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ENCADENA2 | TOUR 2009 | Séptima etapa
Columna
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El escalador

En las etapas llanas de los primeros días, los escaladores desarrollan un espíritu parasitario. Se acurrucan en la cola del grupo, procuran no dormirse en el vaivén con que los rodadores mecen al pelotón para luego descuartizarlo por sorpresa y se dejan llevar subidos en las espaldas de los más rápidos. Pero en cuanto chocan con un puerto se dispara en ellos un resorte gótico que estimula su anhelo hacia las alturas. Son tipos que de niños trepaban a los tejados y a los árboles, y ahora les gusta quedarse a solas con los pájaros en las cimas de las montañas y ser los últimos en ver morir el sol en el ocaso. Para eso se atreven a desafiar la ley de la gravedad, esa extraña codicia con que la tierra se niega a dejar escapar de su seno a sus criaturas. Ante las rampas, el escalador aprieta los dientes y pone a trabajar todas las partes de su cuerpo: las piernas que empujan los pedales, los riñones que empujan las piernas, los brazos aferrados al manillar como si empujaran una carretilla cargada de arena. Alcanzada esa tensión que los hace ingrávidos, si uno deja de verlos durante los segundos en que trepan una de esas brutales curvas de herradura que van de una rampa dura a otra peor, puede pensar que han usado una pértiga en lugar de una bicicleta.

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La gota malaya en los picos rocosos

Cada uno tiene una montaña preferida cuyo perfil lleva tallado en el rostro, que en cada ascensión se ha erosionado hasta parecerse al puerto. La misma nieve ha astillado la cumbre y la nariz del escalador, el mismo viento ha arrancado la vegetación de las alturas y parte de su cabello, el mismo sol que broncea los bosques ha bronceado su barbilla. Su desdén por la técnica, esencial para el contrarrelojista, y su fe en la fuerza y la capacidad de sacrificio despiertan la admiración de los aficionados, que ven que el podio no siempre cuenta con ellos. Pocas imágenes son más hermosas que un escalador al ataque, en pie sobre la bicicleta, con los ojos puestos en la cima y en los dientes la ambición de empotrarse contra el cielo mientras los relojes estallan en pedazos.

Alberto Contador, durante la cronoescalada del Giro de 2008.
Alberto Contador, durante la cronoescalada del Giro de 2008.TIMM KÖLLN

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