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Volar, chocar, patinar

Este fin de semana se inicia en España la Liga de Hockey sobre Hielo, con la participación del equipo norteamericano Raiders de Torrejón

El Reactor de Oro, alias Bobby Hull, de Las Águilas Negras de Chicago, recoge el disco negro sobre la altura del centro del hielo, a unos 30 metros de la meta contraria. Levanta el palo detrás de sus casi 90 kilos y lanza un trallazo tremendo que nadie en el Madison Square Garden ni siquiera huele, ni mucho menos llega a ver. Dentro de este nutrido grupo se encuentra Gump Worsely, portero de los New York Rangers, un hombre bajito y cuadrado que (en aquella época sin careta protectora) trabaja con objetos volantes identificadísimos, pero, desafortunadamente, a veces no vistos. Worsely, en contraste con muchos profesionales, incluso deportistas, sabe que un parpadeo inoportuno le podría costar hasta la vida, puesto que estos misiles (de 2,54 centímetros de espesor y de 7,62 de circunferencia, de goma vulcanizada congelada) viajan hasta a 200 kilómetros por hora.Su físico ya no le preocupa demasiado, puesto que lleva las huellas de unos 100 puntos de sutura en su cara, pacientemente adquiridas durante unos 20 años defendiendo un espacio rectangular de casi dos metros (1.83) de anchura y un metro y pico (1.22) de altura, desde que sus hermanos mayores te dejaban jugar en la pista de hielo que congelaban en el patio de su casa de una pequeña aldea de Canadá.

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Profesionales de 12 años

Eran los años cincuenta. El hockey sobre hielo en Norteamérica era un deporte canadiense y de minorías estadounidenses. Había comenzado a mediados del siglo pasado, en su forma más o menos moderna, pero también existen cuadros de Breughel de unos tres siglos de anterioridad donde se distinguen, con toda claridad, a individuos sobre patines, llevando palos, persiguiendo objetos oscuros a través de paisajes congelados.La liga profesional norteamericana (NHL, National Hockey League), de tan sólo seis equipos, se inauguró en el año 1917. Toronto, Montreal, Nueva York, Boston, Detroit y Chicago eran las ciudades elegidas para las. guerras santas heladas. Los jugadores jamás superaron los 98, y eran canadienses. Ganaban sueldos discretos casi sin excepción e hicieron gala del nivel más alto de analfabetismo de todos los deportes profesionales norteamericanos. Los profesionales canadienses de aquella época eran producto de un sistema tan comercializado que ni siquiera chicos de 12 años de edad, de cierto talento, jugaban sin cobrar, y a los 15 ya estaban enrolados en la liga juvenil. Jugadores de estas ligas se encontraron de lleno en el hockey-negocio. Tenían que dejar los estudios y vivir, a veces, en ciudades lejos de sus familias. En los años cincuenta, si el hockey de Canadá era una industria nacional, aunque de proporciones reducidas; en Estados Unidos era el reducto de las clases bien. Los profesionales que no alcanzaban el firmamento de la NHL eran relegados a las ligas menores, poco más que matones en paro sobre patines que se pegaban en recintos tristes, llenos de sangre y humo. Aquello era el mundo de la película Castañazo, de Paul Newman.

El Reactor de Oro -así apodado por la prensa deportiva norteamericana por su pelo rubio y por su fuerza descomunal-, al instante de librar su disparo épico, ha debido mirar, aunque momentáneamente, abajo para asegurar conectar bien con el disco. Lou Fontinato (que casi moriría un año más tarde como consecuencia de la rotura de la columna vertebral en un partido de la NHL), defensa de los New York Rangers, caza al Reactor con los ojos mirando hacia abajo y, fijándose en la cara gigantesca de indio americano que llevaba Hull en el pecho de su jersei, avanza dos pasos rápidos y aplica una carga perfectamente legal, que parece algo como una colisión frontal entre un tren de mercancías y el Talgo.

El Talgo, Reactor de Oro Bobby Hull, se está moviendo a unos 60 kilómetros por hora en el instante del impacto. No lleva casco, puesto que los jugadores profesionales de aquella época hacían alarde de jugar a cabeza descubierta (pormachismo, en parte, y por show business). Lleva, en cambio, hombreras, coderas, espinilleras, rodilleras, tobilleras, coquillera y, dentro de unos pantalones amplios que llegan a la rodilla, protecciones para las caderas, riñones y muslos; en total, unos 10 kilos de equipaje. Lou Fontinato, con el cuerpo agachado para aguantar el choque, alcanzaría unos 20 kilómetros por hora en su corto pero feroz avance.

Worsely, Gump, portero neoyorquino, ve cómo su compañero de equipo Fontinato comienza su carga hacia Bobby Hull; ve cómo Hull baja su palo hacia el puck, el disco negro; ve de reojo su otro defensa y los tres delanteros de su equipo volviendo para defender; aún ve las caras en las gradas, amarillentas caras en la luz reflejada por la superficie helada. Lo que no ve es aquel objeto redondo negro, el bendito puck de sus pesadillas...

Los ojos de Bobby Hull suben, pero demasiado tarde, y además están siguiendo la trayectoria de su disparo, así que Lou Fontinato le alcanza de lleno con una carga de cadera clásica, de la vieja usanza, levantándole del hielo completamente, así que las cuchillas reluciantes de sus patines, afiladas como si fuera para afeitarse, se dirigen hacia el techo oscuro del antiguo Medison.

Hombres con leyenda

Por todas partes el hockey sobre hielo moderno está revolucionado. Los héroes de antaño, los Gordie Howe (que llegó a jugar en la NHL hasta los 52 años de edad e incluso fue compañero de equipo de sus propios hijos) y también nuestro Bobby Hull, nuestro Reactor, que hemos dejado momentáneamente en órbita, todos empezaron a jugar en charcos helados con revistas y guías telefónicas por equipaje, palos de todos los tipos protegidos por kilos de cinta aislante y esparadrapo, patines heredados de hermanos mayores y rellenados con múltiples calcetines. Los días de hielo practicable eran contadísimos; había años y temporadas que consistían más en días de lucha contra los elementos climatológicos que de patinaje.Hoy día es distinto. Jóvenes de seis, siete y ocho años de edad, equipados de arriba abajo con materiales dignos de sus más cotizados ídolos profesionales, participan en temporadas de ocho y nueve meses, de unos 50 partidos oficiales, por toda la geografía norteamericana. El patinaje de hoy, comparado con el de ayer, en general, es análogo a la diferencia entre aviones de hélice, y los..., sí, los reactores...

Volando por los aires, espalda hacía la portería de Worsely, Bobby Hull oye el rugido de las gradas y se pregunta si ha sido un rugido de gol o de gol fallado por poco, o quizá es sólo un rugido de alarma por la aparatosidad de la carga, de la cual él todavía está cargando con las consecuencias. Durante su aterrizaje, logra extender el brazo contra el hielo y plegar su cabeza para rodar sobre las hombreras...

El portero Worsely ya sospecha el peor, bueno, el vicepeor, ya que el peor le habría dejado KO con una nueva brecha en su ya gastado físico. En un momento de silencio sepulcral, antes de que el público haya asimilado dónde terminó el vuelo invisible del disco negro, y mientras que Bobby Hull completa su voltereta y comienza a abrir su boca cavernosa, virtualmente despoblada de dientes, en un aullido de alegría, en ese instante, Gump Worsley oye el pequeño tac del disco que cae de la red al hielo detrás de su espalda.

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