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Crónica:TOUR 2009 | Décima etapa
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un regalo para Cavendish

Los equipos protestan contra la prohibición del 'pinganillo' haciendo una invitación a la siesta

Con Radio Nostalgie en el coche, con Charles Aznavour, Charles Trenet y Mari Trini trinando por los altavoces, qué bella es la travesía de la Francia agrícola, de las rectas de trigo dorado, las pequeñas aldeas, el campanario, los árboles agrupados para pintar un rincón de verde. ¡Ah, el sudor alegre de los campesinos cosechando felices! ¡Ah, el brillo de los girasoles, quién fuera Van Gogh! ¡Y el foie que nos espera en la cena! ¡Qué bella es Francia el 14 de julio, rojo, blanco y azul en los balcones!

Una curva inesperada en medio de la placidez del mediodía, un torpe movimiento de las manos, el dial salta, suena horrísono, desafiante, achantador, un grupo de hip-hop de Fez, la música de las cités, de los guetos de Marsella, París, Lyon, la Francia verdadera. ¿Dónde se fue la belleza del pasado? ¿Dónde se esconden las golondrinas? ¿A quién le importa el desfile del 14 de julio si el Tour termina en una calle de Issoudun llamada de George Brassens, que no suena en Radio Nostalgie? No se ve ni a un campesino trillando el trigo. Las cosechadoras, ocultas en los hangares, se encargan.

"Ha sido la etapa más tranquila en los más de 10 Tours que llevo", dijo Armstrong
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La EPO, el asesino, y el pinganillo, el colaborador necesario, transformaron el ciclismo a comienzos de los años 90. Agigantaron la figura del director-entrenador, que dominaba con ambas armas combinadas el cuerpo y la voluntad, como padres castradores, de los corredores. Achicaron la figura del ciclista hasta casi convertirlos en marionetas. A la EPO renunciaron ya, oficialmente, a golpe de escándalo, y, por si acaso, la visita matinal de los inspectores antidopaje a los hoteles, como ayer, por ejemplo, en el del Astana, funciona como dosis de recuerdo de las buenas intenciones. A los pinganillos, inocentes emisoras-radios con auriculares, les piden ahora que renuncien. "Matan el espectáculo, la intuición, la imaginación, matan al ciclista", dicen los de la UCI y los del Tour, la voz de los que creen que el futuro está en el pasado, los que quieren que a los corredores sólo les llegue por las ondas Radio Nostalgie, que no la voz de sus directores, exigente, seductora, explicativa, consejera.

"El pinganillo tiene la culpa de las carreras aburridas, controladas, de las fugas cuyo fin está calculado antes de que nazcan incluso", dicen, agarrando el rábano por las hojas, confundiendo el síntoma con la señal, los de la UCI, que ya han prohibido su uso en carreras sub 23 y junior, y asienten los del Tour, que para probarlo y apoyados por la UCI que prometió sanciones a quienes desobedecieran, decidieron prohibir el pinganillo en la etapa de ayer y en la del viernes. La de ayer, porque, siendo la de los franceses, los ciclistas que sólo ganan en fugas, les vendría bien la ley del silencio como ayuda en sus afanes y para neutralizar al inevitable Cavendish. La del viernes, porque es la prealpina, dura de montaña, dura de controlar.

"Os vais a enterar", respondieron la mayoría de los equipos del Tour, 14 de 20, liderados por Johan Bruyneel, que no creen que el regreso a los hábitos de hace 20 años aporte al ciclismo el atractivo necesario para que regresen patrocinadores con dinero, que éstos no se dejan deslumbrar por el falso brillo de un pasado inventado -acaso, recuerdan, ¿los directores de antaño, los Geminiani, Guimard, Langarica, Echávarri, no eran unos dictadores-controladores, capaces de cruzar coches delante de los gregarios que no obedecían sus órdenes chilladas desde la ventanilla?; acaso, proclaman, ¿hay que admitir sin reservas el triunfo de McLuhan cuando no estamos tan seguros de que el medio es el mensaje o como sea?-, "os vais a enterar. Os vamos a demostrar que sin pinganillo, un útil de seguridad más que nada, un medio de avisar de peligros, de dar rapidez a las reparaciones, de ofrecer agua, también puede haber etapas tostón".

La venganza de los directores silenciados consistió en hacer que la fuga -permitida a tres franceses antipinganillo y a un ruso infiltrado, bajo las normas de la fuga-caracol, en la que el pelotón se adapta, sádicamente, al ritmo de los fugados para no cazarlos sino en el último kilómetro: cuando más bajaban la velocidad los escapados para acabar su tortura más frenaba el pelotón, qué aburrimiento, en cuya cabeza, democrática, generosamente, se turnaban todos los equipos propinganillo- terminara como termina normalmente bajo la ley del pinganillo, con victoria de Cavendish al sprint.

"Es el día de la Bastilla, pero va a ganar un británico", había advertido Armstrong, más que profeta, ideólogo del regalo, antes de salir. "Ha sido la etapa más tranquila en los más de 10 Tours que llevo", concluyó después, ajeno aún a que, venganza de los poderosos, el caos de un final peligroso y desconocido, una caída habitual, hizo perder 15s a su fiel, y peligroso, Leipheimer.

Contador, en primer término, y Armstrong, a su derecha, en el pelotón.
Contador, en primer término, y Armstrong, a su derecha, en el pelotón.REUTERS

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