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Columna
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El gol calvo

Juan Villoro

Hay goles que sólo se pueden anotar con la cabeza rapada. Cuando un delantero recibe un centro de espaldas a la portería, necesita una segunda frente para rematar.

El gol calvo por excelencia fue anotado por Uwe Seller en el Mundial de México 70. El alemán remató sin ver y con perfecta puntería, como sólo puede hacerlo quien lleva la frente en todo el cráneo. Ciertos jugadores se ven favorecidos por la pérdida de pelo. Otros se afeitan al modo de Ronaldo, como gladiadores de una edad futura. Jared Borgetti es el mejor cabeceador en la historia del futbol mexicano. Tal vez por eso lleva el corte brevísimo y cruel del ejército o el orfelinato, y cuando anota sonríe con la exultante libertad del prófugo. Las complicaciones de Jared no pasan de su nombre; no se trasquila para parecerse al Dalai Lama o tener look de alienígena, sino para practicar el remate patentado por Seller, atributo de las cabezas que castigan bien sus pelos.

Durante años, Borgetti fue una inmensa gloria municipal. Reinventó el arte de cabecear en el ardiente estadio de Torreón, pero desmerecía lejos de casa, como si las canchas extranjeras tuvieran la enrarecida gravedad de Marte.

Desde que Javier Aguirre impuso un orden admirable, la selección mexicana demostró que podía luchar con eficacia sin aspirar a la magia. Un grupo modesto y entregado, donde Jared anotaba a veces y sin gran alarde. Sólo las espinilleras con la Virgen de Guadalupe delataban que el equipo creía en los milagros.

Finalmente, en el minuto 34 del partido contra Italia, Borgetti rompió el maleficio de una selección en pecado de normalidad. El delantero recibió un centro bien temperado de Cuauhtémoc Blanco, con el inconveniente de que debía cabecear de espaldas, con un defensa pegado al cuerpo. En 32 años nadie había emulado en un Mundial la proeza de Uwe Seller. El portero Buffon estaba atento a todo lo que fuera posible. No podía saber que Borgetti iba a saltar como si estuviera en el desierto de Torreón ni que giraría su cráneo de pelón de hospicio para anotar el gol que nosotros veíamos y él sólo podía soñar. Los guardametas dan realce a ciertos goles con sus estiradas. Ante el remate inverosímil, suelen quedarse de piedra. Buffon apenas hizo por la pelota. Acaso su papel en la jugada no fuera otro que estar ahí, enviado por el destino para recordar la sentencia de su tocayo el clásico: 'el estilo es el hombre'.

O lo que es lo mismo: hay goles que sólo se pueden anotar con la cabeza rapada.

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