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Reportaje:

El primer mito del ciclismo

Se cumplen 50 años de la muerte por malaria de Fausto Coppi, 'il campionissimo', la estrella que convenció a Bahamontes de que podía ganar el Tour

Carlos Arribas

"Il tuo capo é morto", le llora Nino Defilippis, huérfano, a Bahamontes por teléfono. Es el 4 de enero de 1960. Dos días antes, en el hospital de Tortona, ha muerto Fausto Coppi.

"Murió de malaria. La cogió en Alto Volta [actual Burkina Faso]", recuerda Bahamontes. "Habían organizado unos critériums y una cacería. Fueron Coppi, Anquetil y Geminiani. A mí, como había ganado el Tour ese año también me dijeron de ir, pero me entró miedo y no fui. Tenía miedo de agarrarme unas fiebres en África. Hacía unos años ya había pasado las tifoideas y las pasé canutas. Estuve al borde de la muerte. Se me cayó el pelo. Me quedé en 56 kilos, sin fuerzas ni para andar, me tenían que llevar de los brazos mis hermanas de paseo por Toledo... Y, además, para cazar, ya tenía yo mis montes, no necesitaba ir a África".

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De África regresa Coppi con fiebre y con fiebre, ardiente, pasa las navidades de 1959. En el hospital, los médicos, erróneamente, le diagnostican gripe y no atienden ni siquiera una llamada de Francia. Son los padres de Geminiani. "Raphäel, nuestro hijo, ha vuelto también con fiebre, la misma fiebre de Fausto, y es malaria. La está derrotando con ayuda de quinina", ruegan en vano. La madrugada del 2 de enero, Coppi le da una última orden a su gregario Ettore Milano, que vela junto a su lecho. "Dame aire", le pide el campionissimo a quien tantas veces había pedido agua en el pelotón. Milano le cambia la bombona de oxígeno por última vez.

Murió el ciclista a los 40 años y nació el mito, clamaron durante años los lugares comunes, que, como casi siempre pasa con todos los tópicos, también yerran. Murió el ciclista, sí, pero el mito, el mito de Coppi, ya había nacido mucho antes, todo lo más tomó prestadas nuevas alas, eternas. Murió joven el hombre, escribió Gianni Brera, una muerte fatal con la que los dioses le honraron evitándole la afrenta de la vejez, el declive, cualquier merma a su gloria. Le hicieron morir joven. Le robaron también el derecho a elegir la parte de la historia de su vida que querría que se contara, convirtieron toda su vida en historia. Una leyenda que ha alimentado la memoria sentimental de todos los italianos de la segunda mitad del siglo XX, como la vida de los toreros, Manolete, Juan Belmonte, conformó a los españoles de la negra posguerra.

Fausto Coppi. Niño de Castellanía, tierras arcillosas, yermas, del Piamonte, en los años del fascismo, niño pobre, mancebo de una charcutería, niño deforme en tierra, largas piernas, esternón prominente, arista de la carena de su pecho, nariz afilada, morfología de la garza; niño armónico sobre la bicicleta, huesos frágiles (13 fracturas contabilizadas en una carrera que se alargó hasta la primavera del 59, hasta su abandono en la Vuelta a España a orillas del pantano de Yesa). Pulmones, músculos de acero, récord de la hora en Vigorelli, cinco Giros, dos Tours, campeón del mundo, 144 victorias en 666 carreras, todas en fuga, un uomo solo al comando, todas en solitario, las victorias de un hombre que sufría y que, tímido, culpable, no levantaba los brazos para celebrarlas, ya fuera en San Remo o al final de una fuga heroica, por innecesaria, de la Cuneo-Pinerolo, Aquiles y sus dioses derrotando a Héctor, tan humano, en el Giro del 49. Fausto Coppi, el descubrimiento de Biagio Cavanna, el masajista ciego, soldado en África, en Túnez, cautivo de los ingleses, en fuga desde Nápoles a Milán en bicicleta, 814 kilómetros en 48 horas. Fausto Coppi, la mitad de Italia, el hombre moderno, laico, contrapuesto al hombre antiguo, a Gino Bartali, de Acción Católica, Democracia Cristiana, amigo de Papas, fumador empedernido, amante de un buen vaso de rosso. Fausto Coppi, hermano de Serse, el ciclista que ganó la Roubaix del 49 y murió al partirse la cabeza en la Milán-Turín del 52; el esposo de Bruna y padre de Marina, el amante de Giulia, la mujer de su médico -y también Anquetil le robó la mujer a su médico-, y padre de Faustino, el hijo de la vergüenza, obligado a nacer en Buenos Aires para evitar que la justicia, la iglesia, italiana, se lo entregara al esposo legítimo. Giulia Occhini, la dama blanca, amante y celosa, encarcelada tres días, denunciada por adúltera, la venganza de su marido.

Gracias a Fausto Coppi, Bahamontes ganó el Tour. "Me convenció un invierno en Toledo, comiendo unas migas", dice Federico. "No había cazado nunca con galgos y le invité un día. Y me dijo que no me debía conformar con ganar la montaña, que si tuviera un equipo para mí podría ganar el Tour. Y firmé con su equipo, el Tricofilina, que era una marca de brillantina. Y con la selección española gané el Tour".

Gracias a Coppi, a su vida y sus misterios, la pasión se hizo inseparable del ciclismo.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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