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EL CÓRNER INGLÉS
Columna
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El fútbol y la necesidad del olvido

- "Jugamos fútbol orgía. El otro equipo sabe que se la van a meter, pero no sabe quién ni por dónde".

Sam Hammam, ex dueño del Cardiff.

Esta columna puede dar la impresión de tener una baja opinión del juego que despliega el Liverpool de Rafa Benítez. Junto a otros periodistas de este diario, y de muchos más en España e Inglaterra, podríamos haber dado a entender que Benítez desdeña el arte en el campo, que defender es su primera, segunda y última prioridad, que prefiere autómatas a cracks y que hay que ser muy, pero que muy fanático del Liverpool para exprimirle alguna gota de interés al fútbol estreñido y resultadista que el español propone.

Por supuesto, ésta nunca fue nuestra intención. Y mil perdones si dimos motivos para que se nos interpretara mal. Como todo el mundo ha constatado en las últimas dos semanas y media, el Liverpool ofrece una avalancha de buen fútbol. Benítez anima a sus jugadores a desmelenarse, a derrochar todo su talento en la búsqueda de goles. Los últimos tres partidos de los Rafa boys han sido un himno al jogo bonito: trece goles, y no contra cualquiera. Cinco el domingo pasado contra el Aston Villa, que va quinto en la Liga; cuatro el fin de semana anterior contra el líder, Manchester United (en Old Trafford); y cuatro pocos días antes contra otro equipo de cierto renombre mundial, el Real Madrid. Lejos de sentirse cautivos de un esquema táctico conservador, Steven Gerrard y Fernando Torres, los jugadores del Liverpool de más talento natural, galopan por el campo como antílopes en el Serengeti. Da gusto verles.

Celebrar de esta manera a Benítez podría suscitar acusaciones de hipocresía en algunos lectores o, peor, de una falta lamentable de criterio de parte de los que pretendemos ganarnos el pan escribiendo sobre el fútbol. Lo cual sería injusto y demostraría, a su vez, una falta elemental de comprensión de un deporte que es, por naturaleza, irracional, loco y -para ser más concretos- esquizofrénico. Oscila permanentemente entre un polo y otro, y para entenderlo y opinar de él hay que ser un poco esquizofrénico también. Es imprescindible poder olvidar las opiniones vertidas sobre el equipo X o el jugador Y un día, una semana, un mes antes porque, en caso contrario, se acabaría la conversación, el gran e interminable debate que genera el fútbol en todos los rincones del mundo, todos los días.

Se acabaría porque cualquier conversación se debe construir sobre la base, por ilusoria que sea, de que las personas que hablan poseen algún elemento de autoridad, de que no son unos tontos perdidos, de que existe alguna continuidad lógica en sus argumentos. En el caso del fútbol ésta es, claro, una gran mentira, pero una mentira necesaria. Nos gusta hablar de fútbol y para poder seguir haciéndolo, sin perder nuestra dignidad humana, es necesario un pacto en el que todos tácitamente participamos. El pacto consiste en olvidar rápidamente lo que dijo el amiguete en el bar, o el periodista en el diario, o el comentarista en la radio o la televisión. Y no por buenos modales, sino porque el instante en el que revelamos su craso error le dejamos al desnudo, le restamos autoridad y se elimina toda posibilidad de seguir prestándole atención, de seguir teniendo una conversación.

Donde demostramos especial piedad, claro, es con nosotros mismos. Nos olvidamos por completo de que de un día al otro caemos en las más burdas contradicciones. Donde existe menos piedad, por otro lado, es en el caso de los entrenadores, o los directores deportivos o los presidentes. Cuando fallan, pierden sus trabajos y, porque se supone que ellos sí deben saber de lo que hablan, les damos duro. Pero el gran pacto amnésico se impone aquí también. Los Luis Aragonés, los Juande Ramos, los Vicente del Bosque, los Florentino Pérez decepcionan, pero pasa un tiempo y se convierten una vez más, por consenso, en redentores iluminados.

Así es. Ver al Liverpool, declarémoslo con convicción, es una gozada. Rafa, no lo dudemos, es un exuberante entrenador. Hasta que de aquí a una semana nos olvidemos, si fuera necesario, de que lo fue.

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