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HISTORIAS DEL 'CALCIO' | Fútbol | Internacional
Columna
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Cómo no fallar un penalti

Enric González

Hay quien piensa que para entender de fútbol conviene haberlo jugado. Otros basan su ciencia en las combinaciones numéricas, 4-2-4, 4-4-2, 4-2-3-1, o en un examen detallado del abdomen de Ronaldinho. Todo ayuda, por supuesto. Pero las páginas deportivas no lo cuentan todo. En realidad, para entender el fútbol (y la política, y la cultura, y la hipoteca que uno paga) conviene adentrarse en la estepa de la economía. A veces se descubren historias edificantes y enternecedoras, como la que cuenta el periodista y dramaturgo Gianfrancesco Turano en su libro Tutto il calcio miliardo per miliardo.

La historia empieza en una noche romana de 2001, desbordante de euforia: la ciudad celebra el scudetto del Roma. El equipo giallorosso es formidable: Totti, Batistuta, Emerson, Cafú, Samuel... El propietario de la sociedad, Franco Sensi, magnate del petróleo y la hostelería, ha gastado todo lo que ha podido, y más, para componer una alineación memorable. En ese empeño, ha contado con la gentil colaboración crediticia del banquero Cesare Geronzi, presidente de Capitalia y vicepresidente de Mediobanca, uno de los dueños de Italia.

Berlusconi telefonea a Putin y la oferta rusa se esfuma. El banquero Geronzi se queda con la mitad de Italpetroli
Amigos de Abramovich ofrecen 400 millones por el Roma y por varias instalaciones petroleras del dueño del club, Sensi

El siguiente capítulo se desarrolla en 2004. El Roma no ha vuelto a ganar ningún scudetto y su deuda ya es agobiante. Entonces aparece Roman Abramovich, el inmensamente rico propietario del Chelsea, que ofrece 150 millones de euros por Totti y Emerson. Sensi, de acuerdo con el entrenador, Fabio Capello, y con el director deportivo, Franco Baldini, responde que Totti no está en venta, pero sí lo está la sociedad. Por unos millones más, el magnate ruso puede quedarse con todo. Abramovich tiene bastante con el Chelsea, pero habla del asunto con dos amigos suyos, Anatoli Kolotinin y Suleiman Kerimov, de la Nafta Moskva. Kerimov, un tipo tan oscuro como todo lo que rodea hoy el Kremlin, es a los 38 años diputado de la Duma y una de las 100 personas más ricas del mundo.

Kolotinin y Kerimov contratan a Salvatore Trifiró, un abogado que trabaja para las mayores empresas italianas, como garantía de seriedad. Y ponen sobre la mesa una oferta de 400 millones de euros por el Roma y por varias de las instalaciones petroleras de Sensi. La venta está a punto de cerrarse.

Pero, ay, la cosa no conviene al banquero Geronzi, que a esas alturas está a punto de quedarse con esas instalaciones petroleras y con otros bienes que la familia Sensi aportó como garantías a los créditos. Si llegan los rusos, Geronzi recupera los préstamos. Lo que Geronzi desea, sin embargo, es lo otro: los bienes. ¿Qué hace? Lo que haría cualquiera en su caso: llama a Silvio Berlusconi, presidente del Gobierno y del Milan, y le plantea la situación. Il Cavaliere comprende que al Milan tampoco le interesa un Roma rebosante de petro-rublos. ¿Solución? Berlusconi telefonea a su amigo Vladimir Putin y le pide que bloquee la oferta de Nafta Moskva. Simultáneamente, alguien envía a la Guardia de Finanzas a revisar a fondo todas las cuentas del Roma.

Putin actúa con rapidez y la oferta rusa se esfuma pocos días después. El Roma no puede pagar a Geronzi y éste se queda con la mitad de Italpetroli, la empresa de Sensi: penalti y gol. Capello y Emerson se marchan al Juventus. El sueño romanista de competir en pie de igualdad con el Milan o el Inter se convierte en humo.

Una historia edificante, ¿no? Tiene además un curioso epílogo. En noviembre pasado, Kerimov sufrió un gravísimo accidente automovilístico en Niza mientras conducía un Ferrari prestado. La policía francesa abrió una investigación.

El Roma, a todo esto, ganó ayer por 3-0 al Reggina. Totti falló un penalti por sexta vez esta temporada. Geronzi y Berlusconi fallan mucho menos.

Silvio Berlusconi (a la derecha), con Carlo Ancelotti, el entrenador de su club, el Milan.
Silvio Berlusconi (a la derecha), con Carlo Ancelotti, el entrenador de su club, el Milan.REUTERS

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