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Análisis:ANÁLISIS | COPA LIBERTADORES
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Se mira y no se toca

La Copa Libertadores nació envuelta en un ambiente de lucha y pierna fuerte, mucho más identificada con el coraje físico que con el toque sutil de un fútbol "poético", como calificaba Pier Paolo Pasolini al fútbol suramericano. Fue más una gesta épica que una disputa futbolística. Los futbolistas de esos años 60, cuando comenzó a disputarse, eran más bien guerreros que después de las batallas exhibían orgullosos las heridas del combate.

A la pelota la tenían olvidada en el rincón de las cosas superfluas, hasta que el Santos de Pelé y Coutinho decidió participar para agregarle el asombro de una sonrisa a tantos dientes apretados. Y ganaron el título dos veces para dejar establecido que jugando bien y disfrutando del juego, también se podía ganar. Nadie fue capaz de doblegar, ni aún a la fuerza, a tanto talento junto. Ni nadie supo encontrar el remedio para evitar que las hermosas paredes entre Pelé y su compadre Coutinho llegaran a la red como consecuencia de la eficacia que generalmente tiene la belleza en el fútbol. No obstante y aún en medio de las tinieblas, siempre es posible rescatar la luz de los que saben. Pedro Virgilio Rocha, un volante elegante y goleador de aquel Peñarol histórico; los encuentros brillantes de Bochini y Bertoni del Independiente tantas veces campeón que su hinchada cantaba con orgullo aquello de que "la Copa se mira y no se toca" porque parecía propiedad de los diablos rojos de Avellaneda.

El más grande todos, Diego Maradona, nunca disputó este torneo. No me digan que no es una injusticia
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La Bruja Verón, un extremo endiablado, habilidoso e imaginativo que le ponía alegría y gol a aquel Estudiantes rocoso de gesto severo donde también destacaba la elegancia de Madero, un central que recuperaba con sutileza y jugaba con galera y bastón. El Bocha Humberto Maschio, que jugaba de todo en el Racing de José Pizutti, donde Perfumo y Basile cerraban la frontera del área para que no pasara nadie, y le daban la pelota y la libertad al Bocha para que inventara a gusto. El Loco Hugo Gatti, que sabía todos los secretos de la portería y le ponía alegría a tanta tensión. René Higuita, con su atrevimiento ganador y su desparpajo seductor. Surgen también de aquellos años belicosos goleadores de la talla de Alberto Spencer, que, junto a Joya, definía lo que creaba Rocha, Morena un poco más tarde, Luis Artime, Sanfilippo, Daniel Onega..., tipos que sabían encontrar el espacio y el momento para poner la pelota en la red con precisión infalible. Por suerte, después de aquella época guerrera, la cosa se tranquilizó para darle lugar al fútbol, que recobró su identidad con la aparición de equipos que decidieron volver a las fuentes y hacer de este juego motivo para la ilusión.

De la época más cercana sobresale nítidamente el Boca de Carlos Bianchi y de ese equipo la figura de Román Riquelme, la pausa para que el toque sea más rápido y el gol producto de la creación y no de la casualidad. También el mellizo Guillermo Barros Schelotto, un delantero por afuera pícaro y hábil que le llenó la cabeza de centros al goleador Palermo, es decir, le explotó su mayor virtud. Bianchi ya había ganado una Libertadores con Vélez y, de paso, una Continental contra el Milan de Baresi. Después, para no perder la costumbre, y ya en el Boca, destronó al Madrid de Roberto Carlos y Raúl, con una soberbia actuación de Riquelme, que manejó los tiempos, escondió la pelota debajo de su bota y utilizó la velocidad del Chelo Delgado para sorprender al campeón de Europa, que aún hoy no se explica qué pasó. Y un punto y aparte para Valderrama, el rey del toque, que jugaba como se debe, ni más ni menos.

La Copa volvió a Argentina en la última edición y a las vitrinas de Estudiantes de La Plata, de la mano del otro Verón, el hijo de aquel talentoso extremo que una noche dibujó un poema de gol frente al Palmeiras de Brasil, que todavía emociona. Este Verón maduro que ordena a todo el equipo jugando a un toque y lo hace girar a su alrededor, para recuperar la mística ganadora de sus antecesores, aunque con otro concepto, más respetuoso con el juego y no tan apegado a la especulación. Permítanme una mención al Colo Colo de Caszely, un equipo ligado al romanticismo revolucionario de Salvador Allende, que en 1973 perdió la final con Independiente, en 3 partidos memorables donde, según cuenta la historia, sufrió la injusticia de errores arbitrales. Y, como las desgracias nunca vienen solas, ese año cayó sobre Chile la violencia depredadora de la dictadura de Pinochet. De todos modos, esta Copa Libertadores tiene una deuda que jamás podrá pagar. El más grande todos, el mejor, para muchos, y uno de los mejores de toda la historia para todos, Diego Armando Maradona, nunca disputó este torneo. No me digan que no es una injusticia.

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