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Reportaje:Ciclismo

Entre las confesiones, carreras

Carlos Arribas

Aunque nadie se lo crea, entre medias de la ceremonia de la confesión que ha convertido las últimas semanas al ciclismo en el deporte del morbo -una competición por no ser el último en subirse al confesionario público y vomitar como si fuera un pecado insoportable para el estómago lo que se hizo hace años sin peor conciencia que la que pueda sentir un conductor circulando a 180 por una autopista- ha seguido habiendo carreras, ha habido aficionados en las cunetas disfrutando como niños, ha habido ciclistas sufriendo sobre una bicicleta. Falta poco más de un mes para el Tour y ya hay gente haciendo listas; la negra, para apuntar a todos aquellos que estarán ausentes por confesiones, sanciones y sospechas varias; la blanca, con los nombres de aquellos que esperan que les emocionen y les alegren las tardes de julio.

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Difícilmente, sin embargo, los nombres para la segunda, la importante, saldrán del Giro, carrera de y para italianos, dada la insularidad del ciclismo transalpino. Las figuras que ayer, por ejemplo, desafiaron a lo grande la dureza increíble de las Tres Cimas de Lavaredo -el jovencito Riccò, que se impuso tras una fuga de 100 kilómetros y cuatro puertos junto a su veterano compañero Piepoli, el rosa Di Lucca, el tremendo Mazzoleni- consideran ya su temporada terminada llegado junio. Será más fácil dar con la gente de julio entre los que también ayer terminaron en el traicionero Tibidabo la Volta a Catalunya. Gente del Este, sobre todo. Veteranos como el kazajo Vinokúrov, el ganador de la Vuelta que se quedó fuera del Tour 2006 con la expulsión del Astaná, o el ruso Denis Menchov, habitual entre los mejores del Tour. U otro ruso, un poco más joven, llamado Vladímir Karpets, que fue el ganador final de una Volta cuyo futuro está en el aire por problemas de patrocinio: los últimos años a la carrera más antigua de España le

ha salvado la publicidad de la Comunidad de Castilla y León, ya que las instituciones catalanas no consideraron necesario financiarla.

Tampoco es que estos problemas -una de las consecuencias de la mala fama que amasa el ciclismo en los despachos en que se deciden las inversiones publicitarias- le preocupen especialmente a Karpets. Estos problemas y muchos más. Karpets, de 27 años, nacido en San Petersburgo, residente en Pamplona desde hace años, desde que fichó por el equipo de José Miguel Echávarri, tiene el don de aparentar un mínimo desgarro emocional ante cualquier hecho que le afecte. Buenos y malos. Ya puede ser, como hace tres años, conseguir el preciado maillot blanco de mejor joven del Tour; ya sea, como en 2006, echar por tierra sus buenas expectativas en la primera etapa de montaña también del Tour. Nada. El mismo rostro inexpresivo, ojos hundidos, largas y anchas patillas coronando su interminable cuerpo, la misma expresión de indolencia. Si a ello se le une un hermetismo, más que filosófico, patológico, se obtendrá la imagen de la contradicción.

Siempre ha sido así con Karpets, excelente contrarrelojista que se defiende en la montaña cada vez mejor. Hace tres años también estuvo a punto de ganar la Volta, pero en la cronoescalada de Andorra sufrió la ley del increíble Martín Perdiguero, un sprinter que durante una semana lo fue todo, escalador, rodador, contrarrelojista, y que ahora, retirado, se ha metido en política dentro del PP. Este año, Karpets, a quien, aunque no lo parezca, la experiencia le afecta positivamente, logró precisamente en la misma contrarreloj, en la que terminó segundo tras su amigo Menchov, otro ruso de Pamplona, asegurar su maillot de líder después de haber sufrido la víspera en la etapa montañosa ganada por Sevilla. Lo hizo Karpets, quien antes de vivir en Pamplona estuvo unos años en el campamento-escuela que el ciclismo ruso ha organizado en Tortosa (Tarragona), haciendo lo contrario de hace tres años. Entonces se vació en la primera parte de la cronoescalada, la más llana; este año reguló y terminó muy fuerte.

Lo que tampoco supera el tímido gigante rubio de San Petersburgo es su declarada alergia a las novedades técnico-mecánicas de la bicicleta. Con las orejas batía palmas su compañero Óscar Pereiro el día de la cronoescalada cuando le llevaron un cuadro superligero de carbono nuevo. Lo estrenó encantado. No así Karpets, quien, cuando se lo enseñaron, dijo lacónicamente "no". Subió con su bicicleta de siempre, 700 gramos más pesada, con lo que necesitó algún vatio más para lograr la misma velocidad.

Vladímir Karpets, durante la última etapa de la Volta.
Vladímir Karpets, durante la última etapa de la Volta.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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