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HISTORIAS DE UN TÍO ALTO | BALONCESTO | NBA
Columna
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La justa sosería de Rick Adelman

Este año he visto más a los Timberwolves de Minnesota que a ningún otro equipo de la NBA. No es casualidad. Es prácticamente imposible no disfrutar mirando a Kevin Love. Siento debilidad por Luke Ridnour y por el muy vilipendiado Darko Milicic. Y no puedo evitar ser hincha de la mejor noticia de esta nueva temporada de la NBA, Ricky Rubio. Aunque me gustaría decir que esas son las únicas razones por las que me veo buscando en las ondas los partidos de los Timberwolves -me daría otra excusa para deshacerme en elogios hablando de Ricky y de mi primera casa en España (Badalona)-, hay otra cosa: el entrenador de los Timberwolves, Rick Adelman.

Phil Jackson, Gregg Popovich, Jerry Sloan. Todos, de una edad parecida (Jackson tiene 65 años, Popovich tiene 63 y Sloan tiene 68). Y a todos se les considera la realeza de los técnicos (los tres darán seguramente discursos en Springfield, Massachusetts).

El técnico ha convertido a los jóvenes Wolves en un conjunto atrayente y competitivo

Rick Adelman encaja en un perfil parecido: tiene 65 años y su porcentaje de victorias a lo largo de su trayectoria profesional es, de hecho, ligeramente mejor que el de Sloan. Pero Adelman casi siempre se queda fuera de los debates sobre los grandes entrenadores de su generación. No tiene un ataque característico como Jackson (el triángulo), ni un jugador característico como Popovich (Tim Duncan) ni un aspecto característico como Sloan (gorra de béisbol de John Deere).

La razón: Adelman es un soso.

Rápido, díganme algo que recuerden que haya hecho durante cualquiera de sus 950 victorias en la NBA.

La amnesia que inspira Rick Adelman es precisamente lo que le hace perfecto para la versión de este año de los Timberwolves de Minnesota. Los Timberwolves son jóvenes, lo que los hace inherentemente atrayentes. Pero la juventud provoca efectos secundarios en la cancha de baloncesto. La exuberancia puede a veces acabar en pánico. La euforia puede decaer rápidamente y transformarse en abatimiento.

Estos extravíos son menos probables con Rick Adelman al mando. Cuando vemos jugar a los Timberwolves, caemos en la cuenta de que, a pesar de su relativa juventud, el equipo rara vez parece fuera de control. Por otro lado, los Wolves casi siempre son competitivos. Es posible que pierdan más partidos de los que ganan -es un equipo divertido de ver, pero también al que resulta difícil imaginarse en las eliminatorias-, pero no es habitual que se vean obligados a hacer de clavo para el martillo de sus adversarios. A pesar de ser una colección sumamente juvenil de jugadores de baloncesto, son extraordinariamente constantes.

Parte de esta constancia se debe a los escoltas del equipo. A Luke Ridnour se le da mejor el baloncesto que a los viejos desarrollar un olor peculiar. J. J. Barea sigue haciendo que Mark Cuban parezca un amante rechazado. Y el novato Ricky Rubio no tiene nada de novato: juega al baloncesto profesional desde la época en que un twitter no era más que el sonido que hacen los canarios.

Pero gran parte del mérito por la constancia de Minnesota puede atribuirse al hombre que reina en las líneas de banda. Puede que Rick Adelman no haya perfeccionado un ataque revolucionario y que no lleve una gorra verde guapísima. En cambio, tiene precisamente lo que hay que tener para convertir a los Timberwolves de Minnesota de este año en el equipo más apetecible de ver en la NBA: un extenso currículo como entrenador, un montón de experiencia con equipos jóvenes y de talento y la cantidad justa de sosería.

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