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EL CÓRNER INGLÉS | Internacional
Columna
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La inmortalidad perdida de Henry

- "El fútbol despierta las peores pasiones".

Jorge Luis Borges

Lo sorprendente es que hasta la fecha el fútbol sólo haya provocado una guerra, la de 1969 entre Honduras y El Salvador. Porque motivos o pretextos, en todas partes, han sobrado. En tiempos de Copa del Mundo, el fútbol inflama el orgullo nacionalista, fenómeno volátil y peligroso en el mejor de los tiempos, al que los resultados agregan muchas veces los elementos combustibles de la humillación o de la injusticia, sea ésta real o imaginaria.

Humillación, a lo grande, es lo que sufrió esta semana el siempre frágil y agresivo ego nacional ruso. Y a manos, para colmo, de unos de sus antiguos satelitillos de la era soviética. Eslovenia, país de dos millones de habitantes, se clasificó para el Mundial 2010 a costa de Rusia, de 142 millones. Se supone que Vladímir Putin y compañía reprimirán el impulso de invadir Eslovenia, pero cuidado por si la toman otra vez con Georgia o algún otro país vecino. No es el momento para ponerse gallito con los rusos.

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Injusticia parece ser la sensación que tienen los egipcios tras caerse del Mundial el miércoles, derrotados por Argelia. No se sabe muy bien por qué se han convencido en Egipto de que hubo algo impropio en la victoria argelina, pero lo que sí sabemos es que manifestantes en El Cairo han estado apedreando la embajada argelina, que ambos países han estado retirando diplomáticos y que el hijo del presidente de Egipto ha declarado que "hay que golpear la cabeza del que nos insulta". Argelia y Egipto, resulta, albergan una amarga hostilidad mutua hace años (nadie en el resto del mundo se había enterado, del mismo modo que nadie fuera de España se entera de que existe fricción entre Cataluña y Madrid) y el partido de esta semana asegurará que los países hermanos árabes se sigan odiando durante muchos años más.

Irlanda y Francia, en cambio, siempre han gozado de una buena amistad, unidos por la religión católica y su común desprecio hacia la pérfida Albión. Ya no. Hoy, los irlandeses se sienten más cerca que nunca de sus antiguos opresores ingleses, que comparten de manera solidaria y ruidosa su indignación ante la clarísima injusticia sufrida esta semana ante la selección francesa de fútbol. Tal ha sido la enormidad del crimen que uno se queda asombrado ante la cordura del Gobierno irlandés. A la hora de escribirse esta columna, aún no habían convocado una reunión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU para exigir sanciones económicas o proponer "una coalición de los dispuestos" contra el enemigo francés.

Recordemos lo que pasó. Los irlandeses jugaron mucho mejor, con más pasión, y merecieron ganar. Los franceses demostraron la misma entrega y ambición que sus militares frente al Ejército alemán en 1940. La victoria de la selección francesa, en un estadio parisiense, se debió única y exclusivamente a que, en el instante decisivo del partido, su capitán, Henry, jugador del Barcelona, cambió el fútbol por el baloncesto. Le dio al balón dos toques con la mano -uno para evitar que saliera fuera y otro para colocarlo en su pie derecho- y se lo pasó a Gallas, que metió el gol más fácil de su vida. Francia empató y, tras haber ganado el partido de ida en Dublín (0-1), se clasificó para el Mundial dejando a Irlanda eliminada.

Ante los oídos sordos de la FIFA, que ha negado una solicitud irlandesa para repetir el partido, sólo existe una posibilidad de venganza. Y ésta depende paradójicamente de que Henry sea en el fondo no un canalla, sino un buen tipo. Si resulta que Henry es buena gente, y parece que sí, ya que ha reconocido públicamente su "vergüenza", se enfrenta a una condena de remordimiento que la alegría de haber participado en el Mundial de Suráfrica jamás paliará. Pero hay otro sufrimiento incluso peor. El pobre hombre quizá no se haya enterado todavía, pero el miércoles por la noche, ante Irlanda, perdió la oportunidad más gloriosa de su vida. Si Henry le hubiera dicho al árbitro en el acto "fue mano, anule el gol", habría pasado a la historia no sólo como un gran jugador, ni mucho menos como un tramposo, sino como un deportista inmortal.

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