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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

Una milla color turquesa en Mende

Contador, ya líder, encabeza una exhibición española en la cuarta etapa de la París-Niza

Carlos Arribas

En Mende, en el pueblo en el que Laurent Jalabert, punta de lanza del ONCE, puso contra las cuerdas a Miguel Indurain en 1995, Alberto Contador dibujó ayer una milla azul turquesa, el color de su maillot. Durante exactamente 1.600 metros de subida, versión abreviada, nieve en las laderas, de la que se asciende en el Tour, bautizada ya cima Jalabert, el chico de Pinto sufrió, subió, de pie bailando sobre los pedales, sentado, las largas piernas, pantalón por fin corto, quemándose en el fulgor de la tarde. Solo como en 2007. Detrás de él, la desbandada, una explosión limitada, no había tiempo para más, ni espacio, pero intensa, de todos los que quieren ganar la París-Niza. Detrás de él, de Contador, ya superado el desconcierto del abanico y la caída del lunes, ya en su territorio, el vacío.

Detrás de él, a diez, 15 segundos, sus amigos.

Quince años después de Indurain, en España no hay carreras, tampoco equipos, pero quedan corredores, los mejores, los de una generación que no dio ni una pedalada al mismo tiempo que el gigante navarro, que ayer, en exhibición, también coloreó Mende, otro milagro. Detrás de Contador, que enseguida cambió el turquesa por el amarillo de líder, Alejandro Valverde, el vencedor de la última Vuelta, que llega de ganar el Tour del Mediterráneo; con él, también a una decena de segundos, el campeón olímpico, Samuel Sánchez, y un poquito más atrás, cuarto, Purito Rodríguez, bronce en el último Mundial. Entre ellos, y también entre Luis León Sánchez, el viejo Voigt, el niño eslovaco Saga (20 años recién cumplidos), el checo Kreuziger, los jóvenes que llegan, se jugarán este fin de semana la victoria final: mañana, una nueva llegada en alto, un puerto en las cercanías de Niza; el domingo, el tradicional recorrido del col d'Éze, la llegada al paseo de los Ingleses.

Por delante de ellos, sin rival, Contador, imparable cuando la carretera se eleva. Todo lo que termina en alto lo gana. Basta con que cualquier corredor, ayer el francés Le Mevel, amague un poco al pie del puerto para que él salte, alegre, un niño sin ataduras, sin ganas de calcular. "Es muy difícil ganar, y más si todo el mundo sabe que vas a atacar", dice Contador. "Pero he ganado, he cogido la bonificación, soy líder y estoy contento por el equipo, que lo va a tener duro estos días". Otros, en su lugar, pensando en el Tour, en las dudas que le puede generar su equipo, en las etapas del pavés, en las emboscadas, en los abanicos que le pueden esperar en julio, agarrarían un manual bélico o un Maquiavelo, un libro de fórmulas que le guiaran por el camino del máximo beneficio con el mínimo gasto, por el camino de las alianzas. Él, su voluntad, su genio, su talento que no admite arneses ni riendas, prefiere romper la baraja antes de empezar a jugar la partida. Él lo quiere así, y el mundo disfruta y aplaude. "Y esta carrera acaba de empezar", dice.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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