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ENTRE FANTASMAS | FÚTBOL | Primera jornada de Liga
Columna
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Desde el fondo del mar

Como probablemente recuerdan, Sherezade, una sirena enamorada del insultante sultán del Real Mourinho, había engatusado a Monseñor, ateo y nudista, para ver la Supercopa de España en su episcopal televisor. El incidente del dedo en el ojo la desenamoró y, en ausencia de Monseñor, que había ido a ver al Papa, me llamó para que la devolviera al mar. Con una sirena al hombro, los transeúntes me veían pasar estupefactos. De frente, diríase que había atrapado a una díscola novia recién salida del lecho nupcial. De espaldas, daba la impresión de que había pescado una merluza que todavía coleaba. Odio a los enamorados y a las enamoradas. Y, más aún, a los enamorados desenamorados, sean hombre, sirena o mujer. Es insoportable soportarlos y peor aún llevarlos a cuestas.

"¡Deja de hablar de dedos en el ojo o acabarás, también tú, impregnado de tinta de calamar!", dijo Neptuno

Exhausto, alquilé una bicicleta y senté a la desenamorada sirenita en el manillar. No solo le repugnaba la zafia actitud del entrenador idolatrado, sino también la pancarta que, con delatora tipografía, mostraba la solidaridad de los hinchas y el tácito refrendo del Club: "Mou, tu dedo nos señala el camino", rezaba el manifiesto. ¿Qué camino? ¿El de añoradas dictaduras de antaño? O, al no especificar la pancarta de qué dedo se trataba, cabría suponer que el entrenador en cuestión asignaba a su actual equipo el obsceno camino que su gesto sugería. Eso imaginé que pensaba la sirena desenamorada mientras yo, jadeante y sudoroso, pedaleaba por un sendero que bordea el acantilado.

Al llegar a una zona pedregosa y empinada, la cola de pez se enredó en los radios de la rueda delantera y, perdido el control, nos despeñamos con la bicicleta al mar. Allí conocí a Neptuno, que, como sabemos, es del Atlético de Madrid. "¿Qué haces utilizando la literatura para tan bajos fines?", me espetó. "¡Deja ya de hablar de dedos en el ojo y de sus obtusas consecuencias o acabarás, también tú, impregnado de tinta de calamar! ¿Por qué no cuentas aquello de cuando Mújica levitaba, elevándose vertical sobre el césped, para alcanzar el balón con la coronilla o nos recreas con tu prosa aquella imagen de Aparicio, despejando de tijera, que ilustraba el cartel de su homenaje el día en que asististe por primera vez a un partido de fútbol en el estadio Metropolitano? ¿Te acuerdas?".

"¿Por qué no glosas los penaltis lanzados por Larbi Ben Barek, que golpeaba el balón con el exterior del pie, escorando el cuerpo hacia el costado izquierdo, para marcar raso y ajustado por la cepa del poste opuesto? ¿O por qué no rememoras el gol que consiguió el pequeño Carlsson, desde más atrás de medio campo, anticipándose en muchos años al mítico tanto que nunca llegó a marcar Pelé? ¿Por qué no describes esos pases a ras de hierba y al espacio que con tanta precisión y elegancia ejecutaba el canario Alfonso Silva?".

El viejo Neptuno tenía enmohecido el tridente, del que colgaban las algas como oscilantes pingajos, pero no la memoria. No había castillos de oro en su entorno. Ni caballos blancos ni amables delfines. Solo vislumbré tres tristes tritones que, temerosos de los coléricos arrebatos paternos, merodeaban a prudente distancia.

En lo que a la sirenita desenamorada concierne, apenas zambullirnos, la muy puta se lio con el primer pulpo Paul que la acogió en sus tentáculos. Me dejó sentado en un banco de coral con una rueda al cuello a modo de collar y un pedal en la oreja a modo de pendiente. De esta guisa tuve que aguantar la perorata de Neptuno y seguirle la corriente. "¿Por qué no dices que los actuales guardametas, con sus descomunales manoplas, parecen títeres del pimpampum y, como los porteros de balonmano, ya no saben blocar?".

"¡Carecen de la sobriedad y apostura de un Marcel Domingo que, sin piruetas ni aspavientos, atrapaba los balones con las manos desnudas!", clamó el rey de los mares en su nostálgico delirio, y añadió: "En aquel entonces, el fútbol era para ti un mítico espectáculo de película que no excedía la pantalla ni nadie interfería el haz del proyector". La metáfora me hizo estornudar y desencadené, sin querer, el huracán Irene en Nueva York. "Es la contaminación, querido", diagnosticó Neptuno; "los vertidos de crudo y los residuos radioactivos contaminan más que los dedos de vuestro Mourinho".

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