La bicicleta
Hay dos juguetes imprescindibles para cualquier niño: un balón y una bicicleta. El balón para jugar en equipo y conocer a los demás, para aprender a respetar al adversario, a cumplir las reglas pactadas, a evitar tanto la humillación en la derrota como la arrogancia en la victoria, a apreciar la solidaridad y las ventajas de la colaboración. La bicicleta para conocerse a sí mismo, para aprender el valor del sacrificio individual y del esfuerzo y, si hay competición, para descubrir que el rival no es muy diferente de nosotros.
La bicicleta es un vehículo tan frágil y liviano que cualquier choque la rompe, tan delgado que resulta casi transparente. No admite secretos de motores, ni de alerones o difusores, de modo que todo queda fiado a la fuerza de las piernas que la desplazan. No es casualidad que el primer diseño de una bicicleta se deba a quien dibujó la primera máquina de volar. Desde el original artilugio que Leonardo da Vinci inventó con unos tubos de hierro, unos alambres y unas ruedas de madera hasta la actual perfección de caucho y de carbono, no han podido con ella ni la electricidad ni la gasolina. Y siguen aumentando sus adeptos.
En el ciclismo no triunfa el campeón de energía bruta, porque aquí no vence quien tiene más fuerza, sino quien mejor relaciona su fuerza con su peso. Aquí no se amagan ni se infligen golpes, no se dispara a ninguna diana o portería, no se lanzan objetos puntiagudos o pesados. Aquí nadie tiene que levantar los brazos para defenderse, nadie espera a contar hasta 10 para ayudar al caído. Aquí se valora más la fuga que el ataque.
Como la primera mujer que amamos, o la primera muerte de un ser querido, montar en bicicleta forma parte de esas experiencias que nunca se olvidan. La mezcla de placer y miedo provoca tal intensidad en las sinapsis entre las neuronas implicadas que el paso de los años no logra deteriorar sus conexiones. El cerebro guarda esa información como tesoros, como si ya supiera que algún día necesitaremos recordar cómo eran los besos de la mujer amada, qué lecciones aprendimos de la persona muerta o cómo guardar el equilibrio cuando no podemos echar pie a tierra porque la tierra quema.

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