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Reportaje:Argentina-España

El mejor contra la mejor

Messi aspira a conquistar por fin a la afición argentina con un buen partido contra España

Leo Messi (Rosario, 1987) está considerado como el mejor jugador del mundo, tanto desde el punto de vista oficial —la FIFA le distinguió con el Balón de Oro— como oficioso, sobre todo por los títulos que ha conseguido con el Barça —desde la Liga hasta la Copa de Europa en el ejercicio 2009, cuando reunió los seis trofeos en litigio— y por el impacto popular que despierta su figura en los distintos campos de fútbol. Más de 130 goles le acreditan, además, como uno de los mejores pichichis de la historia azulgrana, por encima de Rivaldo o Eto'o y solo por detrás de leyendas del calado de César (235), Kubala o Samitier. La Bota de Oro le señalará próximamente como el mejor goleador del pasado curso. La autoridad de Messi como jugador barcelonista resulta indiscutible. Ambos, entidad y futbolista, funcionan con tanta complicidad como determinación: el solista necesita tanto al equipo como el conjunto barcelonista al argentino.

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Alrededor de Messi solo parecen tener sentido los extremos y los volantes, los laterales y los centrales, nunca los delanteros centro. Ronaldinho, Eto'o e Ibrahimovic han claudicado ante la onda expansiva del fútbol de La Pulga, como se conoce al atacante del Barça. A Messi, sin embargo, todavía le falta un éxito que no se alcanza con victorias, ni se cuantifica con puntos, goles o distinciones, sino que se gana de manera muy particular: Lio necesita sentirse querido por su Argentina.

A Messi le dieron por perdido en su propio país cuando descubrieron que tenía un déficit en su hormona del crecimiento, un caso inédito, de acuerdo con el diagnóstico de los médicos. El niño precisaba de una atención médica y de un cuidado tan especial que comenzó por jugar arrimado a la banda para estar cerca de la familia. Así que convirtió cada jugada en una cuestión de supervivencia.

Agarraba la pelota y eliminaba a cuantos rivales se le presentaban en el recorrido que mediaba hasta que la mete en la portería contraria. No hay soluciones intermedias en su fútbol. El escritor mexicano Juan Villoro recordaba recientemente que Messi quedó encerrado de pequeño en un lavabo cuando iba a disputar su primera final, un partido en el que estaba en juego una bicicleta, un premio extraordinario. Messi no se afligió sino que rompió el cristal del cuarto y escapó para ganar la bicicleta. Los diferentes técnicos que ha tenido en el Barcelona recuerdan que en su vida le han visto llorar desde que a los 13 años recaló en el club y asumió las muchas dificultades que se le plantearon hasta que fue presentado en el Trofeo Gamper de 2005 por Fabio Capello, entrenador entonces del Juventus, como el pequeño diablo, un adjetivo mucho más agradecido que el de "enano" o "renacuajo" con el que le bautizaron algunos en el Miniestadi.

"A Messi sólo se le para con una escopeta", añadió posteriormente el hoy seleccionador de Inglaterra. Una vez incorporado como infantil, asumido el coste que exigía su desarrollo, el ascenso de Messi en el Barça fue imparable por más que su ficha federativa estuvo bajo sospecha por su condición de asimilado. A La Pulga le hicieron la vida imposible en los despachos y en la cancha. Y, sin embargo, jamás salió una queja de su boca. "Hubo un tiempo en que pensábamos que era mudo", recuerda Piqué, compañero suyo en el cadete, juntamente con Cesc. Le daban y no le tiraban, le volvían a atizar y cuando caía se volvía a levantar, así hasta que un día abrió la boca en una partida de la PlayStation. Nadie ha interpretado mejor sus silencios que Pep Guardiola, técnico del Barça.

Messi no es amigo precisamente de Xavi, ni de Iniesta, sino que prefiere la compañía de Pinto o de Milito o de Piqué, y sin embargo, el Barcelona juega con los ojos cerrados. Ahora sus mejores compañeros de partido serán sus rivales en el partido Argentina-España, razón de más para aguardar que Lio —para los argentinos—, Leo —para los catalanes— cuadre por fin el partido que tiene pendiente con su hinchada. Messi nunca militó en un equipo argentino profesional y, por tanto, no tiene más fans en su país que los de la albiceleste. No le fue bien con Maradona. Quienes le conocen aseguran que llegó un momento en que se angustiaba cuando tenía que jugar con Argentina. Le podía la ansiedad, la obsesión por triunfar, y así fue descontando partidos hasta la eliminación en el Mundial 2010.

Ahora está más tranquilo y a gusto con Checho Batista, el mismo con el que ganó el oro en Pekín, y se siente más importante porque va ganando terreno en la cancha y en el vestuario. Gaby Milito y Mascherano son compañeros suyos en Argentina y en el Barça. Eduardo Galeano ya advirtió que Messi no se profesionalizó y, por tanto, su éxito pasa por generar las mejores condiciones para que se exprese en el campo como un niño en el patio del colegio.

Además de que Argentina no tiene a Xavi, las circunstancias personales puede que no le ayuden porque parece el jugador menos argentino de todos los internacionales y porque es excesivamente tímido y exageradamente correcto. No solo no tiene el ascendente de Maradona sino que ni siquiera cuenta con la raza de Tévez. A cambio, es único con el balón, explosivo en el terreno, exigente con sus isquiotibiales. Obsesionado con la pelota, a Messi no le interesa nada de cuanto ocurre fuera del estadio: no se vende ni tiene coartada por más que anualmente se le mejora el contrato.

Messi, sin embargo, daría hoy toda su fortuna por conquistar a Argentina, tanto da si es con un equipo montado a su alrededor, como si se impone a partir del desorden, o con una jugada maradoniana. El mejor futbolista juega contra la mejor selección del mundo. No hay término medio para un nuevo ejercicio de supervivencia. Territorio Messi.

Messi con Maradona.
Messi con Maradona.REUTERS

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