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Reportaje:Fútbol | Segunda jornada de la Liga de Campeones

El club de los escándalos

Desde la muerte a tiros de Cecconi, el Lazio ha sido castigado por apuestas ilegales y amaños

La mitad de Roma ya puede beber capuccinos. Han muerto los grandes tiempos del Lazio. La época de los fichajes multimillonarios. Los cinco años en los que el presidente, Sergio Cragnotti, revolucionó la vida de un club de segunda fila para construir un equipo de éxito (1998-2003). El Lazio fue la antesala del Chelsea. Un club rico y rodeado de escándalos. Hoy juega la Champions con una platilla sin grandes nombres. Ya no está Nedved. Tampoco Verón, Mendieta o Nesta. Ni siquiera Vieri. Por eso la mitad de Roma vuelve a beber capuccinos: el Lazio se dejó 27 millones de euros en fichar a Bobo gol desde el Atlético. Cragnotti, según cuenta la leyenda, tuvo que financiar el gasto subiendo los precios de la leche que suministraba Cirio, su empresa. Y la mitad romanista de la capital italiana se negó a ayudar a la causa del eterno rival. Adiós al capuccino.

"El Lazio movía el mercado de una manera que nadie se podía creer", dice por teléfono Matías Almeyda, jugador lazial entre 2000 y 2002, "los mejores de la historia del club". "Eran unas cifras incalculables. ¡Grandes compras! Pero luego también se rendía en la cancha. Se armó uno de los mejores equipos. Había calidad, con dos jugadores de nombre por puesto", añade.

Cragnotti, que acabó detenido por la quiebra de Cirio, introdujo la gestión empresarial en el club. Ofreció stock-options a los jugadores. Financió sus altísimas fichas con sucesivas ofertas de acciones. Quiso tener empleados, no futbolistas. "Era una especie de empresa", dice Almeyda; "así era el trato. Se reunía con nosotros y nos decía qué quería que hiciéramos, los objetivos. Todo cambió cuando llegó la crisis económica y se marchó". Il Finanziero, como se conocía al presidente, había dejado al club con siete títulos -incluyendo una Liga, una Copa italiana y una Recopa de Europa- y una deuda de 120 millones. La tormenta vivió ayer su último capítulo: la fiscalía solicita 480.000 euros de multa por irregularidades contables en el balance del curso 2001-2002. A nadie puede extrañarle. El Lazio y los escándalos son uno.

Hasta la llegada de Cragnotti, el Lazio sólo había ganado una Liga. Fue en 1974. La fibra de la que estaban hechos los futbolistas de aquel equipo queda resumida en el título del libro que cuenta su historia: Pistolas y balones. Muchos se declaraban simpatizantes fascistas. La mayoría, salvajes. Todos, mujeriegos. "Todos", estúpidamente pistoleros. Lucciano Re Cecconi, el ángel rubio, murió a tiros. Con él se perdió un extremo amado por la grada y el cielo ganó un muerto ridículo: intentó atracar una joyería en broma y el dueño se lo tomó en serio. Murió a balazos.

Desde entonces, el Lazio lleva una existencia agitada. En 1980 se decidió su descenso a Segunda, junto al Milan, por apostar en sus propios partidos. Seis años después, el club perdía nueve puntos por otro escándalo de apuestas. Hoy la clasificación del equipo para la Champions se compara a los trabajos de Hércules: terminó tercero la pasada Liga tras arrancar con ocho puntos menos por su implicación en el caso Moggi.

En el Lazio ya no juegan el Piojo López o De la Peña. Ya no le entrena Sven-Göran Eriksson. Su presidente responde por Lotito y se dedica a vivir en la austeridad presupuestaria y la compañía de sus guardaespaldas, que le protegen de la ira de los radicales fascistas, con los que no quiere tratos. Hoy en el Lazio juegan Pandev, el tocado Rocchi y Makinwa. Es un club sin estrellas y a la huida del próximo escándalo.

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