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Reportaje:

Supermanolo cuelga el peso

El lanzador, campeón mundial en 2003, se retira a los 36 años

Con Manolo Martínez, que ayer anunció su retirada, no solo se marcha un atleta, un lanzador de peso, un campeón mundial (2003) y europeo (2002) de su especialidad bajo techo. También se marcha una bandera. "Con Manolo se va", dice Carlos Burón, su entrenador desde hace 23 años, "una persona buena y honrada que llegó a ser campeón, pero también un gran reclamo. Hace años, los de los lanzamientos éramos los malos, los humildes, la familia pobre del atletismo español. Había miedo. Faltaba información. Se veía como si fuera cosa de otros países… Llegó Manolo y demostró esa frase que ahora es tan célebre. El Yes, we can. Fue la señal de que podíamos y consiguió cosas impensables. Como escribió una vez Rubalcaba: que un español fuera campeón del mundo de lanzamiento de peso era sorprendente, tanto o más complicado que los éxitos de Manolo Santana, Ángel Nieto…".

"Fue un gran reclamo" en el atletismo español, destaca su entrenador de siempre, Burón

Martínez se marcha a los 36 años, con el corpachón (1,85 metros y 145 kilos) dolorido por tanto tiempo de profesión y el sabor amargo del sueño incumplido, de esa medalla al aire libre que nunca llegó y que tuvo a su alcance en los Mundiales de Edmonton 2001 y en Olimpia durante los Juegos de Atenas 2004, cuando terminó cuarto en la cuna del atletismo.

En el inicio, sin embargo, no hubo nada de eso. Hubo, recuerda Burón, un niño que andaba en bicicleta con los amiguetes alrededor de los entrenamientos. "Y entonces", recuerda el gurú de los lanzamientos, "derrapó y casi me pilló. '¿Te gusta lo que ves?', le pregunté. '¿Quieres probar?'. 'Vale', me dijo. Y ese 'vale' fue igual todos los días durante 23 años".

En ese larguísimo tiempo, Supermanolo impulsó con Burón la creación de un Centro de Alto Rendimiento en León, su ciudad; probó a esculpir el metal, a trabajar la poesía y a poner su cuerpo y su espíritu al servicio del cine. Durante esos años, carcomida la impresionante armadura por el síndrome de Behçet, que le impidió ingerir dulces y le tuvo adelgazando un kilo cada dos semanas (adiós a las fuerzas y sinergias tan necesarias en su disciplina), siguió elucubrando cómo sería reencarnarse en la piel de los caballeros medievales. Consiguió mucho. Fue internacional 84 veces y posee las plusmarcas españolas en pista cubierta (21,26 metros) y al aire libre (21,47). Ha participado en cuatro Juegos (de Atlanta 1996 a Pekín 2008) y ganó un oro y un bronce mundiales en pista cubierta, además de ser oro, plata y bronce a nivel europeo y también bajo techo.

Fueron 23 años buscando los 22 metros y el premio que nunca llegó al aire libre. Fueron 23 años de regímenes de 5.500 calorías diarias y de amor por el peso, del que buscaba tesoros para su videoteca, como la vieja cinta de la final del Mundial de Tokio 1991 que le regaló un aficionado.

Tras el estallido de la Operación Galgo, Martínez, el capitán de la selección, fue el segundo en una larga lista de atletas firmantes de un manifiesto por la limpieza de su deporte. Ayer prefería no hablar con los periodistas, a los que emplazaba a su despedida oficial, el martes. Hasta el final de su carrera, Manolo fue Manolo. "Ya lo dije", cuenta Burón; "un chico honrado, aunque, como le reproché a veces, incluso demasiado cortés en la competición. Saludaba a todos, solucionaba los problemas de los periodistas… Y yo le decía: '¡Céntrate! ¡A lo tuyo! ¡Tienes exceso de generosidad!".

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