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EL CÓRNER INGLÉS
Columna
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Se abre una puerta peligrosa

- "El 95% de la gente que lo vio supo que no fue penalti. Lamentablemente,

el árbitro pertenecía al otro 5%". Neil Warnock, entrenador del Sheffield U., comentando una decisión en su contra.

Arsène Wenger, el entrenador del Arsenal, es un quejica. También es un caballero, un hombre de principios, un filósofo y un triunfador que ha convertido al club londinense, notorio hasta su llegada hace 13 años por la torpe dureza de su juego, en un referente del buen juego. Pero se queja mucho. La injusticia le persigue, insiste, provenga ésta de los árbitros, de los jugadores, de los entrenadores rivales o del destino.

El caso más reciente tuvo que ver con la decisión de la UEFA de imponer una sanción de dos partidos a Eduardo, el delantero croata-brasileño de su equipo, por haberse tirado a la piscina, supuestamente, para conseguir un penalti contra el Celtic en un encuentro clasificatorio de la Champions. El comité analizó las imágenes y decidió que, efectivamente, Eduardo había engañado al arbitro. El castigo que se le impuso sentó un nuevo precedente en el fútbol. Wenger, naturalmente, está furioso. "Se abre una puerta muy peligrosa", ha declarado.

El francés, tenaz defensor de sus jugadores, no siempre tiene razón. Esta vez, quizá sí.

La gloria del fútbol como espectáculo es que es teatro en directo. El desenlace depende tanto del talento como del fallo humano. El error arbitral, como el de un portero o el de un goleador, es y siempre ha sido parte del deporte, nos guste o no. Se acaba el partido, cae el telón y adiós hasta la única posibilidad de reivindicación, el próximo partido. Ya que no existe una divinidad capaz de interpretar las reglas del juego con perfecta clarividencia, nos hemos conformado con lo que hay. Con el pobre árbitro. Pero ahora la UEFA intenta arrogarse el papel de divinidad, de corrector de los defectos humanos. El peligro, entonces, como indica Wenger, es: ¿dónde poner el límite?

¿Se aplicará el precedente de Eduardo a todos los jugadores en todos los partidos de ahora en adelante? ¿Deberíamos ser estrictamente justos, incluso dar marcha atrás y aplicarlo a todos los que se han tirado a la piscina y siguen jugando hoy? Como señalaba un columnista del Independent, de Londres, si se extendiera el principio a Cristiano Ronaldo, si se sumaran todas las veces en las que se burló del árbitro tirándose a la piscina durante su estancia en el Manchester United, se le tendría que suspender toda una temporada.

O no. Porqué quizá el columnista del Independent, siendo un ser humano de prejuicios y de visión limitada, como todos, es uno de los muchos que tiene manía a Cristiano. Quizá el columnista quiere creer que el nuevo fichaje del Real Madrid es un tramposo y, en realidad, no ha fingido nada en su vida.

Hay quien mantiene en Inglaterra que Wayne Rooney se tiró para lograr el penalti que ayudó al Manchester a vencer al Arsenal por 2-1 el fin de semana pasado. Tras ver las imágenes a cámara lenta, los comentaristas no se pudieron poner de acuerdo. Ocurre lo mismo 50 veces cada fin de semana cuando los panelistas expertos de Inglaterra, España, Alemania, Italia o Malaisia intentan esclarecer en cámara lenta si las jugadas x, y o z fueron falta, fuera de juego, motivo de expulsión o lo que sea. Cegados por el partidismo o la lentitud del ojo humano, casi nunca son capaces de llegar a una conclusión definitiva.

Como tampoco es capaz de hacerlo un comité de la UEFA. Pero, aunque lo fuera, ¿qué propone el máximo organismo del fútbol europeo? ¿Someter todos los partidos a la justicia retrospectiva? Entonces se tendría no sólo que castigar con largas suspensiones a multitud de jugadores que ni han recibido tarjetas amarillas, sino, por extensión lógica (y éste es el peligro del que advierte Wenger), insistir en que los partidos se jueguen de nuevo o incluso declarar vencedores a los perdedores. En ese caso, el deporte perdería en intensidad. Dejaría de ser teatro en directo. Los 90 minutos son sagrados; el pitido final tiene que ser tan determinante como la muerte. Si siempre existe la posibilidad de apelar, si se elimina la sensación de injusticia y la posibilidad de queja e indignación, sólo nos quedan 11 tipos corriendo detrás de una pelota. Eso no es teatro, es circo. Un espectáculo de interés limitado.

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