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Reportaje:TOUR 2008 | El 12º español de amarillo

A un paso de la gloria

Sastre distancia a Evans con un ataque al pie de Alpe d'Huez, se impone en la cima y viste el 'maillot' amarillo

Carlos Arribas

En Alpe d'Huez ganó Coppi la primera vez que se subió a su cima, allá por 1952, un bautizo que ya marcó para siempre la ascensión a los 1.850 metros de la estación de esquí: siendo una recién llegada a un Tour cargado de historia sus 21 curvas entraron de bruces en el mito.

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En Alpe d'Huez, uno de los templos sagrados del Tour, pues, ya habían ganado otros españoles, los vascos Etxabe y Mayo; de Alpe d'Huez ya había salido vestido de amarillo un par de veces Miguel Indurain, y en Alpe d'Huez se vistió de amarillo Perico Delgado en 1988, pero ninguno había logrado lo que ayer consiguió un austero castellano, un asceta tallado en el mismo granito que asombra en su pueblo de El Barraco, un chaval tímido, puro huesos, un veterano corredor de ojos tristes y carácter frío que se ganó un puesto en la iconografía de la historia del ciclismo, al lado de vacas sagradas como Hinault, LeMond, Coppi, Armstrong, Pantani: conquistar el liderato del Tour después de levantar los brazos, emocionado, sentimental, besos y babas sobre el logotipo del equipo, en la cima de Alpe d'Huez.

Es Carlos Sastre. Ayer reventó por fin un Tour que como un forúnculo crecía y crecía a lo largo de etapas de vigilancia, contemplación y reflexión sobre las más altas carreteras de Europa. Ayer levantó los brazos victorioso sólo por cuarta vez en una carrera profesional que dura ya 12 años y puede que el domingo suba a lo más alto del podio de los Campos Elíseos.

Atacó desde el primero de los 13,8 kilómetros de la ascensión, en las mismas calles de Bourg d'Oisans. Atacó una vez, le cazaron, y sin tiempo para respirar volvió a atacar, a remachar el clavo en caliente. Ascendió solo. Ganó solo. Llegó a la meta 39m 29s más tarde con una ventaja de 2m 13s sobre el anterior líder, su compañero Frank Schleck, y de 2m 15s sobre Cadel Evans, el más peligroso de todos sus rivales para la victoria final y a quien aventaja en 1m 34s en la general. Al Tour le quedan cuatro etapas para terminar. A Sastre sólo le queda una valla, menuda valla, que superar, los 53 kilómetros de la contrarreloj del sábado en Cérilly y donde se reeditará una vez más la eterna batalla del Tour, la de los escaladores contra los contrarrelojistas. Sastre contra Evans, el mismo ciclista que el año pasado se quedó a poco más de 20s de Contador.

Atacó porque lo había decidido ya hace tiempo, quizás cuando conoció el recorrido en octubre pasado, quizás cuando le pidió a Bjarne Riis, el patrón del CSC, que pusiera a todo el equipo a su disposición para asaltar la victoria de una vez, quizás en una noche de insomnio durante los ejercicios de supervivencia tipo marine a los que Riis somete a sus corredores todos los inviernos para afianzar los lazos entre ellos, para detectar quién es líder y quién es gregario, para saber quién tiene el carácter, el temple de los campeones. "Si no he atacado hasta ahora es porque he decidido jugármelo todo a la carta de Alpe d'Huez", le dijo la víspera a un amigo. "Otros años me he desperdigado en demasiados ataques: para ganar el Tour hay que atacar sólo una vez y llegar hasta el final". Atacó, y atacó pronto, nada más empezar a empinarse la carretera y aprovechando el sprint que Cancellara el terrible lanzó, estilo las tropas de Armstrong en sus tiempos, porque siguió el consejo del mismo amigo. "Si atacas tienes que ser el primero, tienes que adelantarte a Frank y no mirar atrás, porque si pierdes el tiempo, los dos hermanos se organizan y te ahogas. El que ataque el primero deberá ser respetado por los demás".

Atacó al maillot amarillo que era su compañero de equipo, lo que estaría mal visto en cualquier otra situación, y con su ataque, convirtió una estrategia de victoria de etapa en un ataque a la victoria total. Y con su ataque, con la visión de Menchov quemado nada más empezar -"quizás me equivoqué al salir tan rápido", dijo el ruso, el único que aguantó momentáneamente la rueda de Sastre, "pero salió justo delante de mí y estaba obligado a seguirle: yo también necesitaba recuperar tiempo rápido"-, con la de Evans buscando refugio del viento en todas las ruedas posibles, con la de los demás miembros del grupo, Kohl, Valverde, Vande Velde, Samuel, desorientados, arrancando y frenando, dudando, con la de los hermanos Andy y Frank marcando al hombre y por zonas, desanimando todas las acometidas, Riis, en el coche, suspiró.

Sastre, su decisión, su fuerza, le había resuelto el problema más gordo que había tenido en mucho tiempo: ¿cómo decidir quién es el líder del equipo entre uno que va de amarillo y otro al que se sabe que es más fuerte sin romper la armonía que es la fuerza del grupo? Y luego, el danés suspiró una vez más: el primer paso lo dio Sastre, el único con el que puede aspirar a ganar el Tour, porque, claro, habría sido terrible que el equipo más fuerte, después de tantas demostraciones de fuerza, después de que hiciera ayer, por ejemplo, atravesar la temida Croix de Fer a ritmo de carga de caballería, no se llevara el premio más importante. "Y una cosa añado", dice el amigo, tan buen consejero, de Sastre. "El que le quiera quitar el maillot deberá sudar sangre, será tan difícil como arrancarle la piel".

Evans, lejos de Sastre en popularidad

Carlos Sastre, en un momento de la ascensión al mítico Alpe d'Huez.
Carlos Sastre, en un momento de la ascensión al mítico Alpe d'Huez.AP

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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