría lejos. En su opinión, el problema del futbolista español era no saber competir, no manejar eso que él llama "detalles", que no son otra cosa que picardía y concentración.

Al fin ha conseguido su meta y hoy, 34 años después, puede liquidar una vieja hipoteca con los alemanes. Entonces, Schwarzenbeck, que suena tan gutural como Schweinsteiger, le impidió alzarse con la Copa de Europa con que acariciaba el Atlético gracias a un gol suyo. De falta claro, porque nadie las tiraba como Luis. Ni las tira.

Luis da instrucciones a sus jugadores durante la semifinal contra Rusia.
Luis da instrucciones a sus jugadores durante la semifinal contra Rusia.EFE

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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