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El 'gaucho', una pena

Dunga tiene un problema: su equipo no juega nada ni a nada. El de Ronaldinho es mucho más preocupante porque su partido ayer fue de pena. Con lo que él ha sido, entristece verle hacer lo que hizo ayer en el césped. Porque, literalmente, no jugó: salió al campo, eso sí. Con eso se conformó. Fue, por así decirlo, coherente con el espíritu olímpico: si lo que importa es participar, Ronnie lo hizo. El problema es que no corre, trota, y no encara. Así que no puede regatear y, por lo tanto, frena las contras cuando le toca llevarlas a él y no ayuda al compañero que las protagoniza. Eso sí, tira las faltas: mandó una al palo. En ello sigue siendo aquel jugador que un día deslumbró al mundo vestido de barcelonista. "En eso no ha perdido la magia", reconoció Zabaleta, lateral del Espanyol. En el resto, sí. "No sé... Es muy raro, no es aquel jugador que agarraba la pelota y desbordaba con una facilidad asombrosa. Ya no es el que veíamos antes, el que hacía disfrutar", convino el argentino.

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En el estadio de Los Trabajadores, a Ronaldinho le sobraban motivos para deslumbrar. Le esperaba el mundo. No le vieron. Llevaba el brazalete de capitán, defendía la sagrada camisa amarelha con el 10 a la espalda y era una semifinal de los Juegos, sus segundos Juegos. En Sidney 2000, la selección de Camerún, liderada por Eto'o, eliminó a Brasil en los cuartos. Entonces, era la estrella. Ayer, el capitán, pero les borró de la final la Argentina de Messi y Agüero. Leo, su hermano, fue el primero en consolarle al final del partido. El abrazo tuvo tanto de afecto como de cobijo. De poder, Ronaldinho habría desaparecido.

Los chinos, que viven el fútbol muy a su manera, acompañaban cada toque del gaucho con exagerados ¡ooohs! El ex jugador del Barça terminó tan desesperado como su equipo, jugando —es un decir— de mediocentro cuando Brasil se quedó con nueve sobre el campo. Puede que a los chinos les bastara. Son una afición naif. A los pocos seguidores brasileños en la grada, en cambio, el partido les pareció un calvario y la actuación de Ronaldinho les hundió en una pena sobre la que, además, no tienen explicación. Ni ellos ni nadie. Nadie, menos Dunga, el seleccionador de Brasil, quien después del partido dijo que Ronnie tiene "un futuro extraordinario como capitán de la canarinha".

Tampoco tiene explicación que, sudando lo poco que sudó, el gaucho tardara más de tres horas en pasar el control antidopaje. Hasta en eso generó pena. Quiso jugar y no pudo. Quiso mear y no pudo.

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