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PEKÍN 2008 | La final más espectacular
Columna
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Nunca lo olvidaremos

Hace unos años, estaba de vacaciones en la República Dominicana junto a unos amigos. Una noche, mientras cenábamos, se nos acercó el típico grupo musical local y nos interpretó una canción rodeando la mesa. Al final, pasaron el sombrero y todos depositamos la consabida propina. Un par de dólares como mucho por barba. Hasta que uno de los comensales les soltó un billete de 20 dólares que sorprendió hasta al encargado de la recogida. Ante nuestra atónita mirada, respondió: "Me han emocionado. Esto no tiene precio".

La selección española de baloncesto no va a pasar la gorrilla, pero, si lo hiciese, seguro que muchos reaccionaríamos igual que mi amigo. Porque, resultado aparte, pocas veces un equipo ha conseguido provocarnos tal caudal de emociones positivas en 40 minutos. Lo de Japón fue la bomba, pero esta vez la competición y el rival elevaban la categoría del evento. Pues bien, en el momento cumbre, España se destapó con una actuación memorable desde todos los puntos de vista. Encaró la final sin ningún tipo de complejo por mucho Kobe MVP, sir James y Supermán que tuviesen enfrente. Dejó como anécdota la paliza del partido anterior de grupo y, como hacen los grandes, de aquel varapalo sacaron conclusiones útiles. Movidos desde la banda por Kásparov Reneses, mostraron al mundo una por una y uno por uno todo el talento y las virtudes técnicas, tácticas y humanas que les han convertido en uno de los referentes inevitables de nuestro deporte. No sólo eso. Por primera vez en estos Juegos, nos volvieron a sorprender, a superar las mejores expectativas, a hacernos sentir plenamente orgullosos e identificados con todo. El juego, la actitud, la valentía, el compañerismo, el dejarse hasta el alma en cada jugada.

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Precisamente en esta superación del hasta más optimista de los pronósticos radica la mayor de sus grandezas. Desde que ganó el Mundial en Tokio, el gran adversario de España ha sido España. Nos fascinó tanto aquella explosión de juego, belleza y eficacia que, a partir de ese momento, no nos íbamos a conformar con menos. El Europeo lo confirmó con una plata desvalorizada en exceso. En estos Juegos, más de lo mismo. Sí, ganamos a Grecia, a China en su terreno, a Alemania, pero... Incluso las vitales victorias ante Croacia y Lituania nos dejaron satisfechos, pero no del todo. Es la difícil escalada a la que sólo se enfrentan los grandes deportistas individuales y colectivos. Lo excepcional hoy es normal mañana y regular pasado mañana. A Indurain, por ejemplo, mientras coleccionaba Tours, se le pusieron peros porque no atacaba más. Es un agujero negro en el que han caído muchos, incapaces de soportar la exigencia de ir cada vez un poco más lejos. Algunos incluso se retiran o claudican al saber que no lo lograrán. Otros, tipo Jordan, el mismo Indurain, Schumacher, Woods o Nadal, siempre encuentran la forma de lograrlo.

España lo hizo ayer y esto eleva aún más su categoría. Fue un acto de inconformismo, orgullo, reivindicación, venganza deportiva, ambición ilimitada y capacidad de superación. Personal, como la de Navarro, o colectiva. Pasados los primeros momentos, en los que el miedo a otra paliza viró hacia cierta incredulidad, nos instalamos todos en la ilusión, cantamos las canastas, maldecimos a los árbitros y su miopía con los pasos de los estadounidenses, flipamos con Rudy, con Felipe, con Ricky, con todos. Vimos uno de los mejores partidos de la historia del baloncesto y resulta que formábamos parte de tamaño acontecimiento. Perdimos, pero con una grandeza insuperable. Sólo queda dar las gracias. Nunca olvidaremos este día. No hay dinero en el mundo capaz de pagar esta maravillosa emoción.

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