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Reportaje:

El museo de Saint Andrews

El Open Británico empieza hoy en un campo mágico y con el recuerdo a Tom Watson

Juan Morenilla

Hace un año, Seve Ballesteros compartía sofá con Chema Olazábal en su casa de Pedreña. Una tranquila tarde de golf por televisión con un amigo al lado. Como en una película, la emoción iba in crescendo. Primero vieron a Jiménez saboreando su primer liderato en un grande, qué bien sabía ese puro tras la primera jornada; luego a Tiger Woods anticipando su caída a los infiernos, fuera del corte por segunda vez en su dictadura en los majors. Las dos últimas jornadas fueron las mejores. Ballesteros estaba emocionado viendo a Tom Watson retroceder en el tiempo en Turnberry y rozar la gesta con 59 años. Solo le faltó un golpe. En aquella tarde de julio, Seve saltó de su asiento: "El año que viene estaré en Saint Andrews".

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Saint Andrews. Su nombre evoca al museo del golf. La tierra y los greens podrían contar las grandes historias de este deporte, la brisa del mar escocés lleva arrastrando consigo más de un siglo de juego. Hace 150 años que se disputó el primer Open Británico. Saint Andrews se estrenó en 1873. Hoy, el mítico Old Course vuelve a la portada. El sueño de Ballesteros, su cita con su amado campo, tendrá que esperar. Pero Saint Andrews está lleno de nombres propios. De nuevo Tom Watson, ya 60 velas, llega sin hacer ruido, el caminar tranquilo y la sensación de que nadie siente tan bien los campos junto al mar. Da la impresión de que golfistas como Watson podrían jugar en Saint Andrews con una venda en los ojos.

Hablando de historia, Tiger Woods pide el micrófono. Lleva dos años sin mojar en un grande, y eso ya es raro, así que en Saint Andrews busca una huida a sus problemas, sus lesiones, sus ausencias. Como a cualquier depredador, las mejores praderas son las que más le motivan: en los dos grandes anteriores de este año, Augusta y el Abierto de Estados Unidos, ha puntuado cuarto. Saint Andrews es su paraje preferido en el Open, el césped sobre el que ganó las ediciones de 2000 y 2005, las dos últimas disputadas allí, y sobre el que puede convertirse en el primer golfista con tres Jarras de Plata. Mickelson está al acecho para desvestirle como número uno, así que al herido Tigre no le faltan motivaciones, estimulado además por los cambios en el putter.

Como en cada Open, la armada británica siente el orgullo de defender una pieza de su colección. Para Inglaterra, la deuda es larga. Nick Faldo, en 1992 en Muirfield, fue el último inglés en dejar la copa en casa. Más presión para Westwood y Poulter, dos fijos en las quinielas. Otro cuento es el del irlandés Harrington, campeón en 2007 y 2008, y el de los norirlandeses McDowell, campeón en Estados Unidos, y McIlroy, el jovencito que ha perdido la virginidad en el circuito.

Los españoles llegan en masa (siete: Jiménez, García, Quirós, Castaño, Lara, Garrido y Cañizares), pero sin mucho ruido. Esa no es la costumbre de Jiménez, un picapedrero, dos victorias en 2010, Dubai y Francia, qué estupendos 46 años. Y Sergio García ha perdido gancho. Si hace un año veía la luz, "muchas cosas positivas", ahora ya no se divierte.

Seguramente, Ballesteros vuelva a sentarse en el sofá, encender la televisión y emocionarse viendo las playas, la Universidad y el verde histórico de Saint Andrews. Y a suspirar recordando la magia del Open Británico.

El malogrado golfista estadounidense Payne Stewart juega en Saint Andrews con la sede del Old Course de fondo y ataviado con la ropa más tradicional. Moriría en 1999 sin haber ganado un torneo que adoraba.
El malogrado golfista estadounidense Payne Stewart juega en Saint Andrews con la sede del Old Course de fondo y ataviado con la ropa más tradicional. Moriría en 1999 sin haber ganado un torneo que adoraba.AP

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Sobre la firma

Juan Morenilla
Es redactor en la sección de Deportes. Estudió Comunicación Audiovisual. Trabajó en la delegación de EL PAÍS en Valencia entre 2000 y 2007. Desde entonces, en Madrid. Además de Deportes, también ha trabajado en la edición de América de EL PAÍS.

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