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Reportaje:TENIS | La leyenda continua

El laboratorio de un genio

Finalizada la aventura de Nueva York, el mallorquín trabajará para aumentar la velocidad del segundo saque y estudiará cambiar los pesos de su raqueta

Rafael Nadal es un tenista que trabaja en dos velocidades. Presente y futuro se entrelazan en su quehacer diario, inasequible al desaliento, insensible a las buenas señales, a representar al éxito y el poder establecido, siempre inquieto. Nunca sirvió el número uno mejor que durante el Abierto de Estados Unidos. Ahí, en Nueva York, templo del cemento que todo lo exige, logró su récord de velocidad (217 kilómetros por hora), llegó a la final con solo dos juegos perdidos, amenazó la marca de campeón con menos saques cedidos (cinco, de Andy Roddick) y se coronó como un sacador inquietante. Le dio igual. En medio del torneo, como quien desliza un secreto, dijo: "La asignatura pendiente, lo que me tomaré como objetivo para 2011, es aumentar la velocidad del segundo servicio".

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Hace años que la caseta identificó ese golpe como el más atacable del español. Nadal reaccionó sacrificando velocidad y riesgo en su primer saque a favor de un alto porcentaje de éxito. Ahora estudia cómo combatir el problema, en lugar de esconderlo. ¿Es cierto que planea aumentar el peso de la cabeza de su raqueta, sensibilísimo cambio en la herramienta de trabajo, para así ganar en velocidad?

"Es una posibilidad, no un plan, una de tantas cosas en las que a veces pensamos", responde Toni Nadal, tío y entrenador del número uno. "Los cambios no tienen porque sumar, a veces restan", continúa el entrenador. "Teóricamente, con más peso en la cabeza de la raqueta ganaría más potencia en el saque, podría moverla mejor. Todo está sujeto a mejora. En el segundo saque puede ir un pelín más rápido. Los kilómetros por hora que tiene de media en ese golpe indican que ahí tiene un margen de mejora más elevado que en otros golpes. Vamos probando. No todo sale".

¿Por qué arriesgarse a los cambios cuando se está en lo más alto? "Yo no soy muy de cambios", reconoce Nadal; "pero si las cosas no van bien en algo hay que buscar soluciones. El saque, por ejemplo, no me estaba funcionando muy bien. Un día entré en la central y me dije: 'Vamos a probar una empuñadura más continental, a ver si consigo que me corra más la bola'. Claro, también pensé: 'A ver si me voy a liar y es un desastre'... pero siempre hay tiempo de volver atrás".

Así piensan los Nadal: la flecha no mejora al arquero. Son las manos y no la herramienta las que producen los golpes. La herramienta, sin embargo, ayuda. Así lo han comprobado con el nuevo cordaje Babolat, el negro, que le llaman, que ha permitido al número uno disparar más largo y con menos esfuerzo. Así lo han podido ver en los sufrimientos de un colega, Fernando Verdasco, que ha jugado con tres marcas de raqueta distintas en los últimos nueve meses (Tecnifibre, Yonex y Dunlop), ha probado aún más modelos, y tan apretado le ha ido todo que ha tenido que hacerlo mientras competía, arriesgándose a perder la sensibilidad que echa en falta el violinista cuando cambia de instrumento, el toque, mientras le fabrican a medida lo que de verdad quiere. Y así se lo han contado todos los viejos campeones, desde Manuel Santana, que insiste en que con 72 años saca a 190 kilómetros por hora, cosa que no consiguió cuando tenía 25, hasta el estadounidense Jimmy Connors.

"Es evidente que los nuevos materiales lo han mejorado todo, que les ha dado a los tenistas mucha más potencia, además de muchísimo más control sobre la pelota con los nuevos cordajes", razona Jimbo. "Eso hace que todos parezcan mejores. Vilas, Borg, Ramírez, Nastase... ellos también usaban muchísimo topspin [efecto curvado]. Ahora, es posible jugar así para todos. Es interesante ver lo que ha pasado con el juego: es diferente, más potente y permite que todo el mundo pueda jugar a un nivel más alto".

Nadal está en lo más alto. Es el número uno del mundo. Atesora títulos grandes y pequeños, prestigio y fama. Nada de eso, sin embargo, le detiene. El mallorquín tiene un laboratorio e irrefrenables ansias de mejora.

Rafa Nadal, con el trofeo de campeón en la plaza Times Square de Nueva York.
Rafa Nadal, con el trofeo de campeón en la plaza Times Square de Nueva York.EFE

Una pista gigante y desnuda

Por tercer año seguido, la final del Abierto de Estados Unidos se disputó en lunes, sometida al arbitrio del agua. Para la CBS y ESPN, las cadenas con los derechos televisivos del torneo en Estados Unidos, fue un duro golpe al que reaccionaron con un movimiento de riesgo: reprogramando la final el lunes a las 16.00, hora local, pese a que los partes meteorológicos advertían de nuevas lluvias, para así intentar asegurarse una mayor audiencia, y cambiándola luego de canal porque coincidía con el Monday Night Football, una cita importante del fútbol americano. Los responsables del Abierto de Estados Unidos aseguran que no invierten en un techo porque prefieren hacerlo "en desarrollar talento, en el futuro del tenis en Estados Unidos".

La pista Arthur Ashe fue construida en 1997. Costó 285 millones de dólares, unos 200 millones de euros invertidos con el objetivo de lograr la pista más grande del planeta (casi 25.000 espectadores). Hoy, inservible bajo la lluvia, se encuentra frente a un doble problema arquitectónico. Primero, los pilares exteriores que sujetan la pista y los inmensos focos dificultan sobremanera, según la organización, la construcción de un techo. Y segundo, sus anchos pasillos y estructura semicircular facilitan, según los tenistas, que sea la pista con más viento del circuito.

La central del Abierto de Australia tiene techo. La central de Wimbledon tiene techo. La central del Abierto de Madrid y otras dos pistas del torneo, tienen techo. La pista más grande del mundo se moja bajo el agua.

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