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Columna
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Sueño de una noche de invierno

Andoni Zubizarreta

Sucedió en los minutos finales del encuentro entre el Athletic y el Madrid en San Mamés. El Athletic intentaba llegar a la playa del minuto 90 cuando Caparrós optaba por sustituir a Toquero. Toquero recorría el ancho del campo saludando a jugadores, árbitro, a todo aquél que se cruzaba en su camino, cuando Cristiano Ronaldo se acercaba al jugador rojiblanco para estrechar su mano y, suavemente, invitarle a abandonar el terreno de juego. Me dio la sensación de que en el gesto del astro portugués había cierta parte de prisa (por cierto, propongo que se cree un premio para el equipo que, yendo ganando, realice un cambio en el que el jugador sustituido sea el que está más cerca de la boca de vestuarios), pero, a la par, cierta dosis de admiración hacia aquel delantero que con el 2 a la espalda representa las antípodas de CR9. Y a mí me dio que en aquel gesto se resumían los 90 apasionantes minutos vividos en el templo bilbaíno. Noventa minutos en los que la grada puso a disposición de los suyos su aliento, su ánimo y, si hubiera hecho falta, su bocadillo de tortilla. Admiro de las gargantas de los seguidores rojiblancos su capacidad para entender los ritmos del juego, los tiempos secretos que encierra cada encuentro, eso que tantos entrenadores determinan como imprescindible y que resumen en "saber leer" el partido.

Imagino a CR9 hablando con los del United y diciéndoles que aquí hay unos locos vestidos como el Sunderland
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Decía que el gesto de Cristiano reflejaba muy bien el partido que había jugado. Y no me refiero a lo más prosaico, como es la diferencia de presupuestos, de marketing y hasta de inversiones en peinados que presentaba cada equipo. Me refiero más a los diferentes estilos y formas que nos permite ver este sencillo juego que es el fútbol. Y concluyo que el vencedor del pasado sábado es el fútbol como deporte, como actividad social, como comunión de tantos diversos que se reúnen para celebrar esa ceremonia civil que es el balompié. Digo que venció el fútbol porque este deporte vive del sueño de los pequeños de derrotar al grande, pero también de que el grande lo sea de verdad para que el logro sea especial. A quien vea esto del fútbol como una sucesión de cifras, puntos, clasificaciones, se le puede hacer corto el logro obtenido de la derrota madridista, lo mismo que se le pudo hacer escaso a los culés el logro obtenido en Sevilla y que le llevó a su primera eliminación en 18 meses. Pero, si el fútbol pierde esa capacidad de sorprender, si el juego se vuelve previsible, si el resultado ya está decidido, éste dejará de ser un deporte que enamora, seduce y sorprende.

Y, sin todo ello, sería imposible la explosión de alegría de los rojiblancos tras vencer a un rival enorme, de la misma forma que sería imposible explicarme a mí mismo las agujetas que tenía en todo mi cuerpo en la mañana del domingo. Agujetas de tensión, de pasión, del alma vestida en rojo y en blanco, agujetas de satisfacción porque me quiero imaginar a Cristiano hablando con sus amigos de Manchester United para descubrirles que aquí, en la Liga española, hay unos locos vestidos con los colores del Sunderland y que por un momento le hicieron pensar que el partido era de la Premier. Allí, en Inglaterra, donde queremos creer que se siente el fútbol por el fútbol, el juego por el juego, allí donde se respetan las tradiciones, allí donde un delantero puede vivir de sudar con honor la camiseta con el 2 en la espalda.

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