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Crónica:TOUR 2008 | Undécima etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

El hermoso Tour paralelo de Pereiro

El gallego se escapa buscando inútilmente un golpe sorpresa como el de su triunfal 2006

Carlos Arribas

El martes, el día de descanso, los equipos decidieron abandonar el ProTour, la liga cerrada puesta en marcha por la UCI hace tres años, y firmar un contrato privado con los tres grandes organizadores (Tour, Giro y Vuelta, que ya habían roto con la UCI hace un año) en lo que constituye, de facto, un ProTour privado, paralelo al oficial. Ayer, día de faena, día de calor en las tierras prepirenaicas del sur de Francia, Óscar Pereiro decidió inventarse el Tour paralelo. Se escapó a 70 kilómetros de la meta, al pie de un puertarraco de primera que se esperaba tuviera carácter de emboscada, lo que de por sí no tendría tanto de extraño si no fuera porque por delante marchaba, ya a 15 minutos, la fuga del día, una docena de corredores entre los que no había, increíble, ningún español. Cincuenta kilómetros más lejos, ascendido y descendido el col del Portel, a 20 kilómetros de la llegada, el devorador Jens Voigt, mascarón de proa del CSC, llevaba al pelotón finalmente hasta la rueda del gallego.

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Pereiro ya se había acostado la víspera dándole vueltas a la idea. Lo comentó con Valverde, con quien había compartido penurias en el valle camino de Hautacam, contó con su OK, pero antes de partir hacia la insensata, y por lo tanto, hermosa, aventura, Pereiro habló con el escalador Leo Piepoli, el gurú de Riccardo Riccò y, a lo que se ve, de medio pelotón. "Lo voy a intentar, Leo", le comunicó Pereiro, que marcha en la general a seis minutos del líder. "Ataco en el puerto y si alguien me acompaña puedo dar la misma sorpresa de hace dos años". Hace dos años, bien acompañado, en otra etapa fronteriza entre Pirineos y Alpes, Pereiro, que había perdido casi media hora en las primeras montañas, recuperó el tiempo para vestirse de amarillo. Ayer, solo, pues nadie vio sentido a hacerle compañía -primó sobre la solidaridad la consideración de que era un sinsentido lanzarse si al final del camino no esperaba recompensa: la victoria de etapa se la jugarían los primeros fugados-, no ganó nada tras pasar la cima con una ventaja de 2m. O casi nada: al menos hizo sudar de lo lindo a Voigt, el hombre que liga todas las salsas: en la fuga de Montélimar que dio el amarillo a Pereiro fue Voigt la fuerza motriz; en la terrible ascensión al Tourmalet que acabó con Pereiro y Valverde descolgados, fue Voigt el brazo ejecutor; ayer fue Voigt quien dirigió las operaciones del pelotón en la ascensión y el descenso tras Pereiro.

No fue Voigt el único que tuvo un día afanado en el CSC, el equipo que ha asumido de forma vicaria la responsabilidad de una carrera abandonada por el Silence del líder, Evans. Por delante, en la fuga, marchaba el noruego Arvesen, otro de la cofradía que no desaprovechó la ocasión de lucir palmito. Más que una demostración de sabiduría táctica -más bien todo lo contrario, pues lo hizo todo al revés-, Arvesen hizo una exhibición de fuerza bruta increíble que le condujo a la victoria de etapa: corrió en cabeza y con todo el gasto los últimos kilómetros; resistió las acometidas de Ballan, el fino clasicómano italiano que debería haber ganado; dirigió un sprint a tres desde el peor sitio, la primera plaza, tomó mal la última curva, y aun así fue capaz de resistir el inútil esfuerzo por remontarle de Elmiger y Ballan. Y para terminar, a punto estuvo de caerse al levantar los brazos: lo hizo tímidamente, una fracción de segundo. Y así terminó un día más en el que la fuerza de rodillo del CSC se impuso a la poesía: el Tour siguió, pues, con su rutina.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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